En Perú no tenemos partidos. Tenemos marcas electorales, y posiblemente el APRA (y sin exagerar tampoco), pero no mucho más. Eso sí, tenemos una buena cantidad de caudillos de distintos niveles, hombres-marca que en sí mismos aglutinan votos, y si se juntan varios de ellos bajo un eslogan pegadizo y un par de colores mal combinados, obtenemos lo que normalmente llamamos «partidos políticos». Gracias al chiste de Bayly tenemos un manual para bobos de la política de partidos en Perú del Jorobado de Notre Dame (por algunos conocido como Carlos Meléndez).
Me sigue pareciendo que el mejor ejemplo de todo ese caudillismo patético y básico que mueve nuestros hilos electorales está en el fujimorismo, que si bien ha ido construyendo una propia base, a primeras de cambio funda el enésimo partido-lema electoral, incapaz, como siempre, de mantener unas siglas (y eso que, a diferencia de otras formaciones políticas, los fujimoristas no necesitaban inscribir una fuerza política nueva al tener vigente la actual inscripción, lo que me lleva a recordar lo poco que ayuda la legislación peruana a la consolidación de los partidos, ¡cuando es su fin!). Y esa situación caudillista se ve, además, en el tipo de mensajes pre-electorales que ya manda quien comanda la nave del ex presidente y actual preso contumaz.
Ante la cercanía de las municipales y regionales, como hecho curioso, está la construcción de pequeñas alianzas electorales, que no son más que la suma de votos de agrupaciones (a su vez, suma de personalismos) que tienen sus bancos electorales, como puede ser la concertación a la peruana entre el Partido Humanista (de Yehude Simon) y Somos Perú (Fernando Andrade), y como en esta política con minúscula las alianzas no son más que sumas de votos, sin problemas en la misma nota en que nos hablan de un matrimonio, se presentan a las otras posibles parejas (para Somos Perú, como es Perú Posible y el Partido Popular Cristiano). Incluso algunas alianzas se construyen primero buscando al candidato, y luego armando el ideario de frente común al rededor lo que ese hombre-marca pueda transmitir (cof cof, Marco Arana, cof cof).
De todas formas, los nombres van saltando de sigla en sigla y tiro porque me toca, cambian de agrupación como si fuera de postre favorito, las lealtades son débiles y se fundan en el qué puedo ganar en cada momento dado, en vez de en un ideario, un compromiso militante, y todo ello sazonado con un sistema que prima que determinados sujetos se construyan partidos a su imagen y semejanza, y que dichos partidos cambien de aliado político con más facilidad con la que sus miembros cambian de militancia entre agrupaciones, que ya es decir.
Así que tenemos marcas electorales que construyen lemas que llamamos partidos que se juntan para las elecciones, o arrejuntan, como bien pueden, para arañar un puñado de votos para… ¿Para qué? ¿Para gobernar? ¿Para desarrollar su idea del Perú y los peruanos? ¿Qué idea si ni la muestran en muchos casos? Si construimos una política con barro, luego no nos quejemos de los manchados que estamos.
Excurso: «¿Qué debe hacer la izquierda para no seguir desapareciendo?» se pregunta y responde Carlos Mejía en «Bajada a Bases»… Una de las posibles alianzas (al menos está en discusión) es la de los humalistas con Patria Roja, recuerdo innumerables debates sobre si Ollanta es el candidato «natural» de la izquierda (¿alguien que se niega a declararse izquierdista sería nuestro «candidato natural»? ¿¡qué rayos es eso de «candidato natural»!?), y si planteamos la cuestión así abandonamos el lado programático y la izquierda peruana seguirá desapareciendo por sus propios errores. La cuestión no debe ser con quién vamos a las elecciones y ocupando qué puestos en las listas, sino con qué programa vamos (y a partir de ahí, ya se pueden buscar «amiguitos», con coincidencias programáticas en lo fundamental).
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