Cero de autocrítica. El otro día en clase (de Políticas Públicas Socio-Laborales) se comenzó un breve debate sobre el tema de los altos sueldos de directivos, sobre todo de las entidades financieras, también de las intervenidas, a raíz de un artículo de no recuerdo quién publicado en El País que abogaba porque la «mano visible» del Estado guiara por el camino «correcto» a la «mano invisible» del mercado y evitar crisis como la actual. Ante todo, estoy de acuerdo con la crítica a esos salarios, a esa desigualdad salarial que no deja de crecer (en España es sangrante, los altos directivos son de los mejor pagados de la UE -entre los primeros puestos, no el primero-, mientras que los trabajadores estamos por debajo de la media, además, se ha incrementado los salarios de los altos directivos mientras el poder adquisitivo de los trabajadores ha bajado en la última década), y que la estructura salarial (de primas) favorece la especulación y la toma de decisiones arriesgadas que nos han llevado a la actual crisis (una de las tantas concausas).
Pero creo, y dedicamos mucho tiempo en eso (dedican los medios y dedicamos nosotros en nuestros debates y comentarios) a hablar sobre los salarios de los ejecutivos, sobre si se deben o no limitar, o la forma de regularlos (al punto que es un tema que acaba en la agenda de los políticos, al menos en sus discursos), pero ese no es la parte fundamental del problema, como mucho el enésimo síntoma de un sistema enfermo y estructuralmente desigual e injusto. Sobre la perversión en el objeto de debate, sobre todo para la izquierda, ya hablé bastante: «El debate de la crisis (I de II)» y «El debate de la crisis (II de II)». Sobre la crisis en sí misma, también me he extendido en otras ocasiones: «Apuntes sobre la crisis (I)» y «Apuntes sobre la crisis (II)». Sobre los extremos ya tratados intentaré no entrar…
El objeto de esta entrada, más bien, es para insistir en una idea que usé como argumento en clase: El problema no es tanto que los directivos tengan sueldos absurdos por pura altura (sean o no tiempos de crisis), sino, en todo caso, en el cambio de tipo de accionista en esas empresas y que las mismas terminen descapitalizadas para contentar a los accionistas que no buscan ganar dinero con esa empresa, sino de esa empresa.
Me explico: Desde hace ya mucho que el inversor típico, el propietario de acciones, ha cambiado. No solo son «propietarios» los más acaudalados, sino que, por medio normalmente de «paquetes» y «planes de inversión» (contando planes de pensiones) el ciudadano «común» accede al mercado financiero, y lo hace como «inversor» puro y duro, no le interesa para nada qué acciones pueda tener, o sea, de qué empresas concretas, sino sacar el máximo rendimiento al dinero invertido en las acciones que sean. ¿Qué incentiva esta fórmula de inversión? La especulación, la pura y dura especulación, esa que hace que el IBEX 35 en bolsas como la madrileña, en plena crisis, haya recuperado más de un día los doce mil puntos cuando, hace diez meses, estaba en seis mil ochocientos puntos.
Por supuesto que grandes entidades financieras y consultoras de todo tipo sacan tajada de este estilo de inversiones, que son las que mueven a un número grande de pequeños inversores y siempre (o casi siempre) ganan, pero no deja de ser cierto que si existen directivos que descapitalicen empresas es que los inversores de esas empresas quieren que se descapitalicen, porque lo que les importa es el beneficio a corto plazo que les reportan las acciones de dichas empresas y no que la compañía, al medio o largo plazo, no solo goce de buena salud, sino que crezca. Esos inversores quieren dos cosas: a) que el precio de la acción suba para ayer; b) que se repartan los máximos beneficios aun a costa de la viabilidad futura de la empresa (tras la cosecha, si eso, venderán las acciones lo antes posible).
Que una empresa pague más o menos a sus directivos me trae bastante sin cuidado (cuando han recibido dinero público es otro asunto), ya que, entre otras cosas, no afecta al sistema económico realmente. Que una empresa financiera (u otras grandes y centrales) se descapitalice es un problema bastante gordo para el sistema en general, puesto que, al primer problema, el efecto dominó puede ser bastante gordo. Una de las concausas de esta crisis vino, justamente, de las descapitalizaciones por el pago de dividendos futuros injustificados.
Es cierto que todo está unido, esos altos ejecutivos cobran bonos por dar dividendos al margen de los resultados reales de la empresa, y son los accionistas actuales, los que se benefician de esas malas prácticas, las que contratan a los miembros de las Juntas Directivas que llevan a cabo dichas estrategias nada saludables para lo que ahora llaman «economía real».
Pero incidir solo en el lado de las retribuciones es no solucionar el problema, sino, es simplemente haber encontrado un cabeza de turco para culpar y quedarnos todos con la consciencia tranquila. Eso sí, el sistema que permite los dividendos, los juegos en mercados de derivados, y que los ciudadanos comunes incentiven malas prácticas mediante la suma agregada de sus pequeñas inversiones pero grandes avaricias, continúa, y con ello, el sistema está en peligro aun de entrar en crisis como ya lo hizo.
Es difícil que admitamos nuestra parte de culpa en todo el asunto, no lo hemos hecho tampoco con respecto a la burbuja inmobiliaria: Se culpa, sin parar, a las promotoras, a los bancos, a los ayuntamientos que se lucraron, a todos menos, por supuesto, a todos esos españoles que compraron segundas viviendas únicamente para especular con ellas, recuerdo demasiado cómo se decía que la mejor inversión era en un piso, cómo la mayor parte del mercado vivía de la venta para segundas viviendas, cómo se mentía en las declaraciones de la renta para que desgravara como una primera vivienda (poniéndola a nombre de un hijo o de la pareja si no hacían declaración conjunta), cómo las inmobiliarias vendían, sobre todo, viviendas de particular a particular. Son todas esas personas que se lucraron con la burbuja tan responsables como los bancos y las promotoras, pero solo se echa la culpa a estos últimos.
Toda esa gente que ha invertido a medio o largo plazo en fondos de inversión (o cualquier fórmula financiera ofrecida por los bancos que era, básicamente, jugar en bolsa, como son muchos depósitos a plazo fijo, planes de pensiones, entre otros), sobre todos los de medio y alto riesgo (que daban mejores porcentajes de beneficios máximos), son parte de la crisis desde el punto de vista del incentivo de prácticas inmediatistas sobre planes a largo plazo, son parte de esa cultura (en su justa medida, tampoco son los grandes inversores ni los principales culpables) que paga salarios millonarísimos para personas que descapitalizan la empresa en que trabajan solo para poder pagar dividendos a los accionistas y llevarse bonos absurdamente altos. Son responsables.
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Dentro de esa cultura básicamente especulativa está esa nueva forma de hacer empresas, pensando en el momento en que la misma será vendida. Ya la salida a bolsa no es entendida como la evolución natural de una empresa que crece tanto que para seguir creciendo necesita inversionistas de todos lados de forma y movimiento constante, sino que ya se piensa en «vender» la misma casi desde el día en que se crea, así «exit» sí que significa «éxito», como bien describe Ernesto en Consultor Internet.
Completamente de acuerdo, en un contexto asi Henry Ford y Bill Gates lucen como autenticos heroes (en un buen sentido de la palabra si eso es posible) del capitalismo por haber hecho prosperar sus empresas con miras en la salud de la empresa en el futuro, y no en el proximo pelotazo.