Ayer pude asistir a una conferencia un tanto sui géneris, impartida por un peso pesado, Joaquín Araujo, y graficada por uno de los grandes caricaturistas españoles, Antonio Fraguas (sí, graficada, el gran Forges dibujando a la vez que el otro hablaba, ya todo un placer ver a Forges en acción), la conferencia, como no podía ser de otra forma teniendo a un periodista ecológico como orador, se trató sobre periodismo y el tema medioambiental, con una dura crítica a prácticamente todo lo que no anda y una clara exhortación a todos los presentes a comenzar a hacer cosas, y no esperar que otro lo haga (tan propio de todos nosotros, los cómodos, que preferimos que el gobierno o la empresa se encarguen, en vez de comenzar poniendo nuestro granito de arena).
Como digo, la conferencia fue interesante, y era un verdadero placer ver cómo, al vuelo, Forges iba dibujando lo que su compañero decía (pueden leer la crónica en De Igual a Igual, ahí nos explayamos bastante sobre la conferencia, que no es el tema central de esta entrada), pero al margen de esto, dos grandes ideas dadas en la disertación de Joaquín me hicieron recordar algunas de las grandes críticas que mantengo sobre nosotros, los cómodos o comodones.
Consumimos mucho, y cada vez más. Sin necesidad. Es lo más importante, es sin necesidad. Debo comenzar con un gran mea culpa, soy un consumista del papel y de la computadora. Y de lo no necesario con ambos, aunque con la computadora trabajo… Pero igual, tengo mi parte de culpa en todo el tinglado del consumo exagerado, y seguramente en el departamento tendríamos microondas y otros aparatos eléctricos si no fuera porque el departamento tiene una instalación eléctrica más vieja que yo que simplemente impide cualquier aparato de alto consumo.
Lo que sí veo, y hablo siempre de nosotros, los cómodos, los rápidos, es que despreciamos lo que tenemos, y lo que tendrán los que vendrán después, por falsos ídolos, todos ellos de barro, conceptos que nos han vendido y hemos asimilado sin problema alguno, hemos adoptado como propios y obvios, como necesarios e innatos, como esenciales. Tal vez eso es lo peor, hemos vuelto esas marcas como esenciales, y nada más lejos de la realidad. Y no nos paramos a ver el daño que hacemos, lo que estamos destruyendo con nuestras pequeñas acciones. Pero sí que corremos a culpar a otros por todo lo que pasa, sí queremos que esos otros, sean poder político o económico (si es que alguna vez se ha dado una diferencia real entre ambos) y dejamos que «otros hagan». Siempre. ¡Claro que tienen culpa! Pero tú y yo, también la tenemos. Y no, en este tema no vale dejar que otro comience a solucionar el problema y luego que tú o yo, nos sumemos, porque todos esperamos, y al final nadie hace nada.
Las ciudades están hipercontaminadas, sin lugar a dudas. Y no es sólo por las fábricas, las oficinas, las empresas, y demás. Es en gran medida por la cantidad ingente y siempre en alza de los vehículos a motor propios, que encima son parte del concepto de éxito que manejamos como sociedad. De pocos autos por zona hemos pasado por tal vez un necesario o útil vehículo por familia, a una situación en que nos encontramos con varios carros por casa, y a que se usen de forma totalmente individual. No se plantea aquí (ni en la conferencia, que esto de los autos lo estoy sacando de ahí) en que el vehículo a motor no se use en ningún caso, sino que se use cuando es necesario, y que siempre se intente que sea con el mínimo impacto al medio ambiente posible…
Hace un tiempo, por el «Blog Action Day», hablé sobre los eco-automóviles, la cosa no ha cambiado demasiado (salvo alguno, que curiosamente son de los que menos contaminan, son sinceros y no se marcan el tanto de ser ecológicos, sino de contaminar menos que el resto), lo malo es que ni siquiera han levantado un poco la conciencia sobre el uso de vehículos poco contaminantes, y cada vez se ven más todoterrenos en las calles. Triste.
No es ningún misterio que esos vehículos (toda esa exagerada flota de vehículos que queman cosas para que anden otras) son sobre el cuarenta por ciento de la contaminación ambiental, a ello debemos sumar la contaminación sonora (máxime a horas puntas) y el estrés generalizado. Por eso me gusta ir a pie. En el debate post-charla nos encontramos con una comparación entre Salamanca y Dinamarca, allá, nos contó un español, se usa muchísimo la bicicleta, y por gente de todas las edades, el tener un vehículo propio no es un signo de éxito, simplemente es un elemento de necesidad. Esto al margen de coleccionistas y fanáticos de los automóviles, claro.
Como el vehículo, podemos hablar de mil cosas más, el abuso de aparatos eléctricos para hacer operaciones completamente sencillas que toman medio minuto más «a mano», el abuso del ascensor, la pérdida de conciencia sobre el buen uso del calor y el frío ambiental en los locales (nosotros, los cómodos, queremos vivir con frío en verano y con calor en invierno, siempre con la ventana abierta, eso sí). Ahí Araujo comentó algo interesante, el gran crecimiento de la venta de aire acondicionado a la par que hemos perdido la cultura de construcción que permitía, mediante métodos totalmente naturales y simples (persianas y formas) tener habitaciones más frías que las actualmente construidas, y seguro que no hay una colusión entre constructores y vendedores, sino que los habitáculos que desprecian la cultura del calor y el frío son más bonitos, más vendibles, más de moda…
Hay tanto que podemos ir haciendo… y lo dejamos para mañana.
En todo caso, sí creo que es un problema ligado con el sistema de producción que tenemos, con el sistema capitalista que mantiene todo el chiringuito montado tal y como está ahora. Robo unas palabras de Miguel de Unamuno recordadas por Araujo durante la conferencia, porque me vienen de perlas: «Para que una sociedad se civilice y crezca será necesario que aprendamos antes a consumir que a producir». Nuestro modelo de producción, nuestro sistema, está montado en el consumo, así que no le conviene que aprendamos a consumir. Y no me vengan con que el mercado marca, que ayuda a todo esto, que puede regular para que el consumo sea responsable, porque mercado y consumo responsable son malos amigos, porque el mercado vive para su propio crecimiento a toda costa, y el mundo es un obstáculo. Sin más.
¿Podemos hacer algo ahora? Sí, no solo podemos, sino que debemos. ¿El sistema ayuda a que no hagamos nada? Sin dudas. Y cuando el sistema ve peligro en algo contrario al consumismo, lo transforma en consumismo (como la moda natural y ecológica, que tanto se hable de carros ecológicos pero que no se hable a la par de lo malo que es tener muchos carros o usarlo hasta para ir a la esquina cuando no es necesario para trayectos cortos -menos de dos o tres kilómetros-, es un placebo para una conciencia ecológica más bien limitada y sujeta a la moda).