Aunque no lo parezca, ya finalizó y no nos hemos dado cuenta, seguimos andando como si algo importara, como si la existencia tuviera sentido… ¡Como si existiéramos! Mezquinos todos. Inútilmente mezquinos. Seguimos pavonéandonos como si tal cosa, paseándonos, creyéndonos lo que ni somos ni fuimos, y vive dios, ni seremos. Porque no podemos, porque no lo intentamos, porque creerla no es intentarla, ni mucho menos tener posibilidad alguna de conseguirla.
Pero hacemos como si sí, es necesario para nuestra no existencia creer que la lucha no es tal, que podemos elegir algo distinto, sea para nosotros o para los nuestros, que lo inútil no lo es, que, incluso, podemos ganar. No queremos darnos cuenta que no solo estamos avocados al fracaso más intrascendente en nuestras minúsculas vidas, sino que, en realidad, ya perdimos. Hace tiempo. De todas las formas posibles.
No repetimos la historia, somos dicha historia. Es lo patético de todo el juego, que nos dedicamos a intentar romper las reglas cuando jugamos con sus dados, siendo incapaces de darnos cuenta, encima, que los mismos vienen trucados, que no son un medio en el juego sino el fin perverso del mismo, que no tenemos nada que hacer aunque oca a oca tiremos porque nos toca.
Nuestra nimia vida, como dicha palabra, tiene dos grandes y contradictorios significados, va desde la abundancia hasta lo insignificante, es, siempre, las dos caras de la misma moneda, es la persona combatiendo contra sí misma y su supuesto destino a la par que lo cumple a rajatabla gracias a dicha lucha.
Espero que quien lea estas palabras esté completamente en contra de las mismas.