Hace un mes en esta bitácora:
El tema del precio me parece secundario. Lo digo en serio. Por supuesto que prefiero comprar un archivo digital a un euro que a diez, pero puedo entender que el precio final se haga bajo un cálculo más o menos sencillo (coste de elaboración -horas de trabajo más coste de pagar posibles diseñadores, maquetadores, revisores, editores, promotores o promoción, registros y demás- más pago de la tarifa de los intermediarios -el coste de tienda, si es que no se vende directamente al consumidor, en caso de que sí se haga, acá podemos incluir el coste de mantener el servicio a través del que se vende- entre el número previsible de ventas), por más que sea cierto que pueden venderse infinitas copias, la rabiosa realidad es que ni siquiera un coste tendente a cero asegura unas ventas tendentes a infinito por evidentes razones de público que conoce el producto y le interesa (eso sí, a partir de la cobertura de los costes iniciales o básicos el precio del producto debería caer).
Y bueno, aun tengo pendientes algunas notas sobre edición, autoedición y por qué tomé determinadas decisiones vinculadas con el libelo sobre la Reforma Laboral, entre otros, pero voy a comenzar esto con uno de los aspectos del coste en el caso de la autoedición. ¿Por qué? Porque decía que para mí era algo secundario, porque estoy cansado de escuchar que la copia tiene un coste tendente a cero en lo digital y por ello no tiene sentido ningún precio superior a un par de cobres, o incluso un precio (que es una media verdad, esto es, copiar cuesta «cero», crear y mantener lo que se copia no)…
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