En muchos ámbitos de nuestra vida tendemos a «romantizar» el pasado, en fijarnos en lo positivo que pasó ahí y en señalar cómo «lo de ahora» está mal en relación a ese pasado. Es parte de un pesimismo claro en que el presente pinta mal pero el futuro pinta peor. Nuestra mirada cambia de foco y lo de «atrás» se muestra como inmaculado, sí, con sus problemillas, pero ahí está esa gloria. De hecho, el populismo conservador (la ultraderecha) utiliza ese arma para manipular, de esta forma, siempre reclama volver a ser grandes, como «antes», volver a ese pasado imperial glorioso, volver a los «buenos viejos tiempos» donde todo era más sencillo. No quiero caer en un argumento falaz contra un hombre de paja, pero sí voy a generalizar muchísimo y esto tiene mucho de «sensaciones» sobre qué se dice de ese «antes».
Uno de los ámbitos donde más veo la apelación a un pasado fantasioso es el socioeconómico. Es recurrente el ver apelaciones a cómo vivían nuestros padres, a hacer la típica referencia de «hace 30 o 40 años, con 35 años ya tenías la vida solucionada, un trabajo, una familia feliz, una casa en propiedad, un coche…» y así siguen, mostrando un pasado digno de una serie de televisión, apelando a un sentido de «clase media» obviando que esa no era la realidad para la mayoría.
En los años sesenta, en España había extrema pobreza y la pobreza relativa y el riesgo de pobreza cubría a más de la mitad de la población, para finales de los años ochenta la extrema pobreza ya casi había desaparecido y, si bien es cierto que encadenamos dos crisis (financiera primero, sanitaria después) con sus extras de dificultades (energía, materias primas y problemas geopolíticos) no ayudan a los tiempos actuales, pero está muy lejos de ser esa comparación entre un pasado de clase media carente de pobreza y una actualidad de muerte en vida que nos quieren plantear; de hecho, la red pública de apoyo a situaciones de pobreza es mucho mejor que hace cuarenta años, como es mucho mejor en los países de la Unión Europea (en general) frente a otros países (contando economías más potentes). Es cierto que la bajada de la pobreza no es tan buena como debería (también que las definiciones se han ido cambiando en favor de ser más tuitivos con situaciones de necesidad, la pobreza hoy no se mide como hace cuarenta años, ni siquiera como hace veinte) y también es cierto que la crisis sanitaria y la posterior crisis energética (la de ahora mismo) han golpeado duro (estamos peor que hace dos años).
Como buen mito, algunas cosas son ciertas, claro; por ejemplo, hoy se necesitan más rentas totales para adquirir una vivienda en propiedad que en los ochenta o noventa; muchas más (por cierto, los años donde más rentas se necesitaban no son los actuales, son los últimos de la burbuja inmobiliaria, allá por 2007 y principios de 2008); pero también hay que ver cómo era la vivienda en esos años y cómo es ahora; quiero decir, muchas de las viviendas construidas en esas épocas a precios tirados hoy no son buenos ejemplos de habitabilidad. Las cosas han cambiado.
Parecido con el tema del empleo, a veces se dice cómo en los sesenta y setenta España tenía «pleno empleo» o cómo se recuerda «lo estable» del empleo de los ochenta… aguanten un poco; en los cincuenta y sesenta desde España se iba la gente porque no había empleo o el que había era en muy malas condiciones; en los setenta, en parte por la crisis de esos años que golpeó las economías más desarrolladas (donde llevaban veinte años «recibiendo» españoles) y en parte por las propias reformas dentro de España (también las políticas tras la muerte de Franco) comenzó a reducirse el flujo al exterior y comenzó a retornar gente; recordemos además que la tasa de actividad masculina era muy alta (esto significaba también que a los 16 años era raro el menor que no trabajaba; ahora está en vías de formación) y la de actividad femenina era extremadamente baja (no llegaba al 30 %), algo que en los ochenta ya fue cambiando en las dos direcciones.
Además, en los ochenta hubo una importante crisis y fue cuando se comenzó a potenciar el trabajo temporal (la puntilla en el 94 con las ETT), junto con una reconversión industrial que lo cambió todo; a mediados de los ochenta la EPA daba un paro del 12 %; en el III trimestre del 86 ya era del 21,7 %, hubo épocas de bajadas y repuntes (crisis de los noventa) pero hasta el 2000 no vimos el paro por debajo del 15 % (I trimestre con 14,8 %), el mejor dato fue el II trimestre de 2007 con ese 7,9 %, ya estábamos a las puertas de la crisis financiera que tumbaría el empleo en España. Vamos a dejar claro algo: mucho del crecimiento del empleo viene por los buenos datos en el sector de la construcción… que fueron el problema; esto es, fue el sector con una burbuja que explotó. La recuperación ha sido lenta (los peores años los tuvimos en entre el 2012 y 2014, tocando techo con un 26,9 % en el I trimestre de 2013) y el repunte por el COVID evidente (4 puntos en poco tiempo), pero la tasa de paro ha ido bajando y ya en el III trimestre de 2022 fue de 12,7 % (con una tasa de actividad 8 puntos superior a 1980). Y, nuevamente, las prestaciones por desempleo de hoy, junto con las ayudas, no tienen punto de comparación con las de hace cuarenta años.
El progreso es un mito; el progreso como construcción social y siempre mejoras hacia delante, quiero decir, es un mito. Pero eso no significa que el pasado fuera mejor. Tampoco significa que nos tengamos que conformar con el presente, solo que no caigamos en discursos absurdos de glorificar un pasado que nunca existió. Aprovecho para recomendar este vídeo:
El tema de la seguridad en las calles o las drogas son dos constantes en los discursos; sobre todo en barrios más o menos deprimidos (como en el que vivo y trabajo), pero todo el mundo que sí recuerda los ochenta hace referencia a la generación perdida por la heroína; también recuerdan las luchas en el barrio para recuperar espacios públicos (en concreto, el Parque de la Paz). Me parece bien la creciente preocupación por el tema de las drogas, sobre todo cuando hablamos del alto consumo por parte de menores, me parece hipócrita hablar de esto mientras se incentiva en esos mismos menores «la cultura del vino» (y luego nos quejamos de su alto consumo de alcohol). A lo que vamos, España en general ha pasado por épocas terribles en cuanto a drogas y eso forma de un pasado que coincide con ese «antes» idílico que a veces nos quieren vender. Es cierto que el consumo sube (sobre todo de ciertas sustancias, no tan nocivas como las que se cargaron a tanta gente joven), pero ya es raro encontrarse jeringuillas por ahí, algo que hace cuarenta años sí pasaba. Acá voy a poner en valor las luchas sociales justo para recuperar espacios y para combatir determinados tipos de consumo.
Parecido pasa con el tema de la seguridad, por un lado, España es un país en general seguro, por otro, es un país donde cada vez se denuncia más (hay más consciencia sobre este punto, especialmente en temas de violencia de género o violencia entre iguales), eso no significa que «antes» no existieran esas violencias, sino que quedaban impunes (o, directamente, eran legales, recordemos que «antes» nunca se consideraba violación que un hombre forzara a la mujer si la relación estaba dentro del matrimonio).
A veces se pone el acento en que «antes» se daban situaciones de violencia entre menores (se señalan peleas en los patios, pero también los acosos escolares «de siempre») y que nadie «lloraba» por eso, que la gente ha salido bien de todo aquello. Me parece simplemente deleznable la forma en que se glorifica la violencia, en general creo que quienes lo hacen estaban en el lado abusón o en el que no las sufrió, como mínimo (no tengo pruebas, pero tampoco dudas); ser torturado física o psicológicamente no te hace más fuerte, te deja una marca y lo pasas mal el resto de tu vida; puedes salir mejor o peor, pero no es una experiencia «positiva» ni marca «carácter»; por suerte «ahora» tenemos más consciencia de que eso se debe intentar evitar. No genera personas de cristal (la verdadera generación de cristal, de ofendiditos, es esa que mira al pasado y todo cambio le parece mal, le ofusca y ofende), pretende generar personas que no glorifiquen la violencia ejercida sobre otras.
Otro mito, sin dudas, es que antes la educación era mejor. Se repiten listas de ríos o de reyes godos, se habla de la EGB como algo positivo y mil historias más. (Un pequeño excurso: sobre la historia de la educación en Delicias entre 1931 y 1990 les recomiendo esta web). Lo primero: si nos fijamos en el «antes», encontramos mucho más gente analfabeta. Y junto a la analfabeta, encontramos que mucha gente nunca tuvo acceso a unos estudios siquiera secundarios. En 1980, la tasa de analfabetismo en España era del 7,19 %, siendo sensiblemente mayor en las mujeres (10,06 %); no hablamos de analfabetismo funcional (muy por encima), sino total. Hoy la tasa ronda el 1,9 %, aún muy alta, pero no se parece a las cifras de «antes» (y las causas del analfabetismo son muy distintas). El fracaso escolar sigue siendo un problema en España muy importante, pero eso pasaba «antes» (con la EGB el fracaso escolar alcanzó el 30 %) y pasa «ahora»; junto con eso, la edad de escolarización es más elevada «ahora» (frente a la edad que se terminaba «antes») y la cantidad de materias son muchas más «ahora» que «antes»; y se estudia diferente y distintas cosas; es posible que «ahora» alguien que termine la ESO tenga menos nivel en determinadas cosas de matemáticas que lo que tenía alguien del BUP, pero sin contar con que la ESO es educación obligatoria y BUP no (con lo que en general hay más gente con conocimiento ESO que con conocimientos BUP en cada época), las asignaturas son distintas y la carga horaria (que siempre ha sido innecesariamente alta) también (por cierto, en el 88 se redujeron las horas de BUP, en la orden previa, de mediados de los setenta, había más horas que lo que ahora hay en ESO, pero 4 se dividían entre religión y formación política -franquista-; esto en segundo de BUP).
En fin, esto es un poco como cuando se glorifica que antes teníamos 40 compañeras y compañeros en clase y que ahora el profesorado se queja por tener 25… ¿de verdad nos estamos quejando de lo que es una mejora en cuanto a las posibilidades didácticas y pedagógicas? ¿De verdad no entendemos que entre una clase de 40 es imposible personalizar nada y que ya 25 son demasiados para hacerlo? ¿De verdad nos parece raro que las escuelas de élite suelan tener ratios bajísimas de alumnado (y ni siquiera tienen casos de especial atención) y pongamos como algo «malo» que ahora queramos bajar todas las ratios en todas las escuelas e institutos?
El sistema educativo tiene serios problemas en la actualidad; la atención a la diversidad no se consigue y fallan mucho las bases del conocimiento, así como el pensamiento crítico en la escuela. Nada de esto estaba mejor «antes» y, en realidad, deberíamos estar mirando a futuro para saber cómo mejorarlo, no a un «antes» nostálgico en que el profesorado pegaba al alumnado y donde realmente se salía siendo analfabeto funcional (si es que habías conseguido tener algo de educación real).
Otro de los temas recurrentes en la mirada nostálgica al pasado lo encontramos en los culturales: cine, música, televisión, literatura, teatro, juegos de mesa… «antes» se hacía cine de verdad, se hacía música de verdad («no como esas letras de ahora»), se bailaba de verdad, se… todo de verdad. Más allá de que «antes» las letras eran increíblemente machistas (la cultura de la violación grita «presente» en muchas canciones) y que mucho del amor romántico lo vivimos por esa música, cine y literatura de «antes», en realidad lo que tenemos es un recuerdo muy limitado de lo que eran las producciones de «antes»; no pocas veces en estas discusiones salen grandes obras del pasado y el lamento de «ahora no se hacen cosas como esas»; más allá de que las formas de consumir y producir van cambiando (en ese «antes» cercano tampoco se compusieron grandes óperas, por poner un ejemplo), que los gustos y las modas son gran parte de la creación de cada momento, lo que sí ocurre es que nos acordamos de las grandes obras pero nos olvidamos de toda la broza que había «antes»; por poner un ejemplo, alguien que diga que este año no ha habido ninguna gran película a la altura de tal clásico. Bueno, tampoco lo ha habido, si pones un ejemplo de una película de los setenta, en los ochenta, los noventa… quiero decir, que si estás poniendo como ejemplo unas películas concretas de unos años, si no hay nada que llene el hueco entre la última y la actual…
Pasando a otro arte muy repetido, ¿cuántos grandes libros puedes citar por cada año de la literatura? ¿Puedes citar un gran libro entre 1605 y hoy? ¿Cuántos años te quedan con huecos? Claro que hay años que acumulan más obras que pasan a la historia en cualquier disciplina (al menos en algún nicho concreto, por lo visto, 1982 dio muchas películas frikis que se han quedado como clásicas; algunas de ellas que fracasaron en taquilla); claro que hay años con menos «grandes obras», pero, nuevamente, porque esto de la creación no es lineal.
Ahora se publica muchísimo más que «antes» (acá casi da igual a la década que te refieras, hoy se publica más), así que también habrá muchísima más broza publicada. Pero seguramente eres capaz de sacar muchas obras muy buenas publicadas en los últimos 20 años. Y seguramente si recorres las carteleras o novedades publicadas de hace 40 o 50 años verás verdaderos petardos de películas, libros, obras de teatros y canciones que son malas a rabiar. E, insisto, muchas obras del pasado que hoy glorificamos, cuando fueron publicadas no salieron bien paradas. Eso pasará con obras publicadas «hoy».
Con esto no estoy queriendo negar la vigencia y genialidad de muchas obras de «antes», ni mucho menos, sino indicar, simplemente, que nos estamos quedando con lo bonito y bien hecho de ese pasado, obviando todo lo demás, el contexto e incluso la crítica que se hizo en su momento; también quiero poner el valor las creaciones del «ahora», donde hay de todo y muchas sí son buenas.
Consideraciones finales
Dejemos de decir que de ese pasado salimos «mejores» o «salimos bien» o «no salimos tan mal», muchos de los males actuales son reflejo de ese pasado, de cómo lo vivimos y cómo nos forjó, de lo que hicimos (y hacemos) con el mundo. Y esto no es una competencia de quién lo pasó mal y terminó bien (que habrá gente así), la idea es construir una sociedad donde nadie lo pase mal y donde todo el mundo pueda tener cubiertas sus necesidades y aportar según sus capacidades, donde podamos construir siempre en positivo sin que todo sea una prueba constante a la fuerza y resistencia de cada quién.
Dejemos de ver el pasado en un «antes» indefinido donde mezclamos épocas (te hablan de los ochenta pero citan obras de los sesenta y mencionan cosas que no se inventaron hasta los noventa o que son ya de los dos mil) para ir cogiendo lo mejor de cada momento y construir un pasado que no existió, ni para ti ni para nadie; dejemos de hacernos trampas al solitario en estos discursos donde nos ponemos en la situación buena de «antes» cuando no fue la realidad ni para la mayoría de personas de tu país ni, mucho menos, para la mayoría de personas de todo el globo. Pensemos que si volvemos a ese «antes», posiblemente nos toque en lo más bajo de la sociedad, no en esa posición idílica de privilegio.
Y, aunque nos tocara en la idílica de privilegio, ¿de verdad somos tan mala gente de querer mantener unos privilegios a costa del sufrimiento de tanta gente? Porque, no lo olvidemos, «antes» también había mucha gente en posiciones realmente malas.