No oculto que estoy en contra, por principio, de las limitaciones a las reelecciones, en tanto que considero que es mediante el voto como se decide si una persona debe o no continuar en un cargo, y no por simple disposición legal/constitucional. Dicho esto, está claro que no todo vale para conseguir «levantar» el veto contra las reelecciones, y que en ningún caso es aceptable el soborno como método para conseguir el acuerdo en levantar las trabas.
Álvaro Uribe es un presidente de los de antes, mano dura con los no-amigos, militarismo rampante, derecha populista donde las haya y vínculos con lo peor de lo peor de las fuerzas paramilitares, así se impone la fuerza y se crea un sistema cuasifeudal en paralelo del legal. Eso si, todo el tiempo con corbata y sin mancharse las manos, como un Señor de los de antes.
Sabíamos que Uribe no jugaba limpio nunca, siempre se puede escarbar un poco en sus deposiciones para encontrar todo tipo de vínculos de corruptela, cacicadas, nepotismo y demás, el pan nuestro de cada día en Latinoamérica (con todo tipo de gobiernos), y ahora queda probado que, además, «hizo trampas» para que se aprobara su proyecto de reelección. No voy a decir que su elección fue un fraude ni nada de eso, pero por lo visto el proceso está viciado desde el inicio, desde la aprobación de la reforma que le permitió presentarse a la reelección.
Yidis Medina, ex congresista colombiana, ha sido condenada «a 43 meses de prisión domiciliaria por un delito de cohecho», según informa la BBC. Según los hechos, esta ex congresista aceptó promesas de favores (promesas de nombramientos) para votar a «sí» al proyecto de reforma constitucional que, en 2004, permitió a Uribe volver a presentarse al cargo más importante del país. No es la única, claro, otros dos congresistas están siendo investigados bajo la misma acusación. Así pues, por estos «favores», Yidis Medina cambió de opinión, de ser contraria a la aprobación de la medida a votar en favor de la misma. Lo peor, para Yidis, es que el gobierno no cumplió con su palabra (¿Roma no paga a traidores?).
En Colombia muchas fuerzas sociales y parlamentarias reclaman la dimisión del gobierno, la investigación profunda de cómo llegó al poder (a quiénes se sobornó para que votaran a favor de la reforma), que en su caso el fallo del Constitucional que apoyó la reforma sea revisado al existir delitos vinculados a las votaciones de la misma lo que le restaría legitimidad parlamentaria, a la par que se pide una convocatoria a elecciones presidenciales, la revocatoria al Congreso en tanto está podrido (como recuerdan en la BBC, la Corte Suprema colombiana «ha vinculado a 64 congresistas y ex congresistas a la investigación por la para-política y ya tiene a más de 30 de ellos en prisión»).
El gobierno se defiende diciendo que a ellos aún no los acusan de nada, y que el cohecho tiene dos vías (tal cual) y una de ellas no ha sido condenada, por tanto, según su lógica, está limpia. Aunque claro, olvidan que dos altos funcionarios además del Ministro de La Protección Social, Diego Palacio, y del ex ministro de Interior y Justicia y actual embajador en Italia, Sabas Pretelt llamados a indagatoria (esto es, ya hablamos de presuntos reos), como poco, sí que hay indicios, en este caso, de participación en el cohecho cometido junto con Yidis. Indicios de delito, como poco, hay. Y eso ya es grave en un gobierno al que le crecen hasta los enanos, en que las fuerzas paramilitares y narcotraficantes están entrelazadas hasta con la familia de Uribe y con los más altos cargos del gobierno (contando a la presidente del Congreso, Nancy Patricia Gutiérrez).
Álvaro Uribe, como poco, debería echar a los ministros y embajadores implicados para intentar limpiar un poco su imagen, pero claro, él sabe que eso sería abrir la caja de Pandora, sus cómplices y demás no se verían protegidos por el silencio y apostarían por «contarlo todo»y ahí sí todo el estiércol llegaría al ojito derecho latinoamericano de la administración Bush. No hay salida digna para una situación como esta, y no se puede pedir honor y decencia alguna a un hombre como Álvaro Uribe. Escretable este sujeto que se presentaba a sí mismo con la reserva moral entre los presidentes latinoamericanos, que se ponía de ejemplo como demócrata de toda la vida y que sólo conoce el tiro en la nuca y el soborno como fórmula de hacer política, y negocios, muchos. Un cacique que debe caer.
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