Suele pasar: llega el verano y crecen las huelgas del personal que trabaja en los medios de transporte o en sitios turísticos. Los medios de comunicación parten del punto de vista de las personas consumidoras para tachar de irresponsable a las personas trabajadoras en huelga, además, los medios de comunicación dan más peso y credibilidad a las entrevistas con las personas responsables de los medios de transporte afectados por las huelgas; salvo que sean personal público y el gobierno responsable sea del palo contrario al medio de comunicación. En los medios privados (como las aerolíneas), la «culpa» recae en la clase trabajadora levantada en armas, mientras se reclama «control» para que las huelgas no afecten a las «personas usuarias» (consumidoras). ¡Menos en vacaciones! ¿Se imaginan que una huelga de la aerolínea les retrase o fastidie las vacaciones? Estamos anteponiendo nuestro ocio (por más que sea justo que lo disfrutemos) al bienestar de las demás personas trabajadoras.
En gran medida el que se incentive la consciencia de clase consumista o consumidora sobre la consciencia de clase obrera o trabajadora responde a ese individualismo de ver las cosas únicamente desde nuestro propio bienestar, por eso que otras personas sufran para producir lo que consumimos nos resulta (en general) poco importante. Por eso consumimos mal (acá me incluyo, por supuesto; tengo listas negras de empresas y demás, pero está claro que no hago lo suficiente para que mi consumo sea siempre responsable y solidario, y debería serlo).
Pero vamos un momento al derecho de huelga: lo primero, es un derecho fundamental (en el caso de España, recogido en el art. 28.2 de la Constitución); lo segundo, es un derecho que se limita con el tema de los «servicios mínimo» que normalmente son muy mal entendidos y aplicados (generándose una suerte de «servicios completos o casi»); lo tercero, es un derecho vinculado a un instrumento de negociación, esto es, la huelga tiene un sentido de protesta pero también de reivindicación, es un arma en las mesas de negociación; y lo cuarto, es un derecho por la que las personas en huelga pagan caro, quiero decir, es la suspensión del contrato de trabajo, cada día en huelga es un día que no se cobra.
Sobre la huelga he hablado mucho (por ejemplo, este artículo sobre los servicios mínimos y este otro que profundizaba sobre ese punto) y sobre las negociaciones mediante el uso de instrumentos de fuerza les recomiendo estos dos artículos: «Salarios y poder de negociación» y «¿La violencia necesaria?», que también tienen muchos años…
Volvamos unos pasos atrás (sí, esta nota es desordenada) y hablemos de una compañía en particular: Ryanair. Puede ser una de las aerolíneas de bajo coste con mayor publicidad «positiva» en los medios de comunicación (incluso al actual presidente de la compañía, hijo del fundador de la aerolínea, se le suele calificar como «hecho a sí mismo», ¡heredó la empresa! Que sí, que ha gestionado todo el crecimiento de la misma, pero vamos), aunque constantemente salte a los medios por extravagancias en contra del pasaje o de la tripulación.
Ahora mismo, cuando tienen a la tripulación en huelga en España (con peticiones para volver a condiciones parecidas prepandemia y a una asimilación salarial con otras filiales de la misma empresa), quienes más aparecen en los medios no son las personas que representan a quienes están en huelga, son los jefes y las jefas de Ryanair en España. Sobre todo aparecen en el formato de entrevistas; entrevistas bastante amables donde dan su punto de vista sobre el conflicto laboral.
Ya han saltado varios titulares del tipo «no nos sentaremos con los sindicatos» que son tratados, en algunos medios, como una medida positiva (en otros se resaltan como una negativa); la verdad es que en la mayoría de artículos que he leído sobre este tema, se permite que la persona entrevistada comente sus razones sin poner ni medio «pero» al absurdo fundamental: se basan en que no se sentarán con los sindicatos porque han realizado huelgas mientras estaban en negociación.
Pero está en la cultura empresarial de Ryanair atacar el sindicalismo y a las personas que hacen huelga; en una huelga especialmente fuerte de una aerolínea que era propiedad de esta empresa, el dueño declaró directamente que se debería castigar a las personas que ejercieron su derecho a la huelga. Y no pasó nada. Y no son declaraciones raras… de hecho, durante el conflicto actual, la empresa ha amenazado directamente a cada persona que ejerce un derecho fundamental con represalias.
(No podemos olvidar que Ryanair es una de las aerolíneas con más procesos judiciales por temas laborales e incumplimientos masivos que hay en países como España; tiene muchas condenas en España por estos temas de incumplimientos de la legislación laboral, pero en elementos clave y sangrantes, entre ellos, el despido injustificado de sindicalistas, cesión ilegal de trabajadores, saltarse la normativa de ERE y de ERTE… bueno, mil cosas).
Vamos a dejar por un momento lo absurdo que resultan los servicios mínimos cuando una sola empresa de un solo medio de transporte está en huelga (lo siento, está más que garantizado el servicio esencial de transportes si el resto de empresas y sistema sigue funcionando con normalidad; y lo siento muchísimo por las personas que se pierden sus vacaciones o un viaje de trabajo o lo que sea, pero acá sí que debe primar el derecho de huelga) y pasemos a la postura de «no negociamos con huelguistas» (así pues, se da una connotación negativa a quienes hacen huelga) desde la justificación de «tras meses de negociación, han declarado la huelga en contra de la empresa» (justamente, porque llevan meses de negociación sin llegar a nada, la huelga es un instrumento de presión).
Las huelgas se pueden convocar durante la negociación de un acuerdo o convenio colectivo (así se recoge, por ejemplo, en la exposición de motivos del Real Decreto-ley 17/1977, de 4 de marzo, sobre relaciones de trabajo, por eso también uno de los apartados que no tiene ultraactividad en los convenios colectivos es la prohibición del ejercicio de huelga, como recoge el artículo el 86.3 del Estatuto de los Trabajadores); es lógico, el instrumento de presión más importante del que dispone la clase trabajadora es la huelga, que suspende su prestación de trabajo y pone en valor lo que aportan en el proceso productivo (que es «todo», esos aviones no vuelan solos). De hecho, es una obligación legal sentarse a negociar con quienes han declarado legítimamente una huelga (art. 8 del mentado Real Decreto-ley 17/1977). Esa bravuconería de «no nos sentaremos a negociar» junto con esas cartas mandadas son simplemente signos de un comportamiento antisindical elevado.
No podemos obviar que la huelga es de los pocos instrumentos del que disponemos las personas trabajadoras para presionar a las empresas en nuestros intereses; que si una negociación se alarga infinitamente, eso significa que la situación negativa para las personas trabajadoras se mantiene y es una situación cómoda para la empresa (por eso la ultraactividad de los convenios era importante, por eso el PP se la cargó en su día y la última reforma importante del ET la recuperó).
Y aquí llegamos a otros temas importantes: sindicatos y solidaridad de la clase trabajadora.
Los sindicatos son de sus padres y sus madres, quiero decir, que hay muchas clases de sindicatos (unos más de clase y otros más de gremio o, incluso, de empresa, unos más reivindicativos y otros más amarillistas, unos más socialistas, anarquistas o comunistas y otros más reaccionarios), pero creo que una de las premisas de cualquier sindicato en un sistema con convenios colectivos tanto de empresa como de sector pasa, necesariamente, por entender que las conquistas sindicales deben pasar necesariamente por mejorar de forma colectiva a las personas trabajadoras, como poco, de la categoría o grupo profesional del que trata la negociación o de todas las personas trabajadoras de la empresa.
Sé que es un poco contraintuitivo, máxime en un país con baja tasa de afiliación sindical (pero luego les reclamamos que se muevan para salvarnos el pellejo, pero no les apoyamos de ninguna forma, así somos), pero los sindicatos en general son conscientes que deben conseguir ponerse la medalla por acuerdos que vienen bien en general a todas las personas trabajadoras afectada por el acuerdo; hacer tratos que solo benefician a tus propios afiliados es, como poco, una cerdada que ataca uno de los pilares no solo de la solidaridad de las clases trabajadoras, sino de las bases del sistema de negociación colectiva.
Es habitual que, en la negociación, al final se llegue a un acuerdo que es firmado por la bancada patronal (total o parcialmente) y por la bancada social (total o parcialmente); normalmente, cuando no todos los sindicatos firman un acuerdo, quien se queda descolgado acusa al resto de vendidos y a veces llama a la huelga o a protestas; si bien es cierto que lo habitual es que el acuerdo afecte a todas las personas trabajadoras, con lo que, sea mucho o poco lo conseguido, toda persona de esa empresa o sector se beneficiará del pacto aunque no pertenezca a ningún sindicato o esté afiliada al sindicato que mantiene las protestas.
Lo que no es habitual es que un sindicato firme un pacto que solo le beneficia a quienes estén afiliados al mismo. Lo que es peor: que esto lo haga un sindicato que se llama a sí mismo de clase. ¿Qué clase estamos hablando si se firma algo que divide a las personas trabajadoras en una misma empresa? CC.OO., un sindicato minoritario dentro de la empresa pero mayoritario en el sector, firmó un acuerdo en favor de sus «afiliados», que genera dos problemas en un sistema como el español: rompe la unidad de negociación y da los datos sobre qué personas están afiliadas a su sindicato (para que se puedan beneficiar del acuerdo). Dárselos a una compañía conocida por despedir sindicalistas… ¿En qué momento pensaron que ese comportamiento era una buena idea? Como digo, va en contra de cualquier proclama de sindicato de clase, de solidaridad de las personas trabajadoras, de unidad de negociación, del funcionamiento de los convenios colectivos, de… ¡de todo! CC.OO. actuó desde un egoísmo individualista muy rastrero.
Ese individualismo, pasado a nivel colectivo, es el que nos lleva constantemente a analizar los conflictos laborales desde la perspectiva de personas consumidoras, el «cómo nos afecta» la huelga en un sector nos hace que la miremos con mejores o peores ojos, que comparemos nuestras propias condiciones laborales con las reclamadas por el colectivo en huelga, lo que genera normalmente ideas del tipo «¡si ya cobran mucho!» o «¡se quejan de vicio!». Así pues, en muchos medios de comunicación se entrevista a personas afectadas por la huelga, poniéndose énfasis siempre en la responsabilidad de las personas en huelga porque el servicio no se presta (¿acaso no hay responsabilidad de la empresa que no ha querido negociar y ha forzado la convocatoria de huelga?) y dando cierta idea de que piden mucho («con la que está cayendo y piden aumentos salariales») o que ya están en una situación privilegiada (ojo: muchas veces es cierto que hablamos de personas trabajadoras con ingresos mucho más altos que la media, pero el problema no son ellas, el problema son las condiciones laborales de las demás personas que estamos en la media o por debajo de la misma); pero comienzo a repetir cosas que ya dije en uno de los artículos recomendados. Así que hay que comenzar a ejercitar un poco la solidaridad de clase, ante cualquier huelga laboral, lo primero es apoyo a la misma; analizando las peticiones o la situación, sí podemos preferir no apoyar dicha huelga (por ejemplo, es una huelga dentro de la industria armamentística pidiendo al Estado subidas de salarios y mayor producción de material; lo siento pero no, eso no se apoya porque el fin último de esa industria es la represión y muerte), pero debe ser una acción crítica desde la consciencia de clase, no desde la consciencia consumidora.