Una Unión decimonónica

Sesenta horas. Sesenta y cinco en casos particulares. La Unión Europea se ha vuelto decimonónica, y no me refiero a que la estructura que encarna sea anticuada ni mucho menos, lo digo en el sentido de que ha descubierto la máquina del tiempo y el Consejo ha decidido mandarnos al pasado a todos. Negociación directa Empresario – trabajador para ver si el último trabaja 60 horas a la semana. Sí, 60 a la semana.

Un Consejo de ministros de Trabajo y Asuntos sociales que, todos temíamos, nos daría un viraje fuerte a la derecha (como pasa en Europa, en términos generales), pero no pensamos que se pasarían de vuelta y nos mandarían directo al pasado, al Siglo XIX, en esos tiempos de sindicatos proscritos y trabajadores sin derechos, que desde los cinco o seis años se partían el lomo en minas por cuatro cuartos la carretilla llena trabajando 16 horas todos los días, contando domingos. No hubo giro a la derecha, simplemente nos mandaron al pasado. Y eso que tan sólo hablamos de una enmienda en una directiva, lo que serán capaces de hacer será, realmente, antológico. Y directo al museo del terror.

La Europa de los Convenios Colectivos, las luchas sociales, los sindicatos en mesas con las patronales, de Derecho Laboral fuerte y sólido, ha ido cediendo, poco a poco, terreno por las antiguas (¡y fracasadas!) fórmulas, primacía de la voluntad de dos partes en que, realmente, hay superioridad pura y dura de una de ellas sobre la otra, necesitada y arrodillada, que aceptará lo que le pongan en frente si significa comer. Y este paso, el de las 60 horas (o 65) semanales es el colmo de los colmos. Entre otras muchas cosas porque se pierde lo más básico en la negociación del horario laboral (al margen del límite de las 8 horas diarias), que es la participación de las agrupaciones de trabajadores para emparejar la más que desigual balanza.

Una gran profesora de FOL en Salamanca explica de forma muy sencilla la razón del Derecho Laboral, lo que hace es dibujar un hombre muy grande en la pizarra, y uno pequeño a su lado, y cuenta «así es la situación entre el trabajador y el empresario, y así eran los contratos en el siglo XIX, por eso surge el Derecho Laboral, para que se igualen» y acá la profesora dibuja un pedestal alto, que iguala al pequeño con el empresario para que se miren a los ojos, de igual a igual, más gráfico y a la vez correcto, imposible.

Hasta ahora la lucha estaba en las 35 horas, o 30 (según el país o sindicato), incluso, en España, lo que se plantea en la negociación colectiva es ir poco a poco, sector por sector, rebajando las máximas cuarenta horas mensuales a unas 35, y ya muchos convenios incluyen estas, o al menos 37 horas semanales y que haya dos días consecutivos de descanso. No es por gusto, los trabajadores, aunque necesitamos dinero, también debemos descansar, mejorar nuestra formación, y cuidar a nuestras familias, por nosotros mismos, no delegando en un centro o una desconocida. Y ahí que en paralelo la lucha vaya por la petición de horarios que permitan la conciliación con la vida familiar.

Tenemos tiempo de luchas por delante, por ahora pasa por presionar al parlamento europeo (que cuenta con mayoría de derechas, repartidos entre el partido conservador-cristiano -donde está el PP español- y el liberal, sin contar, además, con la ultra derecha existente en el parlamento) para que no apruebe esta directiva, no se puede permitir que desde la UE se deje a elección de los estados miembros el tratar como esclavos a los ciudadanos.

La cuestión no es tanto si tal o cual país van a aplicar la directiva (ya que es un tope máximo dentro de las legislaciones propias), sino el mismo hecho de que dicha directiva cambia por completo el «modelo europeo de derechos sociales», destruye el Estado Social en su propia concepción, esclaviza a unos miembros de la Unión Europea en favor de otros, y en detrimento de los derechos ciudadanos, esto es, la significación de la directiva, más allá de la legalidad, es política, es una clara cachetada a los ciudadanos que debemos responder, aunque no nos toque de forma directa (lo digo, en gran medida, atendiendo a las palabras tanto del gobierno español -que se negará a subir el límite de 40 horas- como de la CEOE, que tira balones fuera en plan «que aquí nadie se preocupe, que es para otros países»).

Stricto sensu, la directiva aprobada por el Consejo permitiría que en una semana una persona trabajara hasta 78 horas. ¡78! Lo que dejaría justamente un día libre y 66 horas para dormir, comer, bañarse, ir al trabajo, volver a casa y demás (11 horas cada día para todo). Lo cual se traduce, fácilmente, en jornadas de más de un día de duración (sobre todo para médicos, enfermeros y similares puestos sanitarios «con guardias»).

Esta Unión Europea, sus mandamases, ha decidido que en la Economía todo vale, que acá el más fuerte debe ganar, que el Capitalismo, en mayúsculas y con todas sus reglas, permite, incluso, las situaciones de semiesclavitud. Esta Unión Europea, signo de unidad política antaño, se ha olvidado que poner altísimos techos que fomentan nada más lejos que la pérdida de derechos reales no era su trabajo, sino, y siempre, armonizar como medio de mejora los derechos de los ciudadanos europeos (cuanto menos), impulsar a los países para que mejoren sus regularizaciones, no permitirles que las empeoren.

¿Esta es la Unión Europea de los ciudadanos? Esperemos que el Parlamento diga que no, y se oponga directamente a cualquier intento de aprobación de esta directiva espuria.

Más y mejor

Imagen: Tomada de la cibercampaña de Neto Ratón. A la que personalmente me uno. ya saben, a difundir la campaña.

3 comentarios en «Una Unión decimonónica»

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