Qué título más rimbombante para algo que pretendía ser un «necesito decir esto» relacionado con la crisis económica y, en concreto, con el tema de la vivienda. Revisando notas viejas (buscando una que creo que escribí, para no repetir el mismo discurso o al menos para ver si mi posición ha variado y preguntarme por qué lo ha hecho) me encuentro con algunas relacionadas con la vivienda (en concreto, dos berrinches sobre la burbuja inmobiliaria, uno relacionado con la Ley del Suelo y el otro con la vinculación de los inmigrantes, la política migratoria y dicha burbuja) y es aquí cuando llega el «tengo que soltarlo». Como pueden saber, a veces me piden asesoría legal sobre algunos temas; en estas últimas semanas me han llegado consultas que tienen que ver con todo el tema inmobiliario (pisos comprados: deudas tras desahucios y cláusulas suelo) en los cuales se juntaba, además, el tema del origen de los afectados, inmigrantes.
En ambos casos hablamos de hipotecas relativamente recientes (tomando como referencia el inicio de la crisis, no la fecha actual), con precios absurdamente altos (muy altos) en que, cuando te lo cuentan, ves que hay un ánimo de «colársela» (para no usar el término estafa) muy alto por parte del vendedor del inmueble o del banquero de turno (o ambos, más bien).
Lo de las cláusulas suelo no voy a entrar (y mi recomendación fue ir directamente a expertos en la materia) porque es un caso muy generalizados; vamos, que tampoco jugó la realidad del inmigrante desconocedor de formas y fondos de forma determinante en que existiera una concreta cláusula suelo. Como en otras hipotecas, la valoración y el monto dado no corresponden con la realidad, se hicieron con las «trampas habituales» usadas y que tanto daño han traído (verdaderos causantes de la burbuja -junto con otras causas-).
El otro caso tiene más que ver con el título, al menos de forma directa y tanto por el momento actual como por el del negocio de compraventa inmobiliaria. Sin entrar a detalle, tenemos a un inmigrante que es «casi» estafado por el vendedor y el banquero (se le da información incorrecta, entre otras cosas, sobre qué es el término municipal, y sobre la «necesidad» de que esté empadronado en el término municipal donde va a trabajar para que se le mantenga el visado; en todos los casos, la persona pudo preguntar a otras personas, contando al consulado, pero hay momentos en que uno cree al «respetable sentado en un despacho que se supone sabe de esto»; además de una valoración totalmente irreal del piso), una letra absurdamente alta vinculada a un contrato de por sí precario (y que, tras explotar la burbuja, imposible de repetir) cuyo final, tras negarse el banco a renegociar la hipoteca, fue un desahucio y el mantenimiento de la deuda (más el embargo, intereses y todo eso).
Pero no contentos con esto, desde el banco (que, por cierto, hicieron algunas cosas de forma incorrecta desde el punto de vista jurídico que al final les está perjudicando, pero ellos lo pidieron así y todo para apurar una firma) se asusta a la familia con amenazas [nota: penalmente hablando no serían amenazas por dos motivos; por un lado, no puede ser amenaza algo imposible de cumplir -el caso- y, por otro, nunca es amenaza lo que es legal; en todo este párrafo uso el sentido coloquial del término], de a quién y cómo le pueden cobrar la deuda hipotecaria (porque, como ha pasado tantas y tantas veces, el piso se remató muy pero que muy por debajo de la cantidad dada como préstamo), generando miedo y angustia en los miembros de la familia (la consulta que me hicieron comenzaba con «es verdad que…»), un miedo que estaba afectando incluso a los estudios de los hijos (aunque suene exagerado, de ahí venía la preocupación de quien me hizo la consulta).
La falta de escrúpulos del vendedor y del financista, que se aprovechan de la necesidad de una vivienda (que en el caso de cualquier persona que se desplaza -ciudad o país- es mayor que quien ya tiene un techo, evidentemente) son causantes de verdaderos problemas socio-económicos; de toda esa gente que ve que debe elegir entre comer o pagar una letra (ojo, esa es la elección que deben hacer), en que se les exprime y se les deja particularmente vulnerables a las personas en concreto del negocio (digamos, los que firmaron con esas personas sin escrúpulos) como a todo su entorno (la familia directa y quienes viven de esos ingresos familiares).
Sí, hacían su trabajo, eso no lo niego; pero es la forma en que lo hacían lo que estoy criticando. La legalidad se la podían o no haber saltado (lo de las cláusulas suelo es algo que, por lo visto, se hizo en muchísimos casos de forma ilegal; eso es lo que están diciendo los tribunales; cierto engaños, casi estafa, en el otro caso; además de la mentira sobre las consecuencias del impago o a quién le pueden embargar qué), pero está claro que su comportamiento estaba carente de escrúpulos y pisaba a las personas, les hacía daño por puro beneficio propio (ya sea el simple y comprensible de «conservar el trabajo» hasta el más dudoso de «ganar más»; que tampoco es lo mismo).
Los sistemas son importantes, el nuestro (económico, político y social) es básicamente competitivo y genera unos marcos de mínimos nada solidarios, parece que con cumplir la ley basta para ser buena persona (de hecho, de eso quería hablar) cuando, en realidad, ese marco no tiene mucho que ver con la solidaridad o bondad, por no decir que, en cualquier caso, esos son los mínimos exigibles. El sistema, digo, nos cría faltos de escrúpulos, y esta falta es causa directa de muchos problemas económico-sociales que vemos día a día, en nuestras calles, vecinos y amigos.