Flama

La tormenta no amainaba. Cuarto día de lluvia sin cesar; el río principal que cruza el pueblo se había desbordado dos días atrás llevándose parte de uno de los barrios bajos. Las cuadrillas trabajaban todo lo que podía moviendo tierra para evitar que algo así ocurriera de nuevo. Simples y meros parches que no pararían a la fuerza de la naturaleza que representaba el agua en movimiento. Aun así, sabiéndolo, seguían intentando parar lo inevitable, tal vez con el sueño fugaz de controlar el propio destino.

–Pardillos –sentenció una hastiada Nìreçaq mientras, por la ventana, veía cómo un grupo de malhumorados pueblerinos volvían a sus húmedas casas tras un día de construir pequeños diques, ampliar el muro en la rivera o cualquier tarea relacionada.

–Siempre tan positiva –ironizó Raxdan, su hermana mayor, mientras cruzaba la puerta de la sala–, me encanta cuando te pones tan empática con el dolor ajeno.

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