Lo bueno (y malo) de las salas de espera es que se tienen lecturas viejas para ojear en esos ratos muertos en que uno espera (y desespera) una serie de revistas más bien viejillas; además, uno tiene tiempo de detenerse en columnas o páginas que, de otra manera, no hubiese leído. Así me encontré con «Lo que callamos los hombres» (subtitulado «Cuando somos nosotros los que lloramos») de Carlos Galdós, en su sección «Hombre de a pie» (página 70 del Somos de 11 de febrero de 2017, posteriormente publicada en la web de El Comercio). ¿Por qué me pongo a escribir sobre un texto sin ton ni son de hace ya más de un mes? Porque me parece relevante para explicar cómo asumimos con normalidad el machismo.
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Claro que hacía –y hace– falta
Esta entrada es un poco cajón de sastre de varios temas con distinta gradación de importancia, pero muy mezclados… vaya por delante. –A todo esto, mientras escribía esta entrada, Barbijaputa sacó una nota titulada «Salir a la calle por nosotras y por todas» que más o menos aborda lo mismo que este artículo, pero bastante mejor expuesto que lo que haré a continuación–.
Cada poco vemos noticias en que se consigue un pequeño triunfo o se visibiliza, de forma positiva, lo que está aún tachado por la sociedad de forma negativa. Estoy hablando de esos hechos que significan victorias del movimiento del feminista o del LGBTQI. Cada vez que alguien hace algo para significar o normalizar uno de estos temas, alguien en alguna parte salta que «no hacía falta», casi siempre desde la mentira de «yo no soy machista/homófobo», pero ven mal el triunfo del feminismo o de la igualdad de trato. Es simple, sí son machistas u homófobos y ese hecho lo sienten como un ataque –y lo es a sus privilegios, en el caso de los varones machistas heterosexuales–. Pero vayamos a la mentada frase: «no hacía falta» o «no era necesario».