Cuando se supo los resultados electorales, parecía claro que ocurriría lo que finalmente ha pasado: el Partido Popular ha pactado con Vox un gobierno bipartidista. Además, la cámara autonómica estará controlado por el partido de extrema derecha. Mañueco volverá a ser presidente de Castilla y León, otra vez con vicepresidente de otro partido pero la novedad es la entrada de la ultraderecha en un gobierno autonómico. La fuerza de Vox se la han dado las urnas, eso no lo niego, pero tampoco significa tener que aceptar pulpo como animal de compañía.
El Partido Popular insiste en que esto dotará de estabilidad a la comunidad. De hecho, pusieron como «inicio» de la inestabilidad una moción de censura por el entonces partido más votado (PSOE) que no salió adelante… pero la inestabilidad no la trajo el PSOE (principal partido de la oposición) ni tampoco Ciudadanos (partido que es responsable de otros males, pero no de este), sino el propio Partido Popular en su OPA a Ciudadanos (lo de Madrid como mejor ejemplo) que, además, fue el partido que decidió adelantar las elecciones. Las adelantó con la intención de conseguir una mayoría absoluta o, al menos, una mayoría más que suficiente (como Madrid) y lo que obtuvieron fue una victoria pírrica (ojo: sí han pasado de segundo a primer partido y sí han aumentado en escaños, pero lo han hecho perdiendo votos, las dos cosas «positivas» las tiene por la caída del PSOE, no por sus propios méritos) y la dependencia total de otra formación, igual que en las elecciones pasadas.
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