Su casa, sus reglas

Cada vez se repite con más frecuencia: una persona con cierta llegada o un colectivo ven cómo su página o usuario en una -mal llamada- red social es bloqueado. Las explicaciones suelen ser nulas y las razones se encuentran, no pocas veces, en una coordinación de los «reportes» de algo que ha publicado esa persona o colectivo. Por supuesto, en esas redes hay mil mensajes peores -en todos los sentidos- que nadie ha reportado o no lo suficiente para su bloqueo. Además, en algunas de estas plataformas, por lo que quieren ser, directamente impiden que se suba o publique determinados contenidos, lo cual hasta obliga a cambiar logotipo a algunos colectivos.

De esas páginas web, aplicaciones, plataformas y demás fauna asimilada o asimilable he hablado en repetidas ocasiones en esta bitácora (por poner algunos ejemplos: Motivos para estar (o no) en las llamadas «redes sociales», Servicios centralizados y control, Nuevas condiciones: tú nos perteneces, Amazon, 1984, prensa y control, Cambiando intermediarios… a peor y ¿Activismo en la Red?). Esta entrada es otra más…

Vayamos al lío: todo pasa por un uso y abuso por parte de los propietarios de esas plataformas en qué se puede publicar y cómo. Censuran una «fanpage» feminista pero dejan en pie una de defensa de la pedofilia, borran una imagen de los campos de concentración nazi, como denuncia y homenaje, pero no un cartel racista, y así mil ejemplos o más. Lo del borrado automático de imágenes tiene su miga (a veces la forma en que las autoridades intentan meter mano a algunos de los problemas de la Red de Redes no ayuda, como es la reciente ley aprobada en Alemania).

Algunas redes sociales, como la propia FB, están pensadas en una versión «alegre» de la vida; no son espacios de debate ni, por supuesto, de denuncia y reivindicación (no están construidos para eso, aunque se puedan usar), es una plataforma que exige firmar con nombre y apellidos (sí, muchos se lo saltan; pero es a lo que se agarran cuando cierran muchas cuentas: no están correctamente identificadas la persona por detrás de la misma). El pajarito, por otro lado, sí busca cierta interrelación más fuerte, pero también más mosqueada y efímera. Ninguna de esas plataformas tiene problemas en borrar lo que a varios o muchos molesta, y responden a unas necesidades e ideología concretas (no, las herramientas, esas herramientas, no son neutras) y, normalmente, solo les interesan las leyes de donde se encuentra su sede central, el resto les da más igual (sí, tienen que cumplirlas o no estar en ese país, pero no son proclives a adaptarse a las mismas).

No son «redes sociales», esta idea hay que desterrarla. Son plataformas sobre las que se pueden crear redes pero, siempre, extremadamente cerradas (para los que pertenecen a esa plataforma), entornos controlados y centralizadores (existen alternativas libres que sí favorecen la creación de nodos descentralizadores), además de unificadores y uniformadores (desde el diseño hasta todo lo demás, son simplificadores de la realidad, ya sea por el límite de caracteres -saltado con imágenes o hilos, pero en todo caso, descontextualizados- o por las pequeñas listas desplegables o de selección múltiple que te «ayudan» a «clasificarte» o «señalar» tu estado anímico o relacional), con todas las ventajas que eso entraña (visibilidad, principalmente), pero también todos los peligros.

Si tu herramienta de comunicación la controla un tercero, ese tercero te puede apagar, anular, sin ningún problema. Eso siempre lo debes tener claro, incluso si consideras que estar en las (mal llamadas) redes sociales es importante (en Lee Los Lunes decidieron que querían un TW -que por ahora llevo yo- y en De Igual a Igual aprobaron un FB tanto para el portal como para Igualito -en ambos casos, no me acerco ni con un palo, por ahora el encargado está ocupado en otras cosas-) hay que ser conscientes que ni es ni puede ser el centro de las comunicaciones (conozco demasiados casos en que han dejado la Web propia de lado para centrarse exclusivamente en una o varias de estas plataformas, normalmente con excusas como «más simple» y «todo el mundo está ahí»). Volvemos a lo del principio, al título mismo de esta entrada: estaremos en casa ajena. Podremos rabiar todo lo que queramos sobre lo injustos que son borrando nuestro contenido, censurando un pezón femenino pero no uno masculino, quitando una cuenta de defensa de los animales pero dejando una de tauromaquia, todas nuestras lágrimas caen en un error grosero: pensar que son espacios de libertad de expresión.

Son, no lo olvidemos, los cercos privados de unas personas cuyo interés no es fomentar la libertad de expresión y dar pie a una buena experiencia informativa, sino ganar dinero con nosotros. Los que participan en esos espacios, además, suelen ser «usuarios gratuitos», esto es, cuentas que no pagan por un servicio. En realidad son el producto de ese servicio, de esa plataforma, que vive o pretende vivir, por un lado, de anuncios (no lo olvidemos) y, por otro, de comercializar con nuestros datos más o menos privados. Nuestros datos, en cualquier caso.

¿Queremos -de verdad- redes sociales que sean espacio de libertad? No lo encontraremos en el tipo de compañías donde nos estamos «alojando». Pero las alternativas libres y distribuidas (con lo que sería más difícil pararlas, como lo es el correo o el sistema de sitios web propios) no queremos ni olerlas. Porque, en el fondo, estamos cómodos regalando todo a esas compañías y haciéndonos los ofendidos de cuándo en cuándo por sus absurdas y abusivas políticas de uso (pero damos a aceptar, nos olvidamos de ellas y volvemos al ruedo).

Como extra:

En estos tiempos de mala información, de inmediatez y otras palabras más o menos vacías que se usan, hemos decidido que la forma de mejorar las cosas es darle el control de nuestra vida (la información que vemos) a determinadas compañías cuyos intereses están lejos de ser los nuestros (sí, me refiero a todo ese movimiento pidiendo, digo, exigiendo que FB o Twitter se dediquen a «verificar» el contenido de las noticias que allí circulan, ¡¡a las antorchas!! -aunque ya hay iniciativas más sociales para que se avise de forma automática si lo que se está leyendo es un bulo-).

Se parte de una premisa que es cierta: la gente tiende a creerse lo que va de acuerdo con su propia ideología (sesgo de confirmación más el sesgo de disconformidad junto con el efecto del falso consenso -normalmente reforzado por los círculos en los que nos movemos dentro de una determinada plataforma, ¡es que todo mundo dice lo mismo!-), con lo cual, «colar» noticias falsas es increíblemente sencillo desde un punto de vista psicológico. Y se llega a la peor conclusión: que los intermediarios hagan nuestros deberes (esto es, que TW, FB y demás sean los guardianes de «La Verdad»). Mientras deberíamos comenzar por lo básico, esto es, educar para usar por lo menos bien un buscador (sí, poner una imagen en un buscador nos deja ver que esa foto no es de Venezuela, o buscar eso de los 30 hombres asesinados y caer en la cuenta que no puede ser una noticia recurrente, y así mil más que son bastante simples de pillar) o concienciar un sentido crítico global (las afirmaciones extraordinarias necesitan pruebas extraordinarias, correlación no implica causalidad y que no entiendas el significado de algo no puede servir como excusa para que te creas cualquier explicación sobre el mismo), buscamos un atajo fácil y peligroso: que el intermediario elija la realidad.

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