¿Por la boca muere el pez? La caza de brujas del presidente venezolano
En Venezuela la oposición lleva un tiempo denunciando el «control político-policial» que desde el Estado se somete a la población, en especial en épocas electorales, donde se da una «identificación» del votante y lo que marca en la urna electrónica. Eso una y mil veces ha sido negado por el chavismo en el poder, insistiendo con la cantinela de lo «limpios y seguros» que son sus comicios –obviando, eso sí, todo lo demás que pasa en las elecciones–.
El actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, ha asumido lo peor de Chávez: esa verborrea barriobajera y de amenaza fácil, mitificadora y demagógica. Empleando la misma ha soltado una bomba: que tiene los nombres y cédula de identidad de los novecientos mil ciudadanos que hace poco votaron por Chávez y que ahora no han renovado su confianza en el proyecto bolivariano representado por «el elegido» del difunto comandante. A ellos «acusa» de haber dejado que Capriles, el principal candidato opositor, se acercara tanto las pasadas presidenciales y que, en este momento, en Venezuela haya tanto problema de «cuéntame bien esos votos» reclamado por quienes perdieron. En peor momento no pudo decir tamaña majadería.
Ahora desde la oposición se tiene una declaración expresa de Maduro para «atacarle»; vuelve a quedar en cuestión el sistema electoral o el secreto del mismo –pilar básico en las democracias representativas–; queda claro que el gobierno está preocupado en seguir a la población de forma opresiva –es un ejercicio de control político-policial claro– y clientelar –una de las razones para hacer este seguimiento es repartir «premios y castigos»–; y que el gobierno usa de forma partidista datos que, detallados, no deberían estar en su posesión sino solo en el CNE –el listado concreto e identificativo de quiénes fueron a votar y quiénes no, por ejemplo–, lo cual pone en cuestión la independencia y buen hacer del CNE.
El mensaje de Maduro, además de no ser nada conciliador –mantiene una estrategia de enfrentamiento clara: chavistas buenos y malos, los primeros debiendo señalar, acusar y reprimir a los segundos– y resultar muy divisionista –el buen ciudadano que votó por el gobierno frente al malo que no lo hizo–, resulta –o debería resultar– equivocado políticamente hablando. Ha levantado la veda de una caza de brujas.
Las declaraciones de Maduro fallan hasta por las formas: Una acusación genérica –¿para dar miedo a todo el mundo?– contra los «malos chavistas» que no le votaron, indicando que tiene sus nombres y cédulas, pero sin terminar de definir si se refiere a los ex votantes del causante Hugo que no fueron a votar –oiga usted, ¡que el voto es voluntario en su país!– o a los que prefirieron a Capriles –o cualquier otro candidato opositor– antes que a Maduro. Si es sobre los primeros, lo que ha hecho el gobierno es una mala operación: Votantes totales de las últimas, totales de las anteriores, la diferencia son los que no votaron por Maduro esta vez –lo cual sería asumir mucho–, esta operación, errada desde su concepción, significa que el gobierno tiene acceso sin anonimizar al registro de votantes, algo bastante negativo en cuanto al uso que evidentemente le está dando; si es sobre los segundos: El gobierno estaría reconociendo que no existe el secreto de voto en Venezuela: que saben qué votaste cada vez que pulsaste el botón correspondiente.
Significa, en el fondo, que Maduro no reconoce sus propios errores –en la campaña electoral, en el no-proyecto que pretende dirigir..– y carencias –en su forma de manejar a las fuerzas chavistas–; una nula autocrítica por su parte.
Quiere decir que el propio chavismo es visto por el gobierno no como una fuerza viva y autogestionada, donde libremente la gente se adhiere por convicción, respondiendo a un proyecto y visión común, sino simplemente como una sarta de borregos que deben hacer lo que el líder les diga: Si el líder dice «vota por mí», deberás ser castigado si no lo haces. Es la disciplina de partido aplicada a toda la sociedad con puño de hierro.
Maduro lleva desde que fue designado sucesor al trono del comandante una postura la mar de irracional en cuanto al discurso esgrimido, apela una y otra vez a los sentimientos sobre la razón –su campaña explotó la desgracia y recuerdo del recientemente fallecido presidente venezolano–, al mito sobre la evidencia –y ahí los pájaros con poderes que le conectan al más allá–; dentro de esa estrategia se recurre al odio –chavistas contra exchavistas, actuales culpables de todos los males del país por no marcar la opción única– y miedo –seré castigado si traiciono a El Partido– como forma de legitimarse y asentarse en la poltrona heredada.
Excurso: Uno de los principales perjudicados por esta salida de tono del presidente es la CNE, que se apuró a «reprender» al gobernante.