Hambre y pobreza, problema estructural
[[publicado originalmente en De Igual a Igual]]
Mentiría si dijera que estoy decepcionado con la última cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO por sus siglas en Inglés), mentiría porque realmente no me esperaba nada, así que no me podía decepcionar. En las noticias de La Sexta hicieron un genial resumen del acuerdo vacío de contenido, comparándolo con la película de los hermanos Marx en que se hace un contrato vacío, así fue la cumbre de las FAO, un acuerdo en que se quitó todo lo poco interesante del proyecto propuesto para acabar diciendo «estamos de acuerdo en que tenemos que estar de acuerdo», que es decir nada. También que sólo unos pocos países han comprometido ciertos fondos, donde otra vez falta el dinero de los que más tienen. Y donde el dinero prometido (a saber cuanto se dará al final) será, en todo caso, insuficiente. Otra vez.
La FAO, conservadora como cualquier organización internacional que tiene en su seno a tantos países con intereses contrapuestos, es capaz de mencionar cómo un séptimo del mundo se muere de hambre para, al momento siguiente, verse incapaz de conseguir una respuesta mínimamente solidaria de sus miembros. Ya ni siquiera dan limosnas, como antaño. Ni siquiera.
La FAO no sirve. Pero no por su propia incapacidad (hay que reconocerle, al menos, el buen trabajo para explicar la situación actual: Hay hambre; cualquiera puede decirlo, es cierto, pero ellos agrupan a todo el mundo, para que luego nadie les haga caso, pero esa es la ironía internacional), sino por su falta de competencias. Los Estados, controlados por los poderosos, no se someten a organizaciones que pueden indicar que sus privilegios son exagerados. Ellos crearon un pequeño perrito faldero, nunca alimentarían un lobo independiente.
El hambre en el mundo es un problema estructural, que tiene que ver con estructuras internas y externas dentro del capitalismo sea de Estado sea de puro mercado en el mundo, así que la FAO puede decir cuanto hambre hay, luego el resto de Estados seguirán con sus políticas y llorarán, como mucho, por nuestros muertos de hambre en bonitas teletones.
La Señora F. de K. de Argentina dijo una gran verdad, con demasiado cinismo e hipocresía, pero una verdad a fin de cuentas: El problema es la distribución, no la producción. Y no, el mercado no distribuye correctamente, sino no hablaríamos de 850 millones de personas muriéndose de hambre. Y no, la intervención nimia que realiza el Estado en los países «capitalistas» tampoco soluciona el hambre, no lo hace dentro de sus fronteras (Osvaldo Bayer nos cuenta el hambre en Alemania en un gran artículo sobre la cumbre y demás) y tampoco lo hará fuera (como muchos analistas coinciden, hasta desde las FAO se avisa que el hambre se debe, en gran medida, por la fuerte especulación, pero en la cumbre ni pío al respecto, y queríamos oír a los grandes inversores y agraciados por todo el sistema hacer aunque sea un pequeño mea culpa, y nada, no nos dieron ni ese pequeño gusto).
En el mercado no está la alternativa. En los estados actuales mucho menos (que viven de rodillas al mercado, no lo olvidemos). ¿Qué debemos hacer? Cambiar las cosas de raíz. No podemos contentarnos con migajas de pan (aunque por mientras vengan bien, son necesarias, un parche que hay que poner antes de que todos muramos), con una suerte de indemnización o compra de pax por parte de las grandes potencias que se benefician del sistema internacional de explotación (ni podemos tolerar que algunas de las más grandes no digan esta boca es mías y no prometan, siquiera, un eurito), hay que cambiar las cosas.
Muchos dirán que estamos locos, que no se pueden cambiar las cosas, que el modelo medio funciona bien, que requiere unos pocos ajustes y para delante, que el resto de alternativas (ejecutadas actualmente) son peores y que siempre hubo hambre.
Sí, siempre hubo hambre. Y también enfermedades hoy casi erradicadas. No es justificación alguna para que un mundo que produce más que nunca siga pasando mayoritariamente hambre. Sí, hasta ahora las alternativas ejecutadas han ido mal (honrosas y localizadas excepciones), pero no por ello debemos cruzarnos de brazos y ver cómo nuestros vecinos mueren por no tener un cacho de pan y leche.
El modelo actual sólo puede ser parchado por los que mandan, y ellos no quieren hacerlo, así que por ahí no hay solución alguna, el modelo actual como poco ha mantenido la pobreza (es cierto, antes que se ejecutara el modelo actual ya existían pobres y hambre, pero el modelo se aprovechó de eso, no cambió las estructuras que lo permitían, sino que las potenció, así que no fastidien con el capitalismo, ni con el mercado, está visto y comprobado que ni funcionan ni existen).
No se pueden cambiar las cosas de un día para otro, y mucho menos si nos damos por vencido antes de intentarlo siquiera. Estaríamos locos, eso sí, si no buscásemos un cambio profundo en cómo nos manejamos, en cómo funciona el mundo, porque es de locos mantener un mundo muerto de hambre, ver cómo se desnutren niños a los que podríamos curar y dejar vivir con el estómago lleno, porque no hay libertad ni cordura en un planeta hambriento y que mira cómo su gente muere.
Excurso: ¿Cuantos campesinos estuvieron en la cumbre? ¿Ninguno? ¿Cuantos afectados por las políticas actuales, la especulación, y el sacrosanto mercado? ¿Ninguno? ¡Por eso no cambian las cosas!