Centro y consenso: todo en la derecha

«Hemos vuelto», dijo el jefazo del PSOE. Así que era cierto: se habían ido. Rosa María Arta, en El Diario, apostillaba «desde la derecha sin remilgos» (y explica por qué lo dice, claro). Esta frase, junto con cuatro pinceladas más, han servido a la derecha más reaccionaria para tachar al PSOE de «radical», «extrema izquierda» y demás sandeces tan lejos de la realidad del propio partido y, mucho más, de sus experiencias de gobierno. Si el PSOE fuera la mitad de socialista de lo que dicen que es, España ni sería una monarquía ni tendría un sistema económico capitalista. De hecho, el PSOE se reconoce lejos de IU -y no por la izquierda, se entiende- y Bono, por dar nombres, prefiere que el PSOE pacte con el PP que con IU por esa «vocación a las mayorías»… En realidad el PSOE siempre ha votado más con el PP que con IU -incluso en esa época llamada de «la pinza» entre IU y el PP, la realidad parlamentaria fue otra-.

Me sirve un ejemplo de esta idea de que todo lo que no es derecha es «extrema izquierda» -y no es que generalice una anécdota de un don nadie sobre el total, sino que es la línea editorial de un diario de tirada nacional que se repite constantemente en otros medios- la forma en que se ha tratado la «huelga de basura» en Madrid. No voy a pormenorizar nada, solo señalar la posición mantenida por el director de La Razón, Francisco Marhuenda, en la tertulia de La Sexta: cada vez que alguien decía «huelga de basura» él interrumpía para decir «huelga de la izquierda», apuntando a que era una «huelga política» montada por la extrema izquierda para dañar a la alcaldesa de Madrid… ¿Los despidos, bajadas de salarios y el empeoramiento general de las condiciones de trabajo no son motivos para una «huelga laboral» con todas las letras? Para el mandamás de La Razón no, son una huelga movida, convocada e impuesta por «la izquierda» contra la política perfecta de quien gobierna la capital de España, cuyo mayor mérito es ser la esposa del ex presidente y haber «heredado» el ayuntamiento. En el fondo el discurso es que nadie se queja por las medidas que toma la derecha, sino que la izquierda solo destruye y busca destruir a la derecha para montar un Gulag en España.

¿Por qué pasa esto? Es simple: se han empecinado en decirnos que en el centro está la mayoría, y que el centro, siempre en continua (in)definición, está en la derecha.La derecha es el centro declaró sin cortarse un pelo el mismísimo González Pons en ABC -ser de derechas, además de ser de centro, es ser españolista, ¡como si no existieran derechas de otras naciones!-, y para ganar las elecciones hay que tomar el centro, por tanto, hay que comportarse como la derecha. Este discurso lo compra el PSOE, lo amasa y lo usa para distinguirse de, por ejemplo, Izquierda Unida -partido que está, mal que les pese, lejos de la extrema izquierda-: ellos, dicen, son un partido con vocación de mayorías que gobierna para todos, así que deben jugar en los términos de la derecha -esto último no lo dicen, pero se lee entre líneas-. ¿Cuándo el PP ha gobernado para los izquierdistas que le odian y no le votan? Nunca. Más bien, toda queja es tachada de «izquierdista» -aunque no lo sea-, todo el que abre la boca o no está de acuerdo con una medida es «un mal español»; y es un partido de vocación de mayorías.

Es un tema de consensos entre las élites económico-políticas -no entre la ciudadanía-, y con los, por supuesto, creadores de opinión pública; el consenso se ha marcado en la derecha en todo el sentido de la palabra, y por eso la derecha es el centro, el centro es donde está ese consenso. Tanto la constitución española como los tratados de la Unión Europea marcan un funcionamiento burgués-liberal, los pequeños triunfos de la izquierda dentro de esos textos -y hay muchos más en la propia constitución que en los tratados de la UE- se ven minorados por las prácticas aceptadas por los que gobiernan en lo político y económico -nuevamente, un ejemplo es la huelga, la utilización de este derecho fundamental siempre es tachado de negativo y se pide, una y otra vez, que se declare ilegal o se legisle en favor a limitar su uso aún más-.

El consenso en el plano internacional es básicamente el mismo. No está ni siquiera en las formas democráticas de funcionamiento, sino exclusivamente en la forma capitalista de organizar la economía. Y no termina de importar tanto que sea un capitalismo de Estado o un Estado de los capitalistas -permítanme este juego de palabras-, por eso China puede funcionar tan bien en el mundo globalizado y capitalista, siempre y cuando deje jugar a las empresas de las democracias y respete las normas de la OMC, todo está bien.

Todo lo que se aparte de ese centro -que está en la derecha del espectro político- es extrema izquierda. Incluso si trazamos una raya, digamos, entre el PP y el PSOE, todo lo que se aparte de los más moderados del PP -en la nueva definición de derecha es el centro- ya sería extrema izquierda. Así se entiende que el PSOE sea de extrema izquierda ahora que han vuelto a lo que fueron antes del 2010. No olvidemos, por favor, que fue el propio gobierno del PSOE quien comenzó con todas esas reformas que el PP ha continuado -la propia reforma laboral del PP se califica como profundizadora de la del PSOE, entre ambos partidos reformaron la constitución y entre los dos cambiaron el sistema bancario-.

Durante un tiempo el «consenso» en Europa, además del capitalismo, fue el «Estado de Bienestar» surgido de las mentes más conservadoras dentro de la socialdemocracia, unas migajas dados por la derecha capitalista a la izquierda socialdemócrata para que dejara de perseguir la utopía socialista, una falsa idea de progreso liberal que les llevó a rechazar el marxismo del que una vez surgieron. Ese mismo consenso se fue virando a la derecha poco a poco, donde los propios socialdemócratas iban redefiniendo su papel y el del Estado en la economía -una pequeña evolución de este pensamiento lo pueden encontrar acá-, para acabar en el consenso actual. A la derecha no le pareció suficiente y aprovecha esta crisis para acabar con lo poco que había.

En las bases del PSOE esto también se critica la postura de muchos de sus líderes, dicen que el PSOE debe reivindicar su -tímida- izquierda, la socialdemocracia que dicen defender. Pero es que la socialdemocracia que el PSOE -y el resto de partidos europeos de este palo- ya no es ni lo que era, como menciono en el párrafo anterior. La emancipación de los trabajadores mediante la toma del poder -que supone también la conquista del poder económico y la reformulación de las bases de trabajo y distribución- no está ya ni en sus sueños más húmedos e inconfesables, no es parte del programa.

¿Con toda esta parrafada qué quiero decir? Que lo primero que debemos hacer es romper el consenso impuesto -sé que suena contradictorio, pero es que no es un consenso ciudadano, es un consenso entre las élites- y, luego, no tener miedo a plantear nuestras ideas, a negar ese inexistente centro -o al menos, dejar claro que la derecha es la derecha, no el centro: el centro es un término relativo entre dos puntos, uno de esos puntos no puede ser considerado como centro-. No podemos aceptar la sacralización de la economía de mercado -el capitalismo- como se pretende y mantiene en la actualidad.

En otras palabras, no podemos aceptar, de forma timorata y como hace el PSOE -sus mandamases al menos-, que se plantee el capitalismo como centro y que solo se pueden realizar matices sobre el mismo porque, a la postre, esto es lo que nos ha llevado -o mantiene, más bien- sometidos a los intereses de unos pocos -muy pocos-.

No podemos aceptar, en otras palabras, el pensamiento único que sale de ese falso consenso en que la derecha es el centro.

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