ClásicoZ, nueva campaña
Comenzamos una nueva campaña de financiación colectiva para sacar tres libros impresos de literatura hispanozombi. Copio y pego el contenido de la misma (el inicio, al menos):
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Que uno sabe a poco, así que caigo con otro: colaborando con el Colectivo ClásicoZ, desde el que intentaremos recatar la literatura hispanozombi, damos inicio a los proyectos con el Cid Campeador, digo, Zid Zampeador.
Hubo un pequeño momento, realmente pequeño, en que él pensó que era una buena idea. Soltó todo lo que tenía en mente, tras tantos años de rumiarlo, de carrerilla. En su cabeza eso funcionaba igual que una oposición: tenía que soltar la larga parrafada reflexionada y llena de florituras, circunloquios y palabros anticuados, tal cual la había aprendido, que era como la sentía pero en palabras más bien poco claras, aparentemente directas y sin tapujos. Todos los puntos sobre las íes se pusieron en una larga perorata digna de tal nombre.
¡¡Salió ya LEE LOS LUNES 03!! No tengo ni idea de cómo he dejado tanto tiempo sin avisarles… bueno, «tanto tiempo» es desde ayer.
Mi participación esta vez, más allá del maquetado de la revista, es: entintado y pintada de la portada (dibujo de la infatigable Carla); segunda parte del cuento de Diego (estas cosas raras de la vida; en uno de los ejercicios del taller escribí eso, a Diego le gustó y me preguntó si podía empalmar su cuento con el mío); la tira de cuatro páginas de Igualito junto con RiK; y la historieta de Canto del héroe Enano Gript, basada en un poema épico de A. Blasborg. Ah, además presté mi voz para uno de los personajes de El Carrusel, de León Seguro.
El taller de Lee Los Lunes (llamémoslo así) va como debe ir… y pronto estará la tercera revista (bueno, «pronto»; mejor con comillas). En fin, hoy estuvimos actualizando la web, y al margen de toda la parte en que explico las perspectivas que aún no subo, ya estamos casi al día con las distintas actividades que hemos realizado. Una de ellas -en el cap. XIII– fue, con un final dado, escribir un cuento. Divertido (de veras), pueden ver los resultados de todos los participantes acá (contando el mío, que, además, reproduzco más abajo en esta nota). Por cierto, teníamos más finales (todos ellos escritos por Mtt); ¿se animan a escribir comienzos y nudos para todos esos finales? ¡Espero que sí!
«Vista de oruga». Sentía el calor de la sangre escapándose de su cuerpo, el estruendo exterior casi no le dejaba escuchar sus ya débiles pensamientos. Ya casi ni parpadeaba. El sudor se mezclaba con el olor del barro, polvo, vómito, orina y excremento que inundaban el ambiente, al lado de la omnipresente sangre. Sangre formando lodo. Su propia sangre como cama de último reposo para él, como para tantos otros.
La batalla continuaba, él lo sabía, llevaba un rato en el suelo, esperando su final, recibiendo pisotones de soldados a pie y de caballos, no siempre con jinete. Vista de oruga, pero mal encuadre, todo estaba de lado. Solo podía ver por el ojo derecho, el izquierdo… ¿aún tendría el ojo izquierdo? No podía ver mucho, polvo y movimiento. Él intentaba recordar qué había pasado, cómo había llegado a besar el terroso suelo, y por qué carajo solo podía pensar en que lo que veía era un puñetero plano oruga… y cómo sabía que era eso. Antes del último suspiro tenía que recordar.
La tormenta no amainaba. Cuarto día de lluvia sin cesar; el río principal que cruza el pueblo se había desbordado dos días atrás llevándose parte de uno de los barrios bajos. Las cuadrillas trabajaban todo lo que podía moviendo tierra para evitar que algo así ocurriera de nuevo. Simples y meros parches que no pararían a la fuerza de la naturaleza que representaba el agua en movimiento. Aun así, sabiéndolo, seguían intentando parar lo inevitable, tal vez con el sueño fugaz de controlar el propio destino.
–Pardillos –sentenció una hastiada Nìreçaq mientras, por la ventana, veía cómo un grupo de malhumorados pueblerinos volvían a sus húmedas casas tras un día de construir pequeños diques, ampliar el muro en la rivera o cualquier tarea relacionada.
–Siempre tan positiva –ironizó Raxdan, su hermana mayor, mientras cruzaba la puerta de la sala–, me encanta cuando te pones tan empática con el dolor ajeno.
Se escuchaban con fuerza los cánticos fervorosos hacia Si y hacia Ai Apaec, adoración y miedo mezclados durante la adoración de la diosa Luna y ante el dios degollador, esa noche era grande y todo mundo lo celebraba en la Huaca de Si. Todos menos Illuque Chumbi, absorto como siempre entre cientos de mapas y pergaminos.
–Chomuña, el Cie-quich no estará contento si se entera de que no estás con el resto de sacerdotes –se escuchó la melodiosa voz de Chiya Suy desde el oscuro umbral de la puerta, se adivinaba esa sonrisa comprensiva que solía esbozar cada vez que le reprochaba su falta de atención a los asuntos comunes y su reclusión en esos antiguos textos.
–Esto es más importante, no sumo nada gritando por el favor de Ai Apaec –sin apartar la vista de los cueros e inscripciones–; además, nadie notará mi ausencia.
–Yo lo he notado –manifestó en tono firme y reconciliador mientras se acercaba a él, con toda la intención de jalarlo y sacarle de ese cuartucho mal iluminado.
Me refiero a los planos o encuadres en un cómic o historieta, no a los de una construcción. Aunque plano es plano, que diría aquel. Mañana es la tercera sesión del taller de creación literaria e historieta para Jóvenes Mutantes (no, no son mutantes, ¡aunque lo parezcan!, chicos de secundaria son, que vienen voluntarios y no sé por qué) y me toca transmitirles lo que sé sobre este extremo(enseñarles suena pretencioso para alguien que hace esto para pasar el rato). He preparado un cuadernillo de 4 apuradas páginas con una serie de temas introductorios a la historieta, en concreto, a los planos, al guión y a la lectura de las páginas. Digo introductorio porque no va más allá de cuatro pinceladas (por ejemplo, mencionando nomás los principales planos, sin detallar otros tipos de encuadre), de lo que hablaremos más adelante. La verdad es que el taller intenta ser «novedoso», y me encantaría poder compartir todo el material que produzcamos (lo tengo que hablar con los otros monitores), claro que hay contenido que no es producido por nosotros y que lo citamos gracias al límite que permite usar obras para fines educativos, pero eso no llega para compartir…
Entrevista ficticia a Juan Carlos I tras la publicación de su nueva Web y la forma en que se saltan a Franco (visiten el enlace):
Entrevistador: ¿Y cómo se decidió que usté sería el heredero?
Juan Carlos I: Me tocaba.
E: No, le tocaba a su padre ¿No lo designó Franco tras negociar con los monárquicos?
JCI: ¿Franco? Franco no es un nombre, es un adjetivo, ¿¡cómo me va a nombrar un adjetivo!? En fin, franco que no me acuerdo, siempre he sido franco, pero franco-franco, que no le tocaba a mi padre, ¿por qué le debería tocar?
E: Porque era el príncipe de Asturias y a usté lo nombraron Príncipe de España saltándose a su padre…
JCI: ¿Quién me nombró qué?
E: Franco.
JCI: Claro que soy sincero.
E: Grrr, en fin, ¿Por qué entre el 47 y el 75 no hubo rey?
JCI: Franco que no me acuerdo.
E: ¿A la muerte de quién asumió la jefatura del Estado?
JCI: ¿De mi padre?
E: No.
JCI: Franco que no me acuerdo.
Y así hasta el infinito.
(«30 años de Monarquía. Ya son demasiados», nota de 2005.)
-Te veo realmente contenta- dijo Sinclair, mientras terminaba de preparar el desayuno, cuando vio a su esposa cruzar el umbral de la puerta de la cocina.
-¿Cómo no estarlo? ¡Por fin!-contestó ella con una sonrisa entre perezosa y entusiasmada, de recién levantada.
Ambos continuaron sus quehaceres matinales sin más interrupción, solo con el zumbido de fondo de la televisión; tenían puesto el canal de noticias, así que escuchaban todas y cada una de las posibilidades planteadas en los días anteriores sobre el gran acontecimiento, oyeron interminables debates entre expertos, expertos de todo y nada, sobre qué pasaría si tal o cual fuera el elegido.
Hace casi seis años empecé una tira, solo publiqué la primera, y escribí unas cuatro más (aunque usté no lo crea), pero como otros tantos proyectos, quedó en nada, en menos que nada (incluso por detrás del Niño Aprista, que al menos tuvo cuatro tiras o así), en tanto que esas tiras no pasaron ni del boceto y, evidentemente, jamás fueron publicadas.
La vi llorando en la cocina, no dejaba de moverse inquieta, repitiendo los movimientos que cada mañana hacía, pero esta vez con un extraño temblor en las manos, miedo en los ojos y una expresión desconsolada coronada por las lágrimas, el desayuno, una rutina simple, parecía por primera vez un arduo trabajo procedimental en que algo no encajaba. Me quedé en la puerta viéndole sin saber qué hacer, qué decirle.
—Cariño, ¿estás bien? —conseguí decir.
—Sí, sí —me miró de forma extraviada, buscando en un remoto pasado una referencia para reconocerme hasta que una pequeña luz brilló en sus ojos— sí Jorge, ¿qué haces acá tan pronto?
—¿Pronto? Son las 10…
El día comenzó para Raúl como lo hacen todos los días en que uno viaja de vuelta: Con ajetreo. Muchas idas y venidas, de arriba a abajo, de un lado a otro, mirando que todo esté como debe estar al momento de emprender el viaje, que nada se quede en tierra, que las botellas estén bien embaladas y los regalos protegidos de todo golpe, que las maletas tengan los candados debidos y que todo en la habitación quede más o menos ordenado, listo para que el anfitrión durante ese par de semanas pueda volver a usar ese cuarto con su fin usual y no con la visita de esos días. Las llamadas en la mañana para las despedidas apuradas son parte del quehacer. El nunca corto trayecto al aeropuerto ya casi con la hora encima solo sirve para recordar esas pequeñas cosas que faltaron por hacer, esas prendas de vestir que se quedaron sobre la cama dobladas esperando ser ordenadas en la maleta…
La pichanga de barrio, el balón en movimiento, el pase corto, no había espacio para más. Todas esas tardes tiradas en el parque, con sueños incompletos y a medio hacer, apartando las pesadillas del día a día a puro golpe de esférico, de bromas blancas y negras, fiando nuestro bienestar a la pierna en alto del compañero enemigo, ese cuyo nombre jamás recordarás pero que su chapa está escrita en tu propia historia. Esas tardes, mañanas, días enteros de descubrimiento propio y ajeno, de nadedad de barrio, si me permiten el palabro, se fueron acompañando a horas de descubrimiento de «las otras», esa presencia femenina que de compañeras de peloteo pasaban a amigas de la botella, no la que se tomaba, sino la que se giraba contra un asfalto que resistía lo que le echaras.