A veces se nos olvida que todo lo que somos es un proceso, y en el mismo el aprendizaje (en todas sus facetas) es indispensable. Los «nativos digitales», esos menores (o ya no tan menores) que han vivido más o menos rodeados de tecnología, que casi no entienden la vida sin pantallas acá y allá y ya tienen cuenta en todas las «redes sociales» habidas y por haber, y que les presumimos, los mayores a los que nos costó aprender cómo movernos, que ya están de vuelta de todo, necesitan, claro que necesitan, formación. Además, el saber cómo usar algo no significa que se sepa cómo funciona. Todos sabemos «usar» (en el sentido de «usuario») un avión, un televisor y una radio, pero, ¿realmente sabemos cómo funciona? Además del «cómo funciona» desde el punto de vista técnico hay que aprender, también, el cómo funciona desde el punto de vista económico, político y, claro, los riesgos y beneficios que el sistema tiene, no ser un mero «usuario» pasivo, también los derechos y obligaciones que supone un uso de, bueno, ese mundo digital, y la relación con terceros.
Uno de los problemas cuando nos enfrentamos con «nativos digitales» justamente es su condición de «nativos», dan por hecho que las cosas son como son de forma natural, que las cosas funcionan «porque sí», ellos han ido aprendiendo de forma comunitaria a usar los distintos servicios, de forma gradual según van saliendo, y en muchos casos son servicios existentes antes de su contacto independiente con la propia Internet (o dicho de otro modo, cuando tomaron conciencia de su propia existencia ya existía YT, FB, la mitad de las cosas de Google y demás), con los que han interactuado como si fuera un apéndice más de ellos, así que, salvo los más curiosos, es difícil que se planteen el modelo de negocio, el tema de los derechos de las fotos, o por qué Menganito puede (o no) subir una foto en que aparece Sutanito, asumen como natural que el servicio existe sin plantearse cómo funciona, asumen que el uso es que cualquiera suba fotos y cualquiera use las fotos (o lo que sea) subidos por otro.
¿Les parece una tontería? Hagan la prueba, pregunten a cuanto chiquillo tengan a tiro si tienen cuenta en una «red social» de tipo FB, Hi5, Tuenti, la que sea, y pregúntenles cómo se financia esa «red social», descubrirán respuestas de lo más pintorescas. También pregúntenles qué cosas pueden hacer con las fotos suyas en que aparecen terceras personas, qué pasa con esas fotos cuando las suben en relación a sus posibles usos posteriores (algo que está en los términos del servicio), y qué ocurre, básicamente, con todo lo subido a Internet y las consecuencias sobre uno mismo en el futuro.
Estos días, en el campamento urbano del barrio, trajimos a un profesor de informática que da cursos sobre riesgos y beneficios de Internet para gente de la ESO (secundaria) y para padres, que muestra cómo tratar ciertas cuestiones y siempre parte, pero siempre, de una pequeña charla-coloquio muy socrática para ver qué saben los menores sobre cómo funcionan las cosas, una pregunta típica (que la hizo a los del campamento) es cómo se financian los servicios que todos ellos usan, existía un total desconcierto sobre ese tema, muchos no se habían planteado jamás la cuestión, otros pensaban que se pagaba con dinero del gobierno, vía impuestos o algo así (para ellos un buscador es tan natural como el colegio al que van y la sanidad que usan, si los dos últimos los paga el gobierno -con el dinero de todos-, ¿por qué el buscador no? ¡es lógico!), otros pensaban que todo era altruista o no se habían parado a pensar en que había gente viviendo de eso (y bastante bien), ni cuánto puede costar mantener una infraestructura.
Este profesor cuenta cómo los «nativos digitales» asumen como natural que existan servicios «gratuitos» (al igual que nosotros asumimos como natural que haya televisión en abierto), que rara vez se preguntan cosas como la financiación, aunque sabían que eran negocios rentables (casi siempre por alguna noticia), en cambio, cuando le tocaba explicar esos mismos servicios (algunos sin publicidad evidente) a gente bastante desconectada del mundo digital y con cierta edad, la pregunta inmediata era «¿y eso quién lo paga?», en parte porque esa gente está más preocupada en cómo vivir (esto es, se trabaja para ganar dinero, nadie trabaja gratis, y todo eso) y porque saben que nadie da duros a cuatro pesetas.
Así que esos «nativos digitales» se sorprenden mucho al descubrir cómo funciona una parte de ese mundo que para ellos es absolutamente «natural», les impacta que les digan que están usando realmente mal algunos servicios (cuando se comienza a hablar del manejo de la privacidad y los usos de las «redes sociales», y esto olvidando que usan servicios para los que no tienen edad siquiera), y por supuesto, les impresiona cuando se les comenta que ellos no son el cliente, son el producto, y esto último debería ser lo primero que un «nativo digital» debe aprender, a manejarse en esa jungla donde a veces él es un cliente (modelo de pago o el intermedio, el dichoso fremium), donde a veces es el producto (y más en ese mundo digital del todo gratis pero nada es gratis) y a veces las dos cosas (¿cada vez más?).
En otras palabras, cuando nos enfrentamos a toda esa población de «nativos digitales» que creen (porque lo creen) que están a vuelta de todo porque ya saben «usar todo» la parte pedagógica, la parte de «enseñar a usar», de los «riesgos y derechos», se vuelve más importante de lo que parece, porque no nos enfrentamos a una «tabla rasa» en la cual decidimos qué conocimientos enseñar y cómo los enseñamos, sino con una mente ya educada, y educada justamente por quienes más interés tienen en que no exista «educación digital» (por los prestadores de los servicios en Internet, por los que les usan como productos) y contra (porque es contra) unos usos sociales que poco a poco se van estableciendo, esto es, tienes que enseñar contra lo que consideran natural.
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