Un político conversaba con el presentador de un programa de radio (de esos de ahora, que retransmiten por televisión a la vez… pero siguen siendo programas de radio) sobre el tema de la corrupción. El político ponía sobre la mesa la transparencia de sus campañas frente a la del No a la Revocatoria de Susana Villarán (sí, esa campaña), ese caso que ha explotado hace unas semanas, donde por lo visto el equipo de la entonces alcaldesa de Lima habría recibido plata bajo la mesa por parte de una importante compañía que, luego, se benefició de una serie de cambios sobre sus concesiones (con lo que la plata crea plata). No solo está ese caso de corrupción, el mismísimo presidente de la república, Pedro Pablo Kuczynski (PPK), se ve salpicado de forma clara en los casos de la empresa brasileña Odebrecht (la cual, por lo visto, tenía en nómina a media latinoamérica, como mínimo), sí, ese caso que nos acerca a la vacancia. El contexto, para situarnos, venía apoyado por unas fotos que acababan de salir donde se veía a Villarán saludando a un intermediario de la empresa que ella, inicialmente, dijo no conocer (las fotos eran de un acto público con muchos saludos y tal).
Tanto el periodista como el político no dudaron en sacar lustro a la placa que el uno al otro se habían entregado de «incorruptibles» (al menos hasta ahora), para esto contaron varias anécdotas de cenas y demás donde les habrían ofrecido plata o para sus campañas políticas o para que hablaran mal o bien de determinado tema (o dejaran de hablar del mismo). Así pues, ambos ponían como ejemplo cómo en alguna cena se habían levantado de la mesa (a la que habían sido invitados), pagado su parte y marchado.
Ninguno de los dos había jamás denunciado esto. De hecho, no lo estaban denunciando en ese momento: no daban nombres; no decían ni quién ni en qué casos se produjo, no comentaban nada realmente. «Fui tentado pero no lo hice». Vamos a creer a ambos, no tengo razón alguna para no creerles esos relatos concretos, esas cenas con determinada persona -inidentificable- en que se les ofrece dinero y ellos, dignamente, se marchan sin aceptarlo (en ambos casos, pagando su cuenta en el restaurante), pero ya me queda claro algo: no denunciaron el intento de soborno. Esa mismas personas que les ofrecieron dinero a ellos, seguramente, acabaron pagando a otro. Omitieron un deber (sobre todo el político): denunciar al corruptor.
En determinados entornos, digámoslo claro, la corrupción está absolutamente normalizada. Porque corrupción es también esa «pequeña coima» que pagamos para evitar la multa de tránsito, no lo olviden.
Pero, a lo que íbamos. Cada vez que sale un caso grande de corrupción, muchos se presentan como limpios poniendo ejemplos donde la «tuvieron fácil» para salir con un dinero extra en el bolsillo y no lo hicieron. Piensan que de esa forma demuestran su honradez frente al hediendo rival. No lo hacen, lo que nos muestran es que eran conocedores de un corruptor y no dijeron nada. Sí, claro, muchas veces son cosas de «tu palabra contra la mía», de la imposibilidad de poder demostrar que te han ofrecido plata para hacer o dejar de hacer algo, pero otras tantas, y no pocas, en realidad son el día a día y hay más rastros, por no decir que un periodista que se precie siempre está presto a seguir y denunciar una noticia, que si sabe que Fulanito anda partiendo manos con dinero para que un caso quede en el silencio de la prensa, debe investigar y denunciar a Fulanito y los intereses que representa. Debe investigar a qué compañeros «untó» y hacer más ruido, si cabe, con el caso que pretendían tapar.
Pero no hacemos eso. Entre los periodistas por algo importante: quien ofrece la plata es, en muchos casos, un amigo, un confidente, una fuente, un algo importante para el periodista. Nadie muerde la mano que le da de comer, y denunciar determinadas prácticas es un suicidio para tu medio. Lo mismo pasa con los políticos, el empresario que le ofrece al político una «mordida», quien le tienta con dinero, seguramente es «pataza», es el entorno cercano de la persona, no un desconocido que aparece sin más. Es, tal vez, una de las personas que de forma transparente sí ha donado dinero a su partido (personalmente), que le ha echado alguna mano en tal o cual campaña o problema personal.
En el fondo, ese periodista y ese político que nos contaban sus hazañas rechazando coimas, dejaban claro un sistema corrupto en que eso es normal y, por ello, no se denuncia. Ambos hablaron con tono indignado de las propuestas que les hacían, pero ninguno fue capaz de ir un paso más allá de la anécdota que se cuenta para quedar bien («miren, público, rechacé la oportunidad de llevármela» y ya) y en gran medida esto es así porque «lo normal» es que en ciertos círculos, donde estas personas se mueven, «todo» es corrupción. Así es el juego, así son las cosas, así las aprendieron…
Y es que, en el fondo, ideológicamente se termina justificando que cada quien juega sus cartas para sacar el máximo provecho posible de cualquier situación, lo llamamos «competencia» y nos rasgamos la vestidura cuando lo hacen los demás.
Sin romper con la normalización de la corrupción no podremos acabar con ella, no podemos exigir a nadie que la combata si nos quedamos en silencio.