Ya me han leído muchas veces cargar contra la publicidad. Saben que no estoy contra la creatividad en la misma, sino contra las mentiras que sueltan con total impunidad. Una cosa es admitir cierta relajación en cuanto a la utilización de la exageración y otra muy distinta permitir la publicidad que lleva a engaños.
Hoy en Metro se puede leer una columna de la periodista Eva Orue titulada «Reclamaciones» (edición nacional, página 8) donde pone en manifiesto la exageración inglesa al momento de realizar reclamaciones por «publicidad inexacta», a la vez que deja caer que en España se debería reclamar más (y digo yo que en el resto de los sitios donde la publicidad tiene patente de corso, como el Perú).
Está claro que la publicidad no sirve como fuente de información (y la que da hay que cogerla con pinzas), pero muchas veces cruza la línea de la «no información» hacia el «engaño», o mejor dicho, la mentira más que descarada («autos ecológicos«, «tarifa plana y simple de Internet móvil«, productos denominados «bio» que no podían llevar dicho nombre por el proceso de producción y origen de los mismos, y mil y un maravillas que no lo son ni se les parece).
Los ingleses (como gran parte del mundo anglosajón), cierto es, hacen cierta dejación de la responsabilidad personal y no dudan en pedir cuentas a terceros, esto es, terminan reclamando absurdos (¡que encima ganan!), aunque en muchos la razón les asiste: Si algo no es cierto, no se puede afirmar como si lo fuera (como aquél cartel de «365 días de sol» del anuncio de la agencia de viajes, que cuenta la periodista Orue).
¿Qué pasaría si reclamásemos más? Posiblemente llenaríamos los tribunales de pleitos un tanto banales (en términos relativos, claro), que tal vez sean más bien largos e infructuosos por la propia estructura actual de la judicatura (que tengas pleitos y los ganes, dice la maldición gitana), pero puede que las compañías, como pasa en el mundo anglosajón demasiado a menudo , comiencen a realizar acuerdos con los reclamantes (por ejemplo, devolución del importe de las vacaciones no disfrutadas según las afirmaciones de la publicidad -estuvo nublado, en el caso del inglés que vino a España-, más una pequeña indemnización en su caso).
Mientras tanto, eso sí, la publicidad no cambiará (a mejor, se entiende), siempre será mejor pagar a uno y estafar a diez que decir la verdad y que «tal vez» esos diez no se dejen estafar (al menos tan descaradamente). Y tranquilos, si el dinero de esas supuestas indemnizaciones fuera «alto», el precio de las mismas se repercutirá al resto de clientes estafados.
¿Por qué no creo que la veracidad en la publicidad mejorara en el supuesto dado? Por lo que decía, las marcas que tienen que «engañar» o «engatusar» con información, digámoslo así, poco exacta, seguirán haciéndolo como hasta ahora, mientras que las marcas que venden por el simple hecho de ser esa marca (cada vez hay más, cuya publicidad no dice nada, absolutamente nada, simplemente deja en la retina la imagen de la marca) no necesitan siquiera dar información «poco cierta», ya que no dan ninguna.
Por otra parte, las empresas que venden bajo información poco veraz seguirán evitando dar datos ciertos (no pido, como se entiende, que digan todos los pros y contras de su producto o servicio, ni mucho menos, sino que dejen de mentir descaradamente en su publicidad, es distinto), esos productos o servicios se venden en un mercado en que la competencia es mentir al ciudadano, digo, al consumidor.
Está claro que ser una sociedad reclamona no garantiza una buena (veraz) publicidad, sin ir muy lejos, los dos casos de publicidad «poco cierta» o de exageraciones demasiado atrevidas o amplias (sol todo el día y todos los días) serían impensables justamente en el país donde se desarrollan los dos casos narrados por la periodista, y eso que son sociedades que saben que los tribunales están para atender sus asuntos, y que tienen derecho a una información comercial cierta, y que si no se da, hay que agotar los procesos legales…
Justamente desde esas sociedades, Estados Unidos a la cabeza, seguida de cerca por Inglaterra y demás, nos demuestran un día sí y otro también que sale más barato (o rentable, si se prefiere) engañar que decir la verdad, y también es por eso que esas sociedades e forman desde el imperio económico de las marcas, de las que se forman un nombre, por qué no decirlo, engañando también (una vez que consiguen el mismo, simplemente venden el nombre y no el producto), o basados en marcas que son incapaces de decir la verdad, incluso pudiéndose dar el lujo de hacerlo (el caso de McDonald’s y su «desayuno saludable»).
¿Cómo solucionamos esta vicisitud? ¡Como si pudiera dar respuesta a esa pregunta! En realidad, hoy por hoy, el camino a seguir es plantear esas reclamaciones, ya sea individualmente o por medio de asociaciones y organizaciones de consumidores (en muchos casos hacen grandísimos trabajos en este sentido, sobre todo en la información dada en el envase del propio producto), es el camino dentro del Estado de Derecho con una economía capitalista, esto es, el capital manda, pero con el Derecho nos defendemos (y ellos de nosotros, sea dicho).
El sector de la publicidad vive del engaño (o del arte de engatusar, si se prefiere), así que para «realmente» solucionar el problema haría falta un gran cambio en todo el sector (desde la propia educación), lo cual es virtualmente imposible en un sistema capitalista donde el cliente manda. Como he hecho en más de una ocasión, defiendo el trabajo mercenario de mi profesión, así que también lo hago en las otras, contando a los publicistas.
Contra los que debemos cargar, como consumidores, no es el publicista en concreto, es la compañía que pide una campaña de mentira y engaño, que nos dejen de tratar como verdaderos idiotas, que dejen de apelar al corazón y apunten a la razón.
Hay que tener en cuenta que una compañía que desde el primer momento trata de engañar a su cliente (a los consumidores finales, esto es, a todos nosotros) no va a tratar bien, a posteriori, a dichos consumidores, total, los consiguieron con mentiras varias. Muestran que nosotros no valemos nada para ellos, que todo vale, nos desprecian con su publicidad engañosa o falsa.
Debemos como consumidores sólo utilizar productos o servicios que no utilizan la mentira para promocionarse, y cuando caemos en un engaño reclamar en cuanto podamos. La única forma de mejorar realmente la publicidad, es forzando a los que contratan las campañas para engañarnos.
El objetivo de toda publicidad no suele ser otro que el de aumentar las ventas recurriendo a técnicas de comunicación persuasiva para influir sobre un determinado publico, por lo tanto puedo comprender e incluso admitir que se realice de forma engañosa y con intenciones manipuladoras.
Lo que si considero completamente inadmisible y perjudicial para la sociedad es que se recurra a la publicidad para emitir mensajes subliminales con intenciones muy distintas a las que debe perseguir todo anuncio publicitario, o para crear estereotipos sociales, o que esta se realice resaltando connotaciones que nada tienen que ver realmente con la venta del producto, connotaciones discriminatorias, sexistas, violentas, …., debiendo por lo tanto el Estado proteger a los ciudadanos de alguna forma de los efectos perniciosos de este tipo de publicidad, prohibiéndola y sancionándola si es posible , o por lo menos criticándola, e impidiendo sus efectos.
Salud
En realidad la publicidad, en su búsqueda para vender un producto, busca todos esos estereotipos y situaciones, digámoslo suavemente, poco deseables. Más aún, muchas veces «crean» los estereotipos o los refuerzan para localizar su propio mercado objetivo. Y sí, tiene razón, es deleznable (tanto como el engaño en sí).
El estado se gasta demasiado dinero intentando contrarrestar las campañas publicitarias y los estereotipos (y eso se ve claramente en, por ejemplo, las campañas de comida sana, las de «sé tú mismo» y las que fomentan la tolerancia en la diversidad cultural y los hábitos sanos en cuanto al físico condenando al ostracismo institucional la «mujer bella» y sus ridículas medidas), y no creo que, dentro de un Estado de Derecho con un sistema de mercado capitalista pudiera actuar ex ante, mucho de lo que hacen los publicistas rozan la legalidad, pero nadie reclama :P.
Hasta luego y gracias por el comentario ;)
Totalmente de acuerdo, sobre todo con la parte de las marcas «conocidas», los consumidores tenemos que atracar que salgan publicidades al estilo de una película (como las de nike) donde ni siquiera sabemos cual es el producto a comprar (y mucho menos su calidad, sus características, sus ventajas, sus desventajas, sus limitaciones, etc, donde al final simplemente vemos el logo de la marca en cuestión, y como dices al final simplemente intentan forzar un público objetivo en base a estereotipos creados por ellos mismos (llevando a gran parte del público a tener un objetivo de vida bastante estúpido).