Hace unos días se dispararon todas las alarmas con respecto al proceder de Amazon.com Inc.: La librería de e-books (libros en formato digital) y fabricante de un lector portátil de los mismos, el Kindle, retiró de su catálogo dos libros de George Orwell («Rebelión en la granja» y «1984») al no tener los derechos de distribución, hasta ahí todo normal, pero lo que también hizo la compañía fue retirar los libros previamente adquiridos por los usuarios de los Kindle, en otras palabras, «borró» los libros de las bibliotecas personales de los lectores (devolvieron el dinero, claro, faltaría más).
En Amazon se han dado cuenta que la acción no ha sentado nada bien, así que dicen que en el futuro no harán nada parecido, pero no van a cambiar las condiciones de uso del cacharro (plagado de DRM y otras medidas, muchas de ellas, altamente invasoras de la privacidad del usuario final), en otras palabras, se reservan la posibilidad de hacer aunque dicen que no harán (como los gobiernos con las guerras, lo mismo, salvando las distancias).
Lo curioso es que recién los usuarios se dan cuenta que los libros digitales por los que cobra Amazon no los están comprando, sino que pagan por un derecho de disfrute de los mismos dentro de una condiciones bastante concretas (por ejemplo, no replicar, no leer en otros aparatos, etc.), no es una venta ni un alquiler, es otro negocio. Por supuesto que se podrían vender copias digitales como se venden las físicas (si ahora mismo pongo un PDF sin DRM a la venta, haría eso, venderlo, la propiedad sobre una copia digital), pero las discográficas y editoriales han preferido la vía del pago por visión (por llamarlo de alguna forma), aunque las discográficas van reculando (cada vez se venden más obras sin DRM, y muchas veces se ofrecen las dos posibilidades, siendo las «sin DRM» algo más caras). Pero ese es otro debate.
El que justo sean obras de Orwell, y esas obras, se presta a una de esas exquisitas ironías de la vida, pero muchos reclamamos que sería más irónico si el libro retirado hubiese sido «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury. Creo que me equivoqué al pensar eso, la ironía máxima está en el libro de 1984, el Gran Hermano, y tiene que ver con la «arquitectura» del servicio y con una de las funciones reclamadas del aparatito.
Me robo unas cuantas palabras de Javier de la Cueva recogidas en el artículo de El País ya citado:
«La arquitectura de Kindle demuestra que permite a Amazon controlar lo que leen sus clientes y ello supone un atentado a la privacidad. Una merma de la privacidad del ciudadano que, sin embargo, éste ha autorizado. En la contratación mercantil hay frecuentemente una cesión de parte de nuestra privacidad.»
Lo que hizo Amazon, para más inri, es legal en todo el sentido de la palabra (y al parecer ya lo han hecho otras veces, solo que esta ha tenido relevancia en los medios y por eso ahora dicen «no lo haremos más») y es la enésima demostración de lo peligroso que resulta: a) centralizar los servicios; b) La dichosa «nube» (cuando la controla un tercero). Si bien Amazon tenía que «retirar» el producto (existe un vicio en el mismo, y es que no lo podía distribuir), la forma de hacerlo es lo que no termina de cuadrar, en el mundo físico Amazon tendría que pedir disculpas y permiso a cada cliente (además de devolver el dinero), en el digital invade su aparatito borrando la copia. El catálogo digital del usuario-cliente está en los servidores de Amazon, y Amazon, para retirar un libro, con eliminarlo de dicho catálogo le vale, el dispositivo portátil (el Kindle) se sincroniza con el catálogo (vía Internet) y borra automáticamente toda obra que no esté en el catálogo. Y debemos estar atentos, porque esa es la arquitectura de muchos servicios que necesitan de Internet y la nube, y es lo que quiere Google para su ChromeOS (aunque permita nubes privadas o de terceros, sabemos que la mayoría utilizarán el servicio de Google).
Los lectores de libros digitales se presentan como la forma más barata y ecológica de leer los diarios, en enero de este año en el The Business Insider calcularon que enviar un Kindle «gratis» a todos los suscriptores del New York Times saldría a mitad del precio que cuesta imprimir el periódico durante un año. Y ya hay diarios y revistas que se distribuyen especialmente para ese lector (sin ir más lejos, tanto el New York Times como el The Wall Street Journal dan muestras gratuitas -14 días de suscripción gratuita- por medio de la tienda de Amazon), y justo El País, al día siguiente del buen artículo sobre la acción de Amazon, publica que el periódico ha llegado a un acuerdo para que Amazon sea su kioskero digital (ojo con esto, no están desapareciendo intermediarios, no es la compañía editora la que vende directamente al usuario saltándose los kioskos tradicionales, sino que se crean nuevos y centralizados intermediarios en la distribución de productos, lo cual ata mucho más al cliente final con un intermediario nuevo, y posiblemente sin sede en su propio país). Y como dijo Isard en su bitácora en Barrapunto: «Si hoy suprimen dos novelas, ¿mañana «corregirán» las previsiones de crecimiento para el 2009?».
Hasta ahora los medios digitales (pienso sobre todo en los periódicos), cuando han colgado su hemeroteca, lo han hecho con cierta transparencia, han dejado todo tal cual estaba (no se han dado el trabajo de modificar o retirar el contenido incómodo), incluso muchos medios lo que hacen es escarbar en las hemerotecas para sacar a relucir las contradicciones de tal o cual personaje (en El Plural lo hacen mucho con Jiménez Losantos y con Pedro José Ramírez, al igual que con muchos políticos), pero ahora sí estamos viendo cómo frente a noticias erróneas, en vez de sacar otra noticia corrigiendo la anterior, simplemente «se borra» la errónea y acá no ha pasado nada, ni se explica que hubo un error ni se hace mediante la edición de la errónea (y que quede constancia de dicho cambio), sino que, simplemente «se borra», como si nunca hubiese existido.
¿Cuánto les falta para «borrar» noticias que no son erróneas? ¿Cuánto para comenzar a alterar todas las noticias del pasado? En la novela de 1984 el Ministerio de la Verdad se encargaba justamente de eso, eran ellos quienes, al controlar el pasado, controlaban el presente, siempre en guerra con tal, siempre amigos de Pascual, y demás; esto es, toda una organización encargada de corregir las noticias del pasado para que se adapten al presente y sirvan de justificación o fundamento.
Actualmente denunciar un hecho del estilo narrado en 1984 sería más o menos sencillo, podemos ir a una biblioteca (incluso a la nuestra, la casera) y consultar la hemeroteca para encontrar que en el diario de uno de enero de 2003 tal decía equis, que ahora dice que nunca dijo y que en la edición digital de la hemeroteca del diario ya no aparece ese artículo (que se borró nadie sabe cómo), pero ya sabemos que eso va desapareciendo poco a poco, cada vez más los archivos están en la nube o a merced de ella (lo que es peor, lo tienes en tu almacenamiento pero sincronizado con una lista en el almacenamiento de otro, de la que el tuyo depende, ni siquiera tienes la ventaja de no ocupar tu espacio). Si la información la terminan controlando intermediarios como Amazon (porque controla la distribución de más de 20 periódicos, va centralizando una parte del mercado que es por definición distribuida en nuestros tiempos) y tienen a su disposición el acceso a los archivos de los usuarios-clientes, tenemos que se rompe con la posibilidad de denuncia que hasta ahora existe, ya que, aunque cada uno conserve una copia en PDF del periódico de ese uno de enero del 2003, dicha copia puede ser alterada por el intermediario (o el prestador de servicios que sea, la propia editora de los diarios, sin ir más lejos) sin problemas. A todo esto hay que sumarle la concentración en los medios de comunicación y la mercantilización total de la información, así como qué grupos e intereses controlan los medios (que no tienen problemas en mantener periódicos de ideologías contrarias entre sí siempre y cuando sirvan para lo que tienen que servir, como bien sabe el Grupo Planeta). Y sobre esto último hay mucho escrito, por gente más paranoica e informada que yo.
Además existía, en dicha novela, un Gran Hermano que sabía todo de todos, así de sencillo. Actualmente pasa algo parecido, pero en una red descentralizada y no controlada directamente por los gobiernos, sino por empresas muy grandes, pero estas redes tienden a unificarse, a centralizarse (y existen, encima, muchos servicios puente entre unas informaciones y otras), y tendemos a funcionar cada vez más en redes bajo lógicas centralizadas en que la privacidad brille por su ausencia y donde cruzar los datos es tremendamente fácil, junto con El Control. Ya para acabar, porque creo que ya ven por dónde voy, recomendaré un libro de José Francisco Alcántara (más conocido como Versvs), «La sociedad de control. Privacidad, propiedad intelectual y el futuro de la libertad». Y compren un ejemplar físico, ya saben, puede venir PepitoLosPalotes Incorporated y modificar el PDF que guardan en sus PC o en la nube de su preferencia (Amazon, Google, Canonical, ahora Microsoft, etc.) para que diga justo lo contrario que manifiesta ahora.
Como yapa, de Versvs también, «El estado de la red y la concentración del medio».
Es interesante cómo muchos se preocupaban del control sobre internet que tenía Google, Yahoo o MS… cuando en realidad otro gran jugador ahí era Amazon, cuyo control de la información va mucho más allá de lo que imaginamos.
Te dejo aquí un trackback manual ;)
http://www.versvs.net/anotacion/affair-amazon-orwell-una-perspectiva-necesaria
:)
Excelente artículo. Con él, voy a inaugurar mi widget de lecturas recomendadas. Saludos.
Salud
Gracias por sus comentario.
@Fj: Así es, Amazon está en el juego de los intermediarios de la información que la centralizan… Y eso no es bueno.
@Versvs: Gracias por la mención y por tomarse el tiempo de hacer un «trackback manua».
@Carocr: Inauguro widget :D. Gracias por recomendar esta entrada, me da un +1 Ego por lo menos :).
Hasta luego ;)