– ¡Qué suerte he tenido! pensé en ese momento. La miraba y escuchaba con una total atención, absorto en cada una de sus palabras, en la armonía que las mismas desprendían al conectarse unas con otras, formando hermosas figuras que el mejor literato ni ha soñado, y todo para explicar las cosas más sencillas de la creación. La miraba a la vez, era imposible apartar la vista de su persona, cuya sola presencia ya merece las más grandes loas, y encima sus palabras se entremezclaban con su aroma, con ese halo que poseen quienes brillan con luz propia. Llevaba, como les decía, horas con ella, feliz hasta la saciedad de haberla conocido, y parecía que, por alguna extraña razón, el sentimiento era mutuo. Nos encantaba estar conociéndonos, que es gerundio, ambos bromeábamos…