No deja de ser curioso cómo dos personas que acaban de dejar la política fichan, inmediatamente, por un partido al que en su día atacaron duramente aunque luego tuvieron un vínculo de cogobierno. Dos o bastantes más. Tanto Ciudadanos como Podemos tuvieron momentos de «explosión» fuerte para, casi acto seguido, comenzar un fuerte descenso. El de Ciudadanos es más sonado, por un lado, porque su auge fue más rápido (una vez explotó) y, por otro, porque se ha desinflado a muchísima más velocidad, en parte por la forma en que se nutrió de personas que ya estaban en política en otras formaciones (sí, fundamentalmente del Partido Popular y del Partido Socialista Obrero Español); ya, lo sé, rapiñó de UPyD, pero al partido de Díez no se puede volver (ya está hasta disuelto). Toda esa gente que dejó el PP cuando parecía que el partido naranja daría la vuelta en la derecha y centro derecha española ahora vuelve a Génova (sede provisional hasta el próximo escándalo).
Ciudadanos, a diferencia de Podemos, pudo demostrar su fuerza e independencia en el 2019; de hecho, tuvo la oportunidad de oro en abril de 2019: Sánchez volvía a hacerle ojitos a Rivera, quería volver a intentar lo que fracasó a principios de 2016 (y no se revalidó luego, donde Rivera eligió a Rajoy en esa nueva ocasión), hubiesen sumado mayoría absoluta; pero entre que Sánchez quería el apoyo un poco desde fuera y todavía parecer algo de izquierdas y Rivera se quería presentar como el «extremocentroliberal» (todo junto), el camino era estar al lado del PP y decir que los peligrosos eran del PSOE a todos los demás.
No importaba que el discurso de Ciudadanos en favor de favorecer el cambio de gobierno y a la lista más votada, los pactos demostraban de forma persistente otra cosa. Además, Ciudadanos, tras la pequeña caída de la repetición de 2016, crecía a costa de su principal socio: ganaba personas de la alta y baja política desde las salidas del PP, acosado el partido por su propia historia corrupta. Era curioso, pues era dejar el PP para seguir apoyando al PP.
Llegaron las elecciones en Cataluña, Ciutadans pasó de segunda fuerza política (casi recién estrenada esa posición) a primera, superando el millón de votos en unos comicios con fuerte movilización (algo más del 79 %). Inés Arrimadas, la cabeza del partido en Cataluña, decidió que para qué intentarlo, que no tenía apoyos y los independentistas tenían pinta de poder quedarse con el gobierno (cosa que hicieron). En realidad, Cs estaba cómodo en la oposición y le servía como gran trampolín para la política nacional, desde ese nacionalismo españolista con el que pretendía antagonizar con un PSOE al que tachaba de traidor a la nación y competir con un PP por quién se ponía la bandera de España más grande. Le crecieron los enanos (Vox), pero eso para luego.
El PSOE seguía con su caída libre, y las izquierdas con sus mil coaliciones y luchas internas eran incapaces de mantener gobiernos, de demostrar fuerza, de convencer a nadie de por qué seguir votándoles y de que tal vez tenía razón el PSOE al decir que el único voto útil era el voto al PSOE. Así llegamos a unas elecciones adelantadas en Andalucía. Ciudadanos venía de pactar con el PSOE para mantener a Díaz en el poder (por ser la fuerza más votada y tal; eso en cuarta votación), pero había roto sus acuerdos con el PSOE andaluz en favor de presentarse como dura oposición. Díaz volvía a mirar a las bancadas de izquierdas, con quienes se había peleado porque, en el fondo, al PSOE no le gusta nadie de los que se encuentran a su izquierda (por eso, antes de pactar con Rodríguez, prefirió adelantar los comicios).
Pasaron dos cosas: el PSOE volvió a ganar, aunque se dejó una buena cantidad de escaños en el camino. El PP volvió a perder, dejándose otros tantos curules por ahí y Ciudadanos se colocó como tercera fuerza, con un importante porcentaje de votos y escaños (a solo 5 del PP). La coalición de izquierdas seguía sin levantar cabeza y entró la extrema derecha en el parlamento andaluz. Esta vez, PSOE con Ciudadanos no alcanzaban la mayoría absoluta (por muy poquito), pero era otro pacto posible; como lo era PSOE con Adelante Andalucía y la abstención de Ciudadanos… lo que tenía más papeletas de requerir a los filofascistas fue el acuerdo de Moreno (PP) con Marín (Ciudadanos). Cs defendió ese pacto diciendo que había que quitar de una vez al PSOE-A, que llevaban demasiado, que ellos eran el cambio y el cambio se haría con la fuerza que lo supusiera. Pero tuvieron que aceptar un peaje que, a la postre, les saldría caro: necesitaban a Vox. Eso sí, ¿sería cierta su promesa de renovación de gobiernos? ¿Ciudadanos sería el partido bisagra que permitiría a los segundos gobernar para acabar con esos territorios con más de 20 años de los mismos partidos al frente? ¿Quitaría relevancia a los partidos de izquierdas que en ocasiones permitían al PSOE ganar donde habían perdido o gobernar donde no tenían mayoría absoluta?
Al año siguiente fueron las generales. A un mes de las elecciones autonómicas (de 12 de las 17), Ciudadanos se colocó claramente como el tercer partido de España, a escasos votos del PP (menos de un punto los separaba), aunque por detrás de un victorioso PSOE. A la vez que las generales se produjeron las valencianas, donde el PSPV-PSOE ganó (arrebatando el primer lugar a un PP en caída libre) y Ciudadanos, con Cantó (ahora del PP de Madrid) quedó a nada del PP, arrebatando el tercer lugar a Compromís. La extrema derecha entró con fuerza mientras que Unides Podem se desinfló bastante. Puig ya era presidente por acuerdo con Compromís y el voto en contra de Ciudadanos, situación que se repitió.
Los partidos dejaron de negociar de cara a enfrentarse a las autonómicas, europeas y municipales como enemigos. Vox irrumpió con fuerza en el Congreso de los Diputados mientras que las izquierdas seguían perdiendo apoyo (y no poco). ¿Qué pasó en esas autonómicas?
El mapa autonómico se movió mucho para no moverse nada. Cambiaron los pactos y los vencedores, pero pocos gobiernos cambiaron de partido al frente (solo 3 de los 12). En Aragón el PSOE seguiría gobernando, pero ahora como primera fuerza (Ciudadanos subió, las izquierdas bajaron; Ciudadanos se opuso a la investidura de Lambán); Barbón (FSA-PSOE) ganó nuevamente en Asturias, donde Ciudadanos se colocó tercera (adelantando a Podemos que se desinfló y a Asturies pela izquierda que cayó) y se abstuvo (dimisión de la presidenta regional del partido mediante). El PSC ganó en Canarias y arrebató el gobierno a CC (Ciudadanos consiguió entrar en ese parlamento, y con sus dos escaños votó en contra del PSC). En Cantabria Revilla seguiría al frente, pero ahora sí como fuerza más votada (el PP bajó y el PSOE subió), Ciudadanos votó en contra del PRC. En Castilla y León, por primera vez en muchísimo tiempo, el PSOE venció, pero Ciudadanos, que venía de una guerra interna gigante, finalmente aceptó la comanda nacional y pactó con el PP para mantenerlo en el poder (en este territorio no necesitaban a Vox); ¿y todo eso de propiciar el cambio ante gobiernos inmovilistas desde hace décadas? No en Castilla y León, está claro. García-Page pasó de gobernar como segunda fuerza gracias al apoyo de las izquierdas a tener mayoría absoluta (pero con Ciudadanos y sin las izquierdas en el parlamento manchego; Cs votó en contra de la investidura). Fernández Vara (PSOE-E) repitió victoria en Extremadura, ahora con mayoría absoluta (ya no necesitaba a las izquierdas), Ciudadanos, que había crecido, se mantuvo en la abstención. El PSIB-PSOE ganó en Baleares, donde ya gobernaba como segunda fuerza política. Armengol; las votaciones fueron parecidas a 2015, con Cs (que creció hasta ser la cuarta fuerza) votando en contra. En Navarra Ciudadanos probó algo distinto: se presentó en coalición con el PP. Así, Navarra Suma intentaba ser la vuelta a esa idea del PP de ser la única fuerza política. Acá hablamos de tres partidos, UPN, PPN y Cs; vencieron, pero Chivite (PSN-PSOE), que había mejorado el resultado, se hizo con el poder tras pactar con Geroa Bai. En el caso navarro sí que hubo cambio de gobierno, pero a medias (con pacto mediante de la fuerza que dejaba el gobierno). En La Rioja ya teníamos otro escenario donde Ciudadanos podía demostrar su poder de cambiar gobiernos, el PSOE ganó por primera vez en bastante tiempo y todo indicaba una investidura fácil, pero Ciudadanos decidió ponérselo difícil. Cs, que se había abstenido en el 2015 para que gobernara el PP, ahora prefería votar en contra. La coalición Podemos-IU se separó desde el primer momento y se tuve que llegar a una tercera votación para investir a Andreu. ¿Dónde está todo el discurso de cambio o dejar de gobernar a la lista más votada si no se puede ofrecer una alternativa? Hasta tenían el pacto como algo relativamente sencillo. Conesa consiguió que el PP ganara en Murcia, plaza especialmente difícil para cualquier formación que no sea de la derecha. Ciudadanos, que había subido en escaños pero bajado en votos, decidió permitir que el PP (uno de los PP más acusado de actos de corrupción) se mantuviera en el gobierno, pero con ellos dentro. Franco, que defendía el pacto con el PSOE, pasó a decir lo contrario (y así hasta ahora). En Murcia tocó pactar con Vox de forma muy clara, no como en Andalucía. En Madrid, otro de los sitios donde el PP acumula más casos de corrupción, Gabilondo venció (también tras mucho tiempo, curiosamente, lo hizo manteniendo el mismo número de escaños aunque subiendo un poco en los votos), el PP se desplomó y Ciudadanos creció muchísimo. Vox irrumpió con fuerza ante una izquierda que se dividió sin ganar nada en el camino (Más Madrid 20, Podemos-IU 7, antes, juntos, tenían 27). Ciudadanos, la vez anterior, también dejó pasar la oportunidad de investir a alguien que no fuera del PP, pero no quería saber nada con las izquierdas. Esta vez sus votos no eran suficientes, necesitarían a la extrema derecha o, en su caso, ir con el PSOE y pactar con otra fuerza (no sumaba mayoría absoluta con ninguno de los dos grandes partidos). Pero en Madrid tenía una situación algo distinta: Podemos no era nada necesario, podía pactar con Más Madrid y el PSOE, o solo con el PSOE y que este buscara la abstención de Más Madrid. Incluso podían abstenerse y punto, para sacar al PP. Pero entraron al gobierno con Ayuso y el apoyo de la extrema derecha.
El problema principal de muchos de los pactos de Ciudadanos, que ahora sí entraba en los gobiernos (cambio de opinión a su postura de si no ganan se quedan en la oposición permitiendo el gobierno de la fuerza más votada), se funda en que necesitaban una tercera fuerza política, se supone que también antagónica con los valores del partido naranja: Vox.
Y digo que se supone porque el amor tripartito en las derechas españolistas ya era claro en algunos elementos importantes. Ciudadanos quería mantenerse alejado de temas de corrupción (pedía al PP que retirara a determinados personajes) y, a la vez, quería ser el único agente de esos pactos, alejado de los reaccionarios y filofascistas; pero necesitaba a esas personas y prefería que el PP pactara con ellos en cadenas raras (que al final acababan documentos firmados a tres manos) a buscar alternativas en, por ejemplo, el PSOE. Esto era especialmente claro en sitios como Madrid o Murcia, como lo fue en la propia Andalucía.
Así que Ciudadanos, que se presentaba como el partido del cambio de gobierno, de no pactar con extremos, de no pactar con partidos acusados de corrupción, entraba en gobiernos siempre del mismo palo y con partidos de extrema derecha como apoyo necesario. Ciudadanos, que rozaba el cielo, decidió que su enemigo, en realidad, era el PSOE y todas las izquierdas (y esto mientras seguía ganando políticos desde el PSOE; aunque cada vez menos, mientras eran los del PP los que se iban sumando al proyecto naranja).
Pero acá Ciudadanos se estrella contra una realidad: el voto al partido naranja (salvo en Melilla) era sinónimo de votar por el Partido Popular. Y en sacar la bandera más grande y decir la burrada más gorda no podían competir con la extrema derecha, con la que también pactaba. Así que Ciudadanos, en unos meses, pasó de ser la alternativa del cambio a la marca blanca del PP, y hay que reconocer que la gente prefiere el original. Y para quien venía al PP blando, Ciudadanos era un algondoncito inútil, con lo que su voto españolista cada vez era más verde.
Se repiten las elecciones, porque el PSOE pensó que ganaría de forma más clara, porque Podemos e Izquierda Unida tienen que tocar lona tres veces antes de darse cuenta que están en una pelea distinta a la que ellos creen, porque Ciudadanos creyó que la única forma que le quedaba por subir (tras esquilmar al PSOE) era por la derecha.
¿Qué pasó?
Ciudadanos cayó. Cayó como llevábamos años que no veíamos a una fuerza perder tantos apoyos. Pasó de casi 4,16 millones de votos (y 57 escaños) a 1,65 millones (y solo 10 curules), de tercera fuerza con posibilidad de generar un gobierno con mayoría absoluta a cuarta en votos y quinta en diputados. Rivera dimitió y dejó al frente a Arrimadas, casi con un marrón más grande que una posibilidad real. El mismo año que Ciudadanos pudo (y no quiso) cambiar la política española, nos encontramos con el final político (al menos parcial) de la formación. El PP, que salvó los trastos en las autonómicas gracias al apoyo de Ciudadanos, le arrebató (o recuperó, como prefieran decirlo) muchos votos a su socio naranja. La formación de Rivera además vio como otros de sus votos se iban a la abstención o los perdió por la extrema derecha (Vox), con la que también estaba pactando. Como recuerdo, a esas generales Ciudadanos se presentó con el PP y UPN en Navarra.
A partir de las generales, todo mal para Ciudadanos. De repente, la urgencia no era solo mantener al PP en el poder allá donde estaba, sino entrar en las mismas listas, como en Navarra. Ciudadanos seguía una hoja de ruta de «unión de las derechas» que coincidía con la idea de Casado (PP), salvo que este segundo más bien quería absorber a Cs. Así, en Euskadi se presentaron listas conjuntas (donde el PP tiene muy malos resultados), con una peor participación, el PP vasco cayó de 8 a 6 escaños, correspondiendo 2 a Cs. Mientras tanto, en Galicia Núñez Feijóo (PPdeG) no aceptó la coalición con Cs, más bien, los ridiculizó todo lo que pudo. En Galicia, además, las mareas y coaliciones de izquierdas desaparecieron del parlamento, ganando muchísima fuerza el BNG (que pasó a segunda fuerza) mientras que el PP mantenía la mayoría absoluta. La idea de un «España Suma» o el nombre que tocara en cada lugar se difuminó, siendo las elecciones catalanas de este año la puntilla al proyecto de Cs: Carrizosa pasó de tener a la principal fuerza en el parlamento catalán a ser la séptima (de 36 a 6 escaños). El PP de Fernández entró por la mínima al legislativo autonómico. Vox se colocó en una posición similar a Ciudadanos de 2012; es Vox la fuerza representativa del españolismo rancio que Cs agrupó durante un tiempo, pero, como digo, a burradas no le gana a la formación verde. (El PPC se lo tendría que hacer mirar, desde esos 19 escaños de 2012 a los 3 actuales).
Y así llegamos a una situación inestable, donde Ciudadanos ve que el socio real del PP es Vox, no ellos, donde, además, el PP sigue con sus corruptelas y problemas de siempre y ellos desapareciendo. Pasó lo de Murcia: que no, que no fue una traición «real» de Cs al PP, que viene del ayuntamiento (donde la moción sí se produjo) donde el teniente alcalde (Cs) denunció al consistorio por corrupción (entregó mucha información sobre contratos menores firmados en legislaturas pasadas), donde el PP se querelló contra el teniente alcalde por «revelación de secretos», donde el escándalo de las vacunas de los políticos salpicaba a concejales de PP del ayuntamiento (y Cs pedía su dimisión). En fin, en ese clima la coalición no se sostenía, y esto tuvo reflejo a nivel autonómico, donde el PP murciano, además de dejarse querer más que en otros lados por Vox, prefería atacar a su socio que aceptar sus demandas de limpieza, dimisiones y demás.
Pero como el poder es importante y Ciudadanos ya estaba desarmándose, la moción en Murcia fracasó tras un movimiento del PP: mantuvo en el gobierno a una persona de Ciudadanos y sumó a otras de la formación naranja, que pasaron de apoyar la moción a ir en contra de la misma.
Las dimisiones entre la gente de Ciudadanos, que ya llevaban un año produciéndose (sobre todo por algunos pactos de Cs con el PSOE a nivel nacional, pactos, además, para evitar que el gobierno dependiera de ERC, misión de Cs pero que, por algún motivo, en el Cs más del PP que de otra cosa escocían mucho), comenzaron a aumentar, la posibilidad de mociones de censura en esos gobiernos sostenidos por Ciudadanos comenzó a sonar con fuerza y Ayuso (Madrid) vio la oportunidad de deshacerse de un aliado que no quería.
Llevamos un año largo de peleas entre Ciudadanos y el Partido Popular en Madrid, donde Ayuso un día amenazaba con adelantar elecciones y al siguiente decía que eso era una temeridad y algo malo en pandemia. Más vale prevenir que lamentar, debió pensar, y lo de Murcia le vino al pelo: disolvió la cámara por una traición que aún no se producía.
Desde Cs aseguran que no pensaban dinamitar esa coalición, desde el PP dicen que les había llegado información sobre una moción preparada por Aguado (por cierto, el documento existe, pero parece que se hizo y se pasó a la gente de Cs cuando Ayuso ya había anunciado que convocaría elecciones y no era por medio de pacto con el PSOE, era como la de Más Madrid o la del PSOE, hecho para ver si podían detener el adelanto electoral).
Entre tanto, mientras analizaban qué estaba pasando en Murcia y veían con estupor lo de Madrid, más gente saltó de Ciudadanos. Tal vez un caso para estudio es lo de Cantó, que renunció a sus responsabilidades y se mudó casi a la vez (a saber qué hizo primero), anunciando que dejaba la política y volviendo a la misma a los dos días, para entrar en las listas del PP de Madrid en contra, en principio, de la propia Ayuso (el fichaje es del PP nacional; además, en contra de la promesa de Ayuso de poner a la gente de su gobierno en los primeros puestos de la lista, Cantó iría en quinto puesto por su cara bonita). De hecho, en Cs también renunciaron otras personas, una de ellas dijo que también dejaría la política, y ya fichó por el PP (me imagino que hay gente que piensa que el PP es una empresa de construcción o algo así, porque eso de dejar la política y ser parte de listas electorales de un partido es un tanto raro).
Ciudadanos creció, en gran medida, con gente que provenía del PP (el propio Rivera venía de ese partido, pero no hablamos solo de militantes de base -como fue Rivera-, sino de cargos públicos que se daban de baja del PP para presentarse por Cs), así que no es extraño que ahora se invierta la jugada. Además, con todos esos cuadros que Cs sí llevó a la política y que ahora buscan un árbol que dé más sombra (y tenga pájaros).
Mientras todo se rompía en Murcia y Madrid, Cs de otras regiones prefieren mantenerse con el PP porque… no sé por qué. Hacen gestos y apoyos al PP en Castilla y León y en Andalucía, le hace ojitos a sus aliados de la derecha sin darse del todo cuenta de la OPA hostil que están haciendo sobre su propio partido (en estas otras regiones también pierden apoyo e integrantes).
Parte del problema de Cs es que se ha demostrado que no es alternativa de nada, que simplemente siguieron la estela del PP sin dar siquiera estabilidad, y que para decir y hacer burradas por la derecha hay una formación que lo hace mejor. No solo son un partido inútil, que hay muchos (en las izquierdas lo sabemos bien), sino que, además, resultan ser dependientes y su alternativa útil está clara (eso es lo que falta en las izquierdas).
¿Que la alternativa útil son una panda de corruptos? Puede, claro, Cs nació en parte para luchar contra eso, pero si al final van a seguir en el gobierno y haciendo lo mismo, ¿por qué no votarles directamente?
Ciudadanos tuvo en su mano reemplazar al PP y lo que ha conseguido es reforzarlo.