«[E]ntre todos los Estados que existen uno junto al otro, la guerra es permanente y su paz no es más que una tregua.»
El principio del estado – M. Bakunin
Descreyente publica en D=a= una muy interesante y pertinente reflexión sobre la guerra, que les invito a leer. Desde que comenzó la parte militar de este conflicto entre Ucrania y Rusia he querido escribir unas líneas (ya saben, por aquello de sumar ruido y denuncia), pero no me he visto demasiado capacitado para hacerlo (y, claro, no lo verán). Son muchos los temas de los que me gustaría hablar, pero no estoy del todo seguro en cómo enfocarlos para que se entienda, ni del todo seguro en el contenido, pues son arenas inestables.
Cuando comenzó la escalada de tensión en la frontera, la verdad, pensé que esto acabaría como hace unos años con lo de Crimea (soy consciente que este es el mismo conflicto, pero ya me entienden, me refiero a la alta tensión militar que hoy por hoy es una guerra abierta, invasión incluida), máxime cuando Donetsk y Lugansk consiguieron por fin el reconocimiento ruso de forma clara (que se declararon independientes en el 2014 y Rusia jugaba con el lenguaje) y, junto con ello, la entrada de Rusia en Donbás con una gran cantidad de tropas y maquinaria de guerra para «defender» a la gente de dichas repúblicas (y bastante más territorio que el ocupado por las mismas, así, de paso).
Desde el llamado Euromaidán y la reacción posterior, la ruptura entre las dos ucranias quedó clara y la situación en ningún momento ha ido a mejor (que Ucrania dista mucho de ser una democracia pacificada de puertas para adentro); las potencias que miran con gula las tierras ucranianas tampoco han ayudado a que el conflicto interno disminuya, todo lo contrario, lo han animado. Esta pugna entre potencias imperialistas se han traducido en que una de ellas ha entrado en suelo extranjero y defiende que bombardear, matar, marchar y machacar son una opción válida para llevar a cabo «intereses militares».
Esta no es una guerra de un hombre contra el mundo, no es una guerra de la democracia contra la dictadura ni ninguna otra paparrucha; son dos imperialismos enfrentándose y, como siempre, pagándolo los pueblos, toda esa gente que sin comerlo ni beberlo se ve compelida a salir de sus casas, a huir de su tierra, a coger rifles, a ir a otro país a invadirlo, a sufrir bombardeos o a vivir en una continua represión y censura.
No es un tema de que Putin esté más o menos cuerdo o sea un autócrata que no le importa mandar a la guerra a su gente (lo ha hecho muchas veces, esto no es nuevo). Tampoco nos puede pillar de nuevas cómo Putin dirige el país, el mal llamado «Occidente», con sus más y sus menos, ha mantenido todo tipo de relaciones económicas con Rusia estos años (sí, algunas sanciones y tal, pero para todo lo que llevan haciendo, se les ha reído las gracias) y a Putin recién se le han puesto sanciones personales «ahora» (lleva más de veinte años haciendo y deshaciendo a su antojo).
El problema, decía, no es Putin (un indeseable, sin dudas), en tanto que él solo es la manifestación de una forma de hacer política, de un imperialismo que no solo está en Rusia. Putin hay muchos y en demasiados gobiernos. El problema es más de fondo, lo podemos ver en toda la estructura militar (de Rusia y de los demás países). Nadie podría enviar un ejército a suelo extranjero si no lo tuviera. Nadie podría apretar el botón rojo para lanzar misiles nucleares si no los tuviera. Putin no es el único que tiene toda una estructura que defiende, en el fondo, la violación constante de los derechos humanos (el mal llamado «Occidente» no podría tirar la primera piedra). Como el problema no es Biden (otro que tal baila) ni lo fue Trump (y eso que se empeñaba en serlo).
No quiero extenderme mucho, la verdad, pues, como decía, tampoco tengo mucho que decir que no sean simples desvaríos (como todos los párrafos previos; salvo en el que les invito a leer la entrada de Descreyente), pero estos días he vuelto a ver una actitud pueril de quienes son compañeros de luchas sociales, que de repente se ponen a defender a Rusia única y exclusivamente porque se presenta como un contrapoder a la OTAN, la nefasta e impresentable OTAN. Hace una docena de años comencé una nota con estas palabras:
«Tenemos una facilidad asombrosa para tragarnos los blancos y negros como única respuesta sistémica del mundo y parte del extranjero, de entender la existencia, en otras palabras, en binario. Si no eres A eres B, no hay más posibilidades, o conmigo o contra mí. No hay posibilidad, tampoco, en profundizar o cuestionar a B o A, según las preferencias electivas en cuanto a héroes y villanos, ni de intentar entender las razones del otro, mucho menos de plantear intermedios. 0 o 1, no hay más.»
Unos pocos líderes salen a defender a Rusia, la actitud militarista, imperialista y criminal de un país dirigido por un gobierno filofascista. No están apoyando una fuerza antiimperialista ni una lucha popular, no están apoyando una revuelta socialista ni nada por el estilo, están dando su apoyo a un gobierno que, no lo olvidemos, reprime a las izquierdas dentro de su país, a un gobierno homófobo a más no poder, un gobierno machista y declaradamente antifeminista. ¿Con qué cara pueden defender a ese gobierno? ¿Qué les lleva a pensar que una operación militar de esta magnitud puede ser algo loable o, siquiera, justificable? ¿Es que hemos caído en el vale todo si es contra Estados Unidos? (Y ni siquiera es «directamente» contra ese país).
El imperialismo de Estados Unidos (y aliados) no se puede enfrentar apoyando el imperialismo de Rusia. La causa antimilitarista y anticapitalista no se logran apoyando a un gobierno capitalista y militarista.
Para acabar (ahora sí), les recuerdo que hace unos días publicamos un podcast sobre la paz, que les invito a escuchar.
Actualización (8/3/22): en Red Delicias se publica un podcast por el Día Internacional de la Mujer Trabajadora donde tratan el tema de la guerra desde una perspectiva feminista. Les recomiendo mucho escucharlo (todo el audio, pero en particular esa sección, vinculada con el tema de esta entrada).