Al lado de Bush cualquiera es bueno, dicen los más optimistas…
Obama ha comenzado a gobernar, falta mucho para que reciba, oficialmente, el poder del país que, guste o no guste, manda en el mundo en todos los campos, el Imperio, como muchos le llaman no sin razón. Barack Obama, ese negro que no es negro, se presentó a unas primarias con el discurso de cambio pero sin programa que lo sustentara. El «Sí Podemos» (como nuestra selección peruana) fueron su punta de lanza, su único, casi en exclusiva, argumento, favorecido por lo mala que ha sido la gestión republicana, pero sin marcar verdadera distancia entre sus políticas y las de sus contrarios (sólo hay que escucharle hablar de Irán para recordar lo que es, lo que representa). Y sí se pudo. Y ahora todo mundo espera un cambio de verdad. Pero Obama ha comenzado su partida con muchas de las fichas de Clinto…
Durante la carrera a la candidatura (las primarias) ganó importantes apoyos de la política de toda la vida, aunque su discurso era «otra forma de hacer política, muchos incluso cercanos al anterior gobierno Clinton, al punto que, por ejemplo, el ex embajador en España apoyó a Obama en las primaras y, como él reconoce, aun hoy uno de los Clinton, antaño amigos cercanos, no le dirige la palabra, e incorporó muchas de las ideas de sus contrarios a un programa aun en construcción (me atrevo a afirmar que muchas de sus ideas más «revolucionarias», que más «cambio» suponen o son de Hillary o de Edwards, y está bien que coja lo mejor de ambos, eso nadie lo niega). Y así se enfrentó contra una pareja dispar, y un poco aupado por la coyuntura económica, consiguió un triunfo digno de entrar en los libros de historia (¡el primer mulato en la presidencia!).
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(Excurso: Esta columna se pudo haber titulado con un «rediós, Clinton es negro» y todo hubiese sido igual…)
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