El taller de Lee Los Lunes (llamémoslo así) va como debe ir… y pronto estará la tercera revista (bueno, «pronto»; mejor con comillas). En fin, hoy estuvimos actualizando la web, y al margen de toda la parte en que explico las perspectivas que aún no subo, ya estamos casi al día con las distintas actividades que hemos realizado. Una de ellas -en el cap. XIII– fue, con un final dado, escribir un cuento. Divertido (de veras), pueden ver los resultados de todos los participantes acá (contando el mío, que, además, reproduzco más abajo en esta nota). Por cierto, teníamos más finales (todos ellos escritos por Mtt); ¿se animan a escribir comienzos y nudos para todos esos finales? ¡Espero que sí!
Cuento con un comienzo para un final
La sangre empapaba los campos, la muerte cubría toda la vista, los gemidos acallaban todo pensamiento consciente… ¿cómo pudimos llegar a esto?
Horas antes, el paisaje era idílico, el sol brillaba con fuerza, las armas destellaban y los pájaros cantaban. Nuestro general chilló una orden que no entendí, pero todos corrieron hacia delante bramando, jurando, retando.
Durante un interminable tiempo, sentí la guerra en mis venas, no era dueño de mis actos; la lanza, la espada, cortaban y pinchaban sin miramientos; la sangre propia y ajena se iba secando en mi armadura; el dolor era remplazado por odio. Odio a todos: a los enemigos por obligarnos a esta insensata batalla; a los aliados por no saber más que de rencores, envidias y guerras… todo había terminado, o eso creía…
Miré para todos lados. A lo lejos, detecté la presencia de Anilus, el líder rival, que remataba a compañeros míos al otro lado del valle. Me levanté con los ojos inyectados en sangre, corrí hacia él. Me miró sin odio, blandió su arma y caí al suelo, herido de muerte; un grito sordo se negó a salir.
El rostro cansado de mi asesino, en la victoria, no dejó de mirarme. De un momento a otro, se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?