Normalmente voto al «menos malo» que tenga alguna, aunque sea muy lejana, posibilidad de sacar algo positivo. Esto significa dos cosas: normalmente mi voto no vale para nada (bueno, para engrosar el «otros» sin representación) y me termino sintiendo mosqueado con lo que yo mismo he hecho (desde el propio gesto de votar hasta el haberme «vendido» por ese «menos malo»). ¿Qué pasa cuando no hay una opción «menos mala» más allá del matiz? Que no hay por dónde coger la papeleta. Para no olvidarlo, en Perú nos siguen recordando que votar no es un derecho, es una obligación. Con multa, si no cumples, claro.