(Tira de hace dos años para graficar una nota sobre Libia.)
Una de las razones de la ONU –de su creación– fue la de poner límite al uso de la fuerza entre los Estados. Evitar, en otras palabras, una tercera guerra mundial. Antes la Sociedad de Naciones –impulsada por Estados Unidos, que luego no participó– nació con similar propósito y la II GM demostró que la tarea, de partida, era difícil. Así, la Carta de las Naciones Unidas limita, y mucho, el posible uso de la fuerza; no lo excluye, crea una suerte de órgano policial encargado de que los delitos contra la humanidad, los grandes crímenes, puedan ser combatidos, y para ayudar a los Estados que se ven atacados a defenderse. Así se inventan el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU en adelante).
Pues bien, los países que ganaron la II Guerra Mundial no estaban dispuestos a perder ni una pizca de su poder, y el poder se demuestra mediante la guerra –más en su concepción del mundo–, así que decidieron –para guardar los trastos– que serían ellos los que controlarían el Consejo de Seguridad.
La ONU, que se rige por una democracia poco lógica en tanto que los países que en ella se encuentran no tienen el mismo tamaño –demográfico y geográfico– o nivel de democracia –porque Qatar tiene igual fuerza que Chipre, China y Alemania en la Asamblea–, aún tiene peor funcionamiento para el Consejo de Seguridad –único órgano que puede autorizar el uso de la fuerza, con capacidad de sancionar de otras formas, además–. Así los ganadores de la Segunda Guerra Mundial se reservaron para sí el máximo poder: ellos son los que mandan en el CSNU.
Lo primero que hicieron los ganadores fue reservarse un puesto permanente en el Consejo. De los quince miembros que tiene el órgano, diez son elegidos por la Asamblea General –periodos de dos años, se renueva de cinco en cinco miembros con distribución territorial de países para tener a «todo el mundo» geográfico representado– y cinco son permanentes. ¿Quiénes son los permanentes? Estados Unidos de América, la Federación de Rusia, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Francia y China.
Estos cinco países pueden deshacer cualquier cosa que se intente en el CSNU; ya que quedaba muy mal decir «mi voto vale más que el tuyo» decidieron un mecanismo intermedio: «veto». Así el CSNU puede llegar a votar una resolución con una sanción –o quitar una existente– o el uso de la fuerza contra un país o condenar el uso de la fuerza por parte de un país pero uno de estos cinco países puede levantarse de su silla y decir «veto» –solo ellos, los otros diez no tienen derecho a veto–. Con eso se acabó, nos quedamos sin resolución.
Eso explica, entre otras cosas, que durante la guerra fría el CSNU haya sido total y absolutamente inútil, digamos que solo funcionaba en casos en que EE.UU. y la URSS no se enfrentaban –del 46 al 91, menos de 700 resoluciones, hoy ya vamos por la resolución 2114, y no es que antes faltaran los conflictos donde debió intervenir la ONU, precisamente–. La ONU sigue siendo inútil cuando chocamos con los intereses de Rusia –lo de Siria de ahora, pero se puede ver en cualquier caso en que estén ellos metidos, como con Chechenia, o afecte a aliados–, de EE.UU. –¿cuántas resoluciones «contra» Israel va vetando? o con las acciones de cualquier país amigo de la OTAN, como lo que pasó en Georgia con Osetia del Sur– o de China. Francia y Reino Unido se guardan en un segundo plano por detrás de EUA y listo. Por ello es un Consejo a la medida de los deseos de Estados Unidos, salvo que a Rusia y China les venga mal el tema.
Toda esta parrafada viene por los continuos recuerdos que se están dando de «no se debe intervenir sin resolución del CSNU» (es que no se debe) o por cómo, ante la inacción del Consejo –dos años de guerra civil y no hay ni una resolución al respecto, gracias al veto ruso, fundamentalmente; bueno, hay notas de prensa condenando tal o cual atentado– y cómo uno de los miembros permanentes ya decidió intervenir saltándose todo el procedimiento –no es la primera vez, y jamás es sancionado ni lo será por dichas actividades, más bien luego viene la ONU y se hace cargo del desastre montado–.
Por eso, sin ningún tipo de tapujos, el presidente de Estados Unidos habla de atacar Siria para «hacer respetar el derecho internacional» saltándose el mismo a la torera. Ellos deciden –siempre lo han hecho– qué está bien y qué está mal, e imponen su visión al mundo.
El tema de Siria es realmente complejo. La realidad en Siria es una guerra civil ya larga, en la que todo Cristo mete mano de una forma u otra –contando a Rusia y a Estados Unidos–. Las perspectivas son peores si le sumamos una intervención militar descontrolada por parte de algunas potencias occidentales –ya el Senado de Estados Unidos autorizó el ataque, digo, «operación», durante 60 días, con sus noches–. Van a intervenir en Siria será con la excusa de las armas químicas –personalmente no veo la diferencia entre bombardear una ciudad con un químico que con un explosivo, en ambos casos la gente muere igual y en las mismas cantidades–, pero es eso, una excusa. Ya conocemos ese tipo de excusas, hace nada en Libia hubo guerra con las armas occidentales hablando de ayuda humanitaria a los «rebeldes» ante la opresión de un gran dictador –amigo de occidente hasta la noche anterior–, mientras se apoyaba la represión en otros lados o, al menos, se miraba a otro lado. Quienes atacaron hicieron su negocio, eso sí. En el 2011 la represión en Siria no importaba un pimiento. Miento, sí que importaba: se le daba atención para fomentar dicha guerra civil.
Rusia se juega el Mediterráneo, ante el inminente ataque por parte de Estados Unidos ya van cambiando un poco el discurso, que si realmente se atacó a la población civil con armas químicas se justificaría la intervención del CSNU, pero exigen pruebas objetivas e incontestables –imagino que así se curan en salud y que no parezca que abandonan a un aliado; también así, si se mete el CSNU, pueden ser ellos parte de la operación completa y de lo que viene después, asegurándose de que el nuevo gobierno en Siria sea tan aliado suyo como el anterior–. Junto con el cambio de discurso ha dejado de suministrar algunas armas al gobierno sirio –porque que maten con armas rusas está bien, que lo hagan con químicos no–. El mediterráneo está también en la mira de EUA, así como toda la zona de Oriente Próximo. A Rusia, como a Estados Unidos, les da igual el pueblo sirio, les interesa el control geopolítico que puedan ganar. Y el dinero, claro. El dinero es siempre importante en estos casos, que las guerras y las reconstrucciones no son gratis y no las pagan, precisamente, los que participan en ellas de forma voluntaria.
Lo de las armas de destrucción masiva, de tipo químico, es una de las peores excusas que se les podía ocurrir. Qué leñes, el propio Estados Unidos ha usado en más de una ocasión el fósforo blanco y el nuevo napalm contra civiles o en áreas civiles. Y Rusia, de esos pecados, no se queda atrás –contra los chechenos lo han usado–. Dentro de los que ven con buenos ojos el apoyar a los rebeldes –donde hay organizaciones terroristas– se encuentra el mismísimo Israel, país que ha usado fósforo blanco contra población civil. Así que simplemente es una mala excusa. Como cuando EE.UU. justifica el atacar a un país porque «puede tener» arsenal nuclear cuando ellos, de hecho, tienen bombas de esas hasta para aburrir –y las han usado–.
Digamos que, con o sin CSNU, se interviene militarmente en Siria… perdón por tragarme el eufemismo: se monta una guerra internacional en Siria donde, básicamente, el pueblo sirio continúa sangrando, pero con más variedad de idiomas gritando «fuego». Incluso en Libia la ONU alertó más de una vez los ataques desmedidos de los aliados contra la población civil.
¿Y luego qué? ¿Lo de Iraq? ¿Lo de Afganistán? ¿Lo de Egipto? ¿Lo de Libia? ¿Se solucionarán los conflictos tribales? ¿Los religiosos? ¿Será un país más democrático y laico o menos de ambas cosas –como pasó, increíblemente, con Iraq–? En realidad, nada de eso importa a quienes van a meterse, cual elefante en cristalería, a ejercer de policía del mundo. En gran medida el mundo está como está porque jamás se piensa en el luego. O en luego que les interesa está muy alejado de los derechos humanos de los pobladores.