Un fuerte sol asaba a todos los transeúntes, la acera recalentada no hacía más que aumentar el bochorno absoluto de quienes tenían el desparpajo de caminar por las calles de una ciudad cuyo nombre es mejor no recordar. Si Cervantes se puede permitir omitir la localización de sus historias, yo también.
Todo estaba como debía estar, y yo portaba, como todo buen seguidor de los consejos de La Guía, una pequeña toalla en la mochila que siempre acompañaba mi vestimenta, que era absolutamente normal, no incluía, si evitamos pensar en el interior de la mochila, nada fuera de lo común, incluso todo era tan común que resultaba sospechoso a vista de los integrantes de las tribus urbanas. Cada vez que me cruzaba con algún miembro de una de ellas, de las innumerables existentes cuyas nomenclaturas son de difícil recuerdo más allá de la pura retórica, ellos ponían cara de extrañeza, de estar descolocados ante el estereotipo de la normalidad en una ciudad donde los habitantes definían su Yo desde la propia vestimenta, ir con el atuendo que usaba, y uso, era una negación total de la individualidad sometida al grupo. Toda una contradicción.
Pero a lo que iba, que me pierdo. Andaba por la ciudad, siempre en indicativo copretérito, cuando toda la normalidad explotó en mil pedazos, el propio tejido de la realidad espacio temporal decidió irse a tomar viento, freír espárragos o cualquier frase soez que se les ocurra para describir el irse al mismísimo carajo, en buen cristiano. Estoy seguro que cuando Fukuyama escribió el título de su ensayo «¿El Fin de la Historia?», en la que se basa su más que conocido libro de nombre similar pero sin interrogantes, realmente pensaba en algo como lo que estaba viendo y no en las patrañas de la imposición de la democracia representativa liberal como vencedora de las luchas ideológicas, entre otras cosas porque luego se ha retractado de tan tajante categoría.
Realmente había llegado el fin de la historia de la humanidad. Y no solo como metáfora. Y me pilló en la calle. Por suerte llevaba la toalla.
Ver el final de todo lo conocido no es tan malo como pensaba. Si no fuera porque mojé los pantalones, pero dudo que alguien pueda culparme por ello, habida cuenta que las excreciones fueron lo primero que sucedió cuando todos contemplamos el final de la existencia tal cual la conocíamos, de repente el universo se llenó, literalmente, de residuos humanos en los pantalones y ropas interiores de quienes llevamos alguna, quienes no simplemente mancharon el ahora no-suelo y sus antiguas piernas, así que nadie dijo nada cuando nos encontramos en otro lugar.
¿Qué lugar era, y es, este? A saber.
Estoy seguro que los más sorprendidos no eran agnósticos o ateos, los primeros por pura definición, y los segundos porque el “no creer” por falta de pruebas para “creer” deja las puertas abiertas a retractarse en el momento de tener pruebas, en cambio los integrantes de las distintas religiones, por lo que se veía en sus caras, o lo que fuera donde ahora expresábamos lo más profundo de nuestras almas, era la verdadera sorpresa.
En la cara de los creyentes, como decía, se veía la sorpresa, y también una profunda indignación, tal vez, de sentirse engañados. Está claro que no estaba, este chiringuito, lleno de vírgenes esperando a los mártires en nombre de su dios, ni tampoco era el cielo que otros esperaban, y esto de una venida del reino de dios sin que se pase la primera como que sentó mal a quienes se apresuraron a decir que todo era una conjura contra ellos. El nirvana, definitivamente, tampoco era, en tanto que el mismo es más una concepción metafísica, un estado personal, que un lugar, y se alcanza por pura meditación y liberación del yo interior superando lo físico, y estábamos, claramente, en un ambiente exterior. Creo.
Se me acercó lo que pudo ser alguien joven, creo, y tras dirigirme su total atención rompió el silencio absoluto que llenaba tan barroco lugar. Porque sea lo que sea lo que nos rodeaba, parecía diseñado por el mismísimo Gian Lorenzo Bernini, hay que fastidiarse, con lo que me gusta el gótico clásico van y me cascan un fin de la existencia barroca, si al menos fuera gótico flamígero… Pero no. Hasta en eso es injusto el destino.
– ¿Qué ha pasado? – preguntó, con bastante terror, el anteriormente joven.
Me quedé absorto. ¿Así que así nos comunicaríamos? No dejaba de ser interesante, dentro de toda esa barroca confusión, la cantidad de nuevas experiencias que todos tendríamos, siempre y cuando la situación fuera a durar, porque nada, absolutamente nada, permitía prever algo del futuro, ni siquiera que se pueda seguir hablando de futuro y pasado, más allá de tiempos gramaticales.
El que parecía ser un joven me miraba, por decir algo, esperando a que le dijera algo. No sé ni entiendo por qué rayos se acercó a donde yo estaba, habiendo tantos ex humanos a nuestro alrededor, el que me eligiera a mí para realizar tamaña pregunta sonaba a una broma más de este destino falto de crueldad que era, y es, el fin de la historia, la humanidad, y todo lo demás.
– Cuarenta y dos – respondí de la forma más tranquila y tranquilizadora que pude, con un tono hasta paternal, sabiendo que era la única respuesta que tenía para todo, y teniendo la certeza, además, que era una respuesta correcta, una constante universal… Aunque claro, ya no estábamos en el universo que conocemos, ya no podía confiar en que esa respuesta era la correcta a todas las cuestiones, y por primera vez, desde que entramos en esta realidad barroca, sentí miedo por pura incertidumbre.
El que suponía que era un joven, en este entorno realmente no sé cómo valorar temas como la edad, o siquiera si tiene sentido considerarlo, dirigió su atención hacia mí con una furia inusitada, se sentía, le sentía, no solo decepcionado con mi respuesta, sino furioso por la misma, como si le estuviera tomando el pelo o algo parecido… ¿Pero qué pelo? Son formas de pensar, no se lo tomen todo literalmente, mis queridos lectores. O lo que sea.
– No te enfades – tercié sintiéndome un poco mal ante la inopia de mi respuesta anterior -, estoy como tú, ni más ni mejor informado, acá estamos, si es que podemos hablar de un acá y un allá, si es que podemos, siquiera, hablar del ser o el estar – por un momento preferí que el idioma que conozco no separara el ser y el estar de forma tan clara, momento de confusión como el presente son más fácil de abordar con la ambigüedad de otros idiomas en este apartado.
– Lo entiendo – se resignó el joven y se marchó, por decir algo. Me dejó con la palabra en la boca, siempre de forma no literal.
Confusión, eso realmente era lo que existía, lo que sentía, en todas las gentes y seres de la existencia anterior que reproducían su Yo en esta nueva realidad y se confundían en el todo barroco que nos envolvía.
Que no, que no es surrealismo, qué equivocados están todos esos a quienes escucho manifestar dicha consideración sobre el Todo al que ahora pertenecemos, el surrealismo se pone por encima de la realidad, no tiene nada que ver con lo absurdo, y claramente estamos ahora por debajo de la realidad, ya ni siquiera existimos, al menos no bajo las mismas normas físicas de antaño, y no porque las hubiésemos superado, sino porque habían dejado de regir… Tampoco es bizarro, algo bizarro es algo valiente, al menos en nuestro idioma. Surreal y Bizarro son dos palabras que pasarán a la historia por su mal uso, y les pasará como a Nimio, palabra que es su propio antónimo.
Este pensamiento, el de la no existencia de la realidad, me hizo sonreír, metafóricamente hablando, todos esos sabiondos de las físicas y demás disciplinas empíricas y apegadas a la realidad estaban totalmente desorientados, las bases mismas de su conocimiento se habían ido al traste de un solo plumazo, incluso la distinción más básica de la realidad ya no tenía sentido. Por una vez, por una sola vez, los filósofos tenían tantas o más certezas que los físicos. Increíble. Y por una vez yo sabía tanto como ellos. Vivir para ver.
Continué observando el absoluto y plegado entorno, si es que tiene sentido buscar definir como rodeado algo en lo que realmente es parte y expresión de ti mismo, intenté distinguir el Yo del Resto, pero no lo conseguía del todo, ni lo iba a conseguir más allá de las simples definiciones. Me contentaba pensar, eso sí, que el lenguaje seguía teniendo alguna utilidad, como por ejemplo, llenar páginas mentales de pensamientos como el presente. Quien dijera que el pensamiento no es real tenía razón, donde la realidad ya no existía el pensamiento permanecía intacto.
Todo fin es un comienzo, ninguna historia tiene un comienzo y un final claro salvo que hablemos de meras anécdotas, más cortas o largas, pero anécdotas finalmente, no existe consciencia del inicio de la existencia y el final de la misma no acabó con la consciencia del Yo más allá de confundirla en un entorno barroco y aunque no lo parezca, esto es un relato que comienza por el final de la historia y termina cuando el pensamiento agote las palabras.
¿Comienzo?
NOTA: Este cuento fue escrito para el concurso de Base Avalancha 2009, quedando, junto con otros dos, en tercer lugar. Pueden leer todos los cuentos presentados en Relatos Base Avalancha o en Concurso09.pdf.
Muy bueno, pese a que mareas como siempre con tu estilo de subordinaciones enredadas, me ha gustado mucho. Siga escribiendo más de estos cosos!
Ya le he comentado este cuento en alguna oportunidad, así que aquí vayan las felicitaciones por la distinción. A ver cuándo nos sorprende con otro cuento o ensayo. Este tiene un mix curioso.
Saludos
Salud
Gracias por sus comentarios :). A ver si escribo más de estas cosillas… O de Superman contra Goku, jejeje.
Hasta luego ;)