Opinadores, cultura y Política

Cuando se dice que los creadores culturales (por llamarlos de alguna forma) no deben de opinar de política, ¿se está diciendo que todos los escritores de ficción deben abandonar las columnas de opinión? No, a esos «creadores culturales» no se les toca esa arista, para nada, incluso se incentiva. «Oye tú, el Escritor de ahí, ¿qué haces sin tener una columna sobre temas políticos? ¿Acaso no piensas?» Pero en cambio a la gente del cine prácticamente se le prohíbe abrir la boca. Y son los que más gente mueven. Por eso será que se les quiere callar, porque su opinión, para el ciudadano común y corriente, ese que solo compra el Marca y poco más, la opinión de Bardem moviliza mucho más que la de Vargas Llosa.

¿Se deben callar?
Hace unos días las declaraciones de la ministra de cultura española levantaron por enésima vez la liebre, y todos los cazadores se pusieron a perseguir al cineasta o actor de turno (incluso lo hicieron algunos escritores con columnas de política en medios impresos o en tertulias televisivas, el colmo de los colmos), y todo por las declaraciones sobre los saharauis, algo que no es extraño dentro de un gremio que pone de su bolsillo para organizar unos festivales junto con un pueblo inmigrante en su tierra y nómada por definición. Es gente que conoce la causa saharaui desde adentro, así que las palabras de la ministra, tachándolos de inexpertos (por no ser diplomáticos o catedráticos de ciencias política como poco, algo que ella no es), sentó doblemente mal. ¿Cómo llamas inexperto a alguien que ha estado sobre el terreno ene veces más que tú? Pues con las ganas de «hacerlos callar» únicamente.

En su día la derecha atacó con dureza a parte de los cineastas y personajes de la cultura audiovisual por el tema del «no a la guerra», incluso en algunas galas de premiación se produjo intentos de censura al retrasar la señal por si pasaba algo como el año anterior, los del Partido Popular, en particular, están enfadados con un grupo de artistas más o menos comprometidos o con el PSOE o con el «anti-PP» (entre ellos hay muchos que son de IU, PCE u otros partidos de izquierda), según el PP, ellos no tenían ningún derecho a hablar, y si lo hacen, realmente es porque son «marionetas» del PSOE. No conciben que haya gente que sea fiel a una ideología si no hay un interés económico por detrás. ¿El ladrón cree que todos son de su condición? Espero que no.

Hay muchos artistas (o que se consideran como tales) de la derecha, tal vez hablen menos, pero también son influyentes. Y escritores, que también son parte de ese mundo de «creadores culturales», de la derecha y más a la derecha hay a patadas, y pueblan todo tipo de diarios, no solo los propios de su espectro ideológico. Como sea, ahora el PSOE (que de socialista no tiene nada, por más que algunos en la derecha se empeñen ver una radicalidad roja en el señor Rodríguez Zapatero) se apunta al carro de acallar al mundo cultural que en su día les apoyó, sector del cine que está doblemente afectado, puesto que se siente traicionado por la fuerza política que ellos apoyaron (en su mayoría), así pues, demuestran independencia y falta de servilismo (no son «títeres» de nadie), demuestran que hoy dicen lo mismo que ayer, aunque el gobierno haya cambiado. Si en el 2003 se manifestaban por el pueblo saharaui y en favor de la autodeterminación (con personas que hoy carteras ministeriales), en el 2010 siguen haciéndolo, aunque se enfrenten a un gobierno distinto, un gobierno que traicionó a los saharauis.

¿Quién puede opinar?
Lo curioso es que la derecha, en vez de seguir el péndulo que normalmente persigue, esta vez se suma a las críticas. Bien, están de acuerdo con el fondo («Marruecos malo» que resumen ellos, «Gobierno cobarde», que agregan, olvidando la época en que gobernaron España), pero también quieren que los artistas se callen. Que no abran la boquita. Que quienes deben opinar son los que tienen carné de opinadores, o al menos ocupan puestos en una universidad (pública o privada) o tienen novelas escritas. Pero ese señor que solo hace películas (y «todas de la guerra civil y con subvenciones», apostillan falsamente los colegas de la diestra) no sabe de lo que habla.

El debate de repente se ha vuelto no sobre si lo que hace el gobierno con Rabat y el Frente Polisario está bien o mal, si debe actuar de otra manera o no, sino si determinados participantes de determinados subsectores culturales pueden «meterse» en Política (con mayúscula), los partidos (políticos profesionales) tímidamente reclaman que no (algunos de forma nada tímida la verdad), que ese es su terreno y si quieren hablar de esos temas que ganen unas elecciones. Como decía El Gran Wyoming hace unos días, pedir a unos que cierren la boca por no ser expertos es atentar contra la esencia de un sistema que celebra elecciones «en las que a los ciudadanos inexpertos se les pide opinión para elegir quién va a dirigir nuestro futuro sin exigirles cualificación alguna».

¿Politización?
Aun así no son pocos los que piden a los artistas que dejen de declarar y se dediquen «a lo suyo», hoy sin ir más lejos el señor Enrique Cerezo Torres (más conocido por su papel de presidente del Atlético Madrid que por su labor en las entidades de gestión), hablando como presidente de la Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales (EGEDA), ante una pregunta sobre esta polémica -enfocada desde la politización de los artistas- soltó un (y no es totalmente literal, es lo que recuerdo que dijo): «Como la cultura, el cine debe estar despolitizado, desde el 2003, desde el No a la Guerra, el cine español ha entrado en una politización que no conviene ni a unos ni a otros».

Personalmente me quedé frío. La cultura es política, o mejor dicho, la interpretación ideológica la hacemos desde la cultura, y la ideología también marca nuestra percepción de la cultura. No se puede hablar de política como algo que hacen unos señores profesionales y que todo el resto lo único que debemos hacer es votar, o no se puede hablar de cultura si eliminamos de la ecuación el elemento político. Más aun, no podemos considerar que un señor deba mantenerse «al margen» de lo que pasa en el «mundo político» solo porque su labor remunerada sea «cultural» (¿y esto no se lo podemos aplicar a los escritores? Insisto esa idea, porque parece que son los únicos que tienen patente de corso para saltar de «un mundo al otro», tal vez porque son con los únicos que vemos que «es un solo mundo»).

En este sentido justo hoy leo una interesantísima entrada Amador Fernández-Savater (editor de Acuarela Libros, filósofo autor de varios libros y uno de los más ínclitos entrevista en Público, además, él se reconoce como militante en varios movimientos ciudadanos), vinculadas con un artículo que salió en Público ayer («La cultura no se calla»):

«Lo importante es el desplazamiento por medio del cual quien no tenía una voz pública de pronto la conquista, la emplea y se hace escuchar. Puede ser “cualquiera”. Porque la política (la elaboración de la vida en común) nos afecta a todos y por tanto es asunto de cualquiera. No sólo de los políticos, ni muchos menos. Como tampoco la creación es patrimonio del mundo de la cultura, ni mucho menos. Ni el pensamiento es cosa de “intelectuales”, etc.»

Esta idea de la Política por este barrio la he manifestado bastantes veces (sobre todo cuando me opongo a las «despolitizaciones» de tal o cual cosa, como fue el tema de la educación el primer día de este mes). Lo interesante de la reflexión de Fernández-Savater está más bien en cuándo se intentan acallar los discursos y el porqué de dicho intento, esto es, cuando a tal o cual artista le nombran embajador de Unicef nadie habla de «politización» (cuando lo es), o cuando sus declaraciones caen dentro de la «cultura consensual» que define el editor, y le robo unos cuantos párrafos más (y recomiendo toda la entrada, claro):

«Como cantaban los Housemartins, “nos dicen que hay diferentes puntos de vista, pero sólo son los diferentes tonos de una misma tristeza”. Esa tristeza es el consenso básico en política (sistema de partidos) y en economía (el mercado).»1) aceptemos identificarnos con el papel que nos reserva a cada uno: la política es cosa de los políticos; la comunicación es la materia de los media; la palabra autorizada es un privilegio de intelectuales y expertos, etc.

»2) aceptemos identificarnos con los temas que nos prescriben pensar y las alternativas que nos dan “ready-made” para hacerlo. Ayer, Gürtel, hoy Estatut, mañana lo que sea. Da igual que uno esté a favor o en contra del tema, lo importante es que se hable de él y no de otra cosa. Si aceptas el tema, si comentas el tema, si el tema te parece tema, entonces eres reconocido como interlocutor. Si el tema no te interesa, le das la vuelta a la manera de pensarlo o propones otro tema, enseguida se te llama al orden: “no tiene derecho a hablar”, “no tiene un título para opinar”, “antisistema”, etc.»
(…)
«El “mundo de la cultura” ha formado parte de esos nuevos colectivos de enunciación que emiten enunciados imposibles (subversivos dentro de la cultura consensual). Pienso por ejemplo en el “no a la guerra”. Pero también ha formado y forma parte de la cultura consensual.»

En otras palabras, no se está censurando a un grupo de actores o directores por hablar cuando la «cultura debe ser despolitizada», sino por hablar en contra del consenso que marca el poder actual. Un poder tutor de la cultura y a la vez político, claro.

Un ejemplo de esta forma de salirse del «consenso básico» y de la tutorización del Estado o los poderes fácticos (les podemos llamar productores culturales, y ahí entenderemos las palabras de Cerezo como presidente del EGEDA), ha sido la negativa (política) de dos artistas a recibir premios, uno nacional y otro gallego, por razones a su vez políticas y diferentes, en ambos casos se ha intentado que no se hable del tema de fondo (en uno encubriéndolo de aceptación rápida y sin discusión de la negativa y dirigiéndolo a «qué haremos con esa plata no entregada», o relacionándolo con las etiquetas que toda la vida le han puesto, y en el otro silenciándolo directamente, o señalándolo como títere de otros -lo que menciona Fernández-Savater en el segundo punto acá traspuesto se da en los dos casos-).

Todos los días hacen política
No hay mucha diferencia entre coger el altavoz en la calle y decir lo que uno piensa a crear un producto cultural con lo que uno piensa. Tal vez la diferencia está en la transparencia del acto, el altavoz (así como la columna política del escritor de ficción) reflejan a las claras el pensamiento, en lo otro, en el producto cultural bien elaborado, este se encuentra entre líneas.

Se suele criticar mucho al cine español por estar «politizado». ¿Ustedes creen que el estadounidense no lo está? ¿Ustedes creen que en películas como Rambo no hay una ideología concreta? ¿Ustedes creen que en series como La Unidad no se está dando y justificando una serie de acciones? ¿Ustedes creen que todos esos capítulos en series donde se justifica la pena de muerte por parte de alguno de los protagonistas vienen sin carga ideológica? ¿Ustedes creen que en todas esas series donde se plantea el crimen como algo genético no hay ideología? La diferencia está en qué ideología se transmite, la que está dentro del consenso o acorde con el poder (las películas bélicas de Estados Unidos antes del triunfo republicano y después del mismo sobre Vietnam resultan claras en este punto) o la que está en frente del mismo o cuestiona al menos algunas aristas de la realidad actual aceptada.

Así pues, todas esas películas de la Guerra Civil terminan cuestionando de una forma u otra la justificación que se sigue dando a cuarenta años de dictadura o que sacraliza la transición o cuestionan, al menos, el modelo monárquico en favor de opciones vistas como más democráticas, y eso incomoda a muchos (y aburre a más, pero este es otro tema más sobre el producto final que sobre su intención ideológica).

Hay obras con más o menos carga política (evidente al menos), pero es que la ideología ya afecta al cómo se ve la realidad, y esta es la que plasman de una forma u otra en las obras que ellos producen y nosotros consumimos.

¿O se creen que La Máquina del Tiempo (de HG Wells) no tenía una clara ideología? Es una obra que ha sido representada y adaptada tantas veces sin mostrar lo que el libro enseña (o volteando la tortilla de lo ahí mostrado) que está claro que existe una parte ideológica que muchos no aceptan y cambian. ¿Si ya hablan en sus obras por qué debemos callarles fuera de ellas? ¿Con qué derecho además plantear el si deben o no opinar? O incluso, echar por tierra su labor de opinión tachándolos de inexpertos (cuando no tienen por qué serlo, en el caso saharaui son verdaderos expertos muchos de ellos).

No tiene mucho que ver con el ámbito de los productores culturales, pero es una anécdota que demuestra cómo concebimos como negativa la ideología que no es incómoda y la propia la vemos como «sentido común» y no como una ideología como tal, así en Castilla y León la Junta estuvo aceptando la «objeción de conciencia» de los padres para que sus hijos no cursaran Educación para la Ciudadanía hasta que la Junta completó el currículo con su decreto en el cual, decían, «se ha reducido toda supuesta carga ideológica que ha concitado tantas tensiones en el sistema» y ya no cabía la objeción de conciencia, uno de esos cambios fue reemplazar los «Globalización e interdependencia: nuevas formas de comunicación, información y movilidad. Relaciones entre los ciudadanos, el poder económico y el poder político» por «Hacia un mundo más interdependiente. La globalización como motor del desarrollo: la eliminación de las trabas a la comunicación, los desplazamientos y el comercio. Internet, el mundo en una pantalla» otro fue reemplazar «Los impuestos y la contribución de los ciudadanos. Compensación de desigualdades. Distribución de la renta» por «La contribución de los ciudadanos a través de los impuestos al sostenimiento de los servicios de interés general».

Hicieron cambios ideológicos, esto es, no se cambia una «carga doctrinal» por una pretendida (e inexistente) «neutralidad», sino una visión del mundo (ideológica) por otra (también ideológica). Encima dos que se diferencian más en matices que en el fondo, puesto que ambas se mueven dentro del gran consenso actual sobre los temas más importantes.

A modo de final
Las obras de «mero entretenimiento» son las menos, si es que las hay (ni siquiera los cuentos infantiles son faltos de ideología), no sé por qué los creadores culturales solo pueden expresarse por medio de sus obras o las obras en que participan y no en entrevistas o armando manifestaciones, no sé por qué entramos siquiera a discutir esto o a clamar por una «cultura despolitizada» (¿¡qué rayos es eso!?).

No es tanto que no se quiera que opinen (hace unos años, unos 7 para ser exactos, el PSOE estaba encantado con las declaraciones de los que hoy censuran), es que, como dice Fernández-Savater, se tacha a los que opinan fuera de esos consensos, aunque se alejen tan solo un poquito (los Bardem no son revolucionarios ni mucho menos). Y esto es doblemente preocupante.

EDITO: Incluyo una imagen, es de Jon Juanma Illescas Martínez (uno de nuestros colaboradores en De Igual a Igual, cuya columna es «Con Derecho a Razonar») y es autor, entre otros textos, artículos y ensayos, del «Manifiesto del Sociorreproduccionismo Prepictórico».

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