«¡Muera la inteligencia!»

Día internacional del libro, Plaza Mayor de Salamanca

Sin querer insultar a todos los militares, en tanto que conozco a unos pocos bien formados y con suficiente cerebro como para no acatar cualquier orden, pero un soldado, normalmente, me despierta un sentimiento completamente contrario a lo que representan los libros. Hoy es el día internacional del libro según la UNESCO, donde se celebran las muertes de Cervantes, Shakespeare, e Inca Garcilaso de la Vega, los trers el 23 de abril de 1616 (inexacto en todo caso, Cervantes murió el 22 y Shakespeare el 23 de abril pero del calendario juliano, esto es, el 3 de Mayo del nuestro) entre otras muchos nacimientos y fallecimientos. A lo que iba, hoy estuve en el mercado montado en la Plaza Mayor por el día del Libro, adoro esta fiesta consumista-cultural, siempre se pueden conseguir a buen precio libros difíciles de encontrar, o conocer nuevas librerías que no sólo ofertan el último superventas (ojo, lo digo sin desmerecer estas obras, sino que son fáciles de conseguir frente a otros libros).

Me pierdo en detalles y no voy a lo que quiero contar… A la salida de la Plaza Mayor, después de unas horas de disfrutar sin consumir (no más de lo necesario al menos), me encuentro con una camioneta del ejército, bien pintada para mostrar todo lo que mola el ejército (qué poco me gusta esa palabra, «mola», pero es, supongo, la que tienen en mente para vender su profesión, esa o «guay», que tampoco me gusta), con tres jóvenes todo arregladitos y vestidos con el uniforme de campo del Ejército de Tierra del Reino de España, y su pequeño quiosco para reclutar incautos jóvenes que no saben qué salida laboral darle a su vida. ¡Cuantos años de insumisión y lucha de los ejércitos perdidos para ver eso al final!

Dos de ellos, una chica y un chico, sonríen a cuanto joven incauto pasa cerca, para ver si coge algún panfleto, o al menos lo recibe en mano, les cuentan las mil maravillas, oiga, que esto es como una ONG, tendrás aventuras, te enseñarán a tirarte en paracaídas, parecen decir cada medio minuto, como esos patéticos comerciales de la televisión, si quieres ayudar a la paz, métete al ejército, gran ejercicio de oxímoron, los jóvenes, que no son tontos, piensan y replican, y eso de las guerras, el Líbano, Afganistán, ¡y Perejil!, a lo que la joven hará una mueca y con la mano arrastrará cualquier pensamiento lúgubre lo más lejos posible, nada nada, a las guerras van voluntarios, un tercio, por lo menos, latinoamericano, nunca soldados de verdad, ¿no ves lo que nosotros hacemos?, dice mientras se señala a sí y a su compañero ¡Y cobramos un extra de peligrosidad y todo! Con un poco de suerte te toca todo el entrenamiento y demás aquí mismo, en la base de Salamanca, el chico, si no tiene muchas luces y no sabe qué rayos es eso de aprender a matar y a que te maten…

Eso sí, aprenderá a hacer todo siempre con un Sí Señor en la boca, dispuesto a agradar al superior de turno, que además de superior por galones lo es por moral, o eso te dirán y te lavarán cualquier vestigio de voluntad en tanto les perteneces, tu alma como poco, cogerá el panfleto, y cuando cumpla 18, como ya no quiere estudiar, o quiere estudiar pero dentro del ejército (esa gran mentira de «valoramos la alta formación», cuando el ejército, hoy por hoy, lo que más necesita es carne de cañón), y tendrán unos cuantos años un convencido más de que estar de pié ante una puerta en pose marcial es un trabajo necesario para la Seguridad Nacional. ¡Y encima creerá que ir con metralletas siguiendo al ejército de Estados Unidos a medio oriente es un acto de pacificación! Si de verdad quisiera hacer obra social, aunque sea cobrando, debería meterse a una ONG de verdad, no a un ejército, que por más que le llamen ministerio de Defensa y ya no de guerra, y por más que se muestre a los soldados dando alimento, el ejército sigue siendo lo que es, y eso no lo cambia una patética publicidad.

¿A qué viene todo este brote de antimilitarismo en el día del libro? Regreso al principio, al sentimiento, a la subjetividad de mis prejuicios (que los tengo, por supuesto), y veo a los militares a puertas del templo de los libros y centro de la ciudad, al menos por un día, y me viene a la mente ese «¡Muera la inteligencia!» que gritara José Millán-Astray a Miguel de Unamuno aquel 12 de Octubre de 1936, primera «Fiesta de la Raza» del bando fascista ya sublevado, en ese acto donde públicamente Miguel de Unamuno entró en razón y criticó el golpe de Estado e inicio de guerra civil por parte del Movimiento Nacional (que, nunca debemos olvidarlo, apoyó en un primer momento porque consideró que era liberador para la República que se acabara con el comunismo y socialismo, aún así, hay que aplaudir la valentía del intelectual vasco para públicamente condenarse al retirar su apoyo al bando faccioso en plena capital y de forma tan pública).

Y no sé qué me da más miedo, ese militar que desprecia cualquier forma de cultura que no se imponga por mas bayonetas, como aquél general que tiene el dudoso honor de ser el fundador de la Legión Española (Tercio de Extranjeros en su inicio) o ese otro que se ha formado específicamente para arrebatar al pueblo sus derechos, que tan bien conocemos en Perú y ese derecho que históricamente se han arrogado los militares, bajo unos estudios que para ellos les ponen por encima del resto de la humanidad. Y claro, si de «estudiar hablamos», también pienso en la Escuela de las Américas (sobre todo la versión inicial, en Panamá entre 1946 y 1984), que tan triste recuerdo trae a todos los latinoamericanos, por haber dando tantos genocidas y criminales (como Manuel Antonio Noriega, Leopoldo Fortunato Galtieri, Hugo Banzer, Roberto D’Aubuisson, Héctor Gramajo, Roberto Eduardo Viola, Vladimiro Montesinos, Guillermo Rodríguez, Santiago Martín Rivas, entre otra mucha escoria), y pienso que mejor están los militares sin aprender siquiera a contar. ¿De qué les sirve si su labor es matar? ¡Es mejor que no aprendan el arte de matar más y mucho! Esos militares, educados o que odian la inteligencia, representan la antítesis del conocimiento humanista y global que muchos defendemos… Y no sé cuales son los más peligrosos. Los dos. Sin dudas, los dos.

En fin, en la mochila llevaba, camino a casa de un amigo, «Cine, fábrica y vanguardia» de Paolo Bertetto, y al ver a los militares reclutando jóvenes no dejé de sentir escalofríos, esa dentera que recorre todo el cuerpo mientras mi cerebro, prejuicioso, pensaba en la Escuela de las Américas, pensaba en el general José Millán-Astray, pensaba en ese milico que no sabe ni hablar pero bien se cuadra ante los galones del príncipe, mi mente se fue a Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y comparó a los militares con esos bomberos que queman libros, ya que ambos defienden el statu quo sin cuestionarse la brutalidad del mismo, pensé en las represiones tantas veces sostenidas por militares, o creadas por los mismos, pensé en cómo por llevar ese libro en esa misma calle, 35 años antes me hubiesen golpeado y arrestado, y cómo en Perú ahora podría ser perseguido, como si hubiese vuelto Fujimori, Velasco, Odría o la madre que los parió a todos, con perdón y sin él, por estar en el lugar equivocado en el momento incorrecto (como la pobre Melissa). Pienso en Juan Gelman, que hoy recibió otro premio a su gran y comprometida carrera, y no dejo de pensar en los militares que le persiguieron en una u otra ocasión, pienso en García Lorca, Miguel Hernández y Antonio Machado y en los militares del bando nacional (en gran medida por un libro que acababa de hojear pensando en comprarlo, de Ian Gibson, titulado Cuatro Poetas en Guerra), pienso en tantos que estoy desbordado…

Mi mente se abarrota de ideas, ninguna de ellas positiva, nombres y lugares se agrupan para construir un prejuicio contra dos personas que nada me han hecho, no ellos en particular, sí su institución, sí lo que representan, mi yo más consciente me grita que deseche los prejuicios, por ello apresuro el paso, no veo para atrás, ha sido un sólo momento el ver a los militares… acostumbrado como estoy a vivir cerca de cuarteles, sea en Perú sea en Salamanca, la vista de soldados me debiera pasar inadvertida, normalmente así es, pero hoy no, no ahí, no con esa actividad de reclutamiento mediante la falsedad perpetua, no al lado de la fiesta del libro. Todos los días veo tanquetas, paso al frente de soldados mal cuadrados cuidando puertas traseras del cuartel, y me da bastante igual, ni los veo ni ellos me ven, pero hoy no pasaron desapercibidos, no me gusta que un joven que acaba de comprar un libro, que esté deseoso de absorber cultura, se vea en los brazos de todo lo contrario. Con perdón de los que sí la tienen (y nunca entenderé cómo se quedaron en las instituciones armadas, sea dicho).

Termino, que esto no va a ninguna parte, y ya deben estar cansados de leer mis filias y fobias, que a cuento de nada vienen, hay cosas más importantes que esto. Eso sí, aprovechando que estamos en el día del libro, y el tema que tratamos, una recomendación:

«En Legítima Desobediencia. Tres décadas de objeción, insumisión y antimilitarismo», del Movimiento Objeción de Conciencia, editado por Traficantes de Sueños en el 2002 en Madrid (IBSN: 84-607-4295-4).

7 comentarios en ««¡Muera la inteligencia!»»

  1. Interesante, tambien es curioso que sea un militar peruano (el general Marin) el que dio origen al lema de lo que era el CAEM «Las ideas se exponen, no se imponen»

    Y…. habiendome acostumbrado de toda la vida a llamar a este dia «Dia del Idioma», sigo pensando que la Unesco le dio un buen pretexto a España para no llamarlo asi, «para no ofender sensibilidades»….

  2. La letra con sangre entra dicen algunos… el problema es que por las letras libres corrió mucha sangre bajo el puente. Entre una bota y un libro siempre preferiremos lo segundo. Agradezco el gesto del libro.

    Un saludo

  3. Salud

    Gracias a los tres por los comentarios.

    D. Ernesto: ¡CAEM! No me salía el nombre para nada, esa es la escuela de nuestros grandes pensadores en plan «somos los verdaderos guardianes del Perú» y su Plan Verde y la madre que los trajo :P.

    Supongo que «el día del idioma», cuando quiere servir para todos los idiomas, a fin de cuentas es el día del libro en casi 100 países, no creo que «día del idioma» fuera un nombre apropiado… máxime si querían hacer, como hicieron, poner lo de «y de los derechos de autor», con día del idioma no cuadra, con día del libro sí :P.

    D. Rubén: ¡¡Espero que te sirva!! Luego te lo robo temporalmente (hurto de uso, que le llaman). Prefiero, sin dudas, el libro a la bota, Alan García no (prefiere la patadita :P).

    D. Josemanuel: Jajaja, creo que cuando definieron la palabra oxímoron estaban pensando en «inteligencia militar» :-D.

    Hasta luego ;)

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