La historia de un 6 del 6 del 6.

Comenzó un día cualquiera, en mi vida, un cualquiera más entre todos los cualquiera que pululan por un mundo donde sólo viven cualquiera, salvo cuatro o cinco tontos, que se ganan verdaderas millonadas pegando patadas a un balón o manteniendo un monopolio, el resto somos sólo cifras. Así andaba, en mi no-existencia, cuando vi en el calendario esa gran curiosidad que es la fecha de hoy. 6 del 6 del 6. Cojonudo, fecha del diablo y tal. Nada nuevo, acaba de ganar Alan García, así que la destrucción, al menos del Perú, está medio asegurada.
Pero en las maternidades se dedicaban a decir que los temores sobre el nacimiento del anticristo no tenían sentido. Claro que no, ya nació, y se llama Guillermo Puertas. Eso es de sobra conocido. No esperó al 6 del 6 porque no le venía bien, oiga usted, que es el demonio y hace las cosas cuando le sale de los… Pues eso.

En fin, que el día comenzaba como cualquier otro, pero toqueteado por ese halo místico que la fecha, sumada a nuestra habitual superstición, daban un aspecto cómico a lo que podía ser el día y las conversaciones ante la máquina de café (bueno, esa suciedad aguada que pretendía ser café), que si el jefe tiene el 666, que si lo tiene la secretaria esa que nos acusa siempre que nos ve fumando, que si en realidad no existe nada de eso; y luego el típico ortodoxo, quejándose de la conversación y recitándonos algún pasaje de la biblia -de memoria, por supuesto-.

Por la calle, lo mismo, la caótica normalidad, la gente no tiene ningún respeto por todo lo que existe y existirá en esa calle, les da igual la vida de ese posible transeúnte, si tienen que superar a la combi adelantando por el lado contrario, saltándose el semáforo y pegando un susto de muerte al pobre pendejo que está cruzando la calle, descuiden, lo hará. Si lo atropellan, culpa suya por no fijarse. La calle es suya y así es como tiene que ser.

A lo que iba, intento contar mi vida y estos excursos me fastidian el relato. ¿En qué iba? Demonios, ahora sí que estoy perdido… Ah sí, sí. Dentro de tres días empieza el mundial, así que el fin del mundo sólo me fastidiaría por el hecho de perderme el mundial, bueno, no se celebraría.

Eso, estaba en la calle, ya a punto de llegar al trabajo, preparando ese discurso con el que invitaría a salir a la chiquilla a la que dedicaba todos los piropos que podía, pero que no tenía valor de decirle nada, lo repasaba mentalmente una y otra vez cuando, pasando al lado de una tienda de televisores, de esas que tienen muchos aparatos mostrando innumerables canales a la vez a la gente que pasea, se veían imágenes catastróficas, muchos noticieros dando videorreportajes de distintas partes del mundo.

La puta. Parece una oleada terroristas de esas. Destrucción y cataclismos. De repente, en una de las televisoras, se ve como una gran columna de fuego se acerca, desde las afueras de la ciudad hacia el rascacielo desde donde se tomaba las imágenes, a toda mecha, sin detenerse, rodeada cada vez más de humo, el cámara está acojonado, la toma no es nada estable, no escuchamos nada, no hay sonido tras el cristal. Cada vez más gente se queda parada viendo la vitrina, al igual que yo. Se apaga la señal. El presentador del telediario se intenta reponer pero no puede. No damos crédito a lo que vemos.

Distintas señales van desapareciendo. El ambiente comienza a sentirse cargado, está tenso, la gente comienza a detener su agitada vida para sentirse realmente acojonada, lo malo de la parcial información es que trae miedo, trae desesperanza. Alguien lanza una piedra al cristal, todo se derrumba. Ahora sí escucharemos, dice una persona por detrás mío, asiento con la cabeza, todos lo hacemos. Otro "salta" dentro de la tienda para subir el volumen de una de las televisiones, de las más grandes y con mejor imagen de los hechos. Berrea algo del fin del mundo. Que se vaya a la mierda él y su sensacionalismo. Esos son atentados, está clarísimo. La gente está muda, yo lo estoy.

Esto no puede estar pasando.

Comienza a oler a humo.

Una especie de aullido reprimido.

Volteamos a ver. No. No podía creerlo. No puede estar pasando, pensé, pensábamos. No tiene lógica, en presente lo digo, no tiene ninguna lógica. Aún no me creo lo que vivimos, lo que pasó. Grandes rayos del suelo, al azar parecían, destruían todo, no quedaba nada, o eso parecía. Unos cuantos corrieron en distintas direcciones, otros tantos se tiraron al suelo a llorar, otros rezaban.

Me llamó mucho la atención un anciano, se sentó en el suelo tranquilo, sacó un cigarro, lo encendió y dijo "lo siento por mis nietos, nada más". El jodido se quedó sentado, fumando tan tranquilo, mientras que todo se desmoronaba a su alrededor. Algunos se le unieron. Ya fue. Ya fue todo. Hoy no trabajo. Algo bueno había que sacar de la situación, concluí.

En un momento dado morimos, bueno, la gente ya estaba muriendo. Así que mejor diré, en un momento dado morí. Vi mi cuerpo, ahí tirado, destrozado por completo, pero lo podía reconocer, entre tanta sangre, escombros y destrucción, ahí estaba yo, totalmente muerto sin siquiera un perro que ladre ese hecho, nunca sería enterrado, nunca sería recordado, nadie, nunca más.

Ahora, que estoy muerto, como todos, estoy rodeado de muerte, de escombros, y de almas como la mía que no sabemos qué hacer, simplemente nos han arrancado del mundo físico, pero acá estamos, jodidos entre una sobrepoblación de muertos, veo desde el primer homo de esos, pululando por aquí, por allá, todos esos muertos desde la eternidad de sus no-existencias, completamente deprimidos, aburridos, deseando el final de su existencia. Creo que nos vemos, pero no podemos comunicarnos. No sé por qué, así es. Así es todo. No tiene sentido. Nunca lo tuvo.

Hoy no fue un día normal… Por fin soy feliz.

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