Odio Madrid. Lo peor es que, si todo me va como me está yendo, terminaré pidiendo trabajo en esas tierras abarrotadas de burocracia, papeleos, malas pulgas y… y todo lo malo de una gran ciudad a fin de cuentas. Me dirán que mi resistencia a ver con buenos ojos la capital de España se debe a mis malas experiencias en esa ciudad, y tendrán toda la razón del mundo, ¿por qué sino odiaría una ciudad? Y es algo reiterado, no recuerdo nunca haber ido a la comunidad uniprovincial y pasarla realmente bien (en el cómputo global del viaje, puesto que siempre hay momentos memorables o, al menos, cotidianamente aceptables).
Estos días que no he escrito han sido porque tuve que ir a Madrid, otra vez más, a realizar papeles. Ya saben, esos trámites administrativos en que nos hacen realizar interminables colas para que en menos de 10 segundos te digan «te falta un documento / sello / papel / loquesea«, y uno intenta replicar con la poca calma que le queda que es lo que le pidieron por teléfono, informaron dos días antes en la ventanilla de al lado o resolvieron en esa carta que justo traes y que te obliga a realizar un trámite. Siempre. Esto siempre pasa, no importa qué tan preparado vaya uno a la administración (la que sea), siempre habrá algún problema, está en la propia definición de «trámite administrativo». Muchas veces se soluciona fácil, con la comprensión del interlocutor con la autoridad de tirar al traste tu cola de cuatro horas, otras tantas su decisión es irrevocable, la cosa es sencilla, te falta algo y ya están llamando al siguiente de la cola, «disculpe señor, hágase a un lado» llegas a escuchar atónito mientras sigues intentando entender la situación. Te falta algo.
Esta vez, esta ida a Madrid, no podía ser diferente, llevaba todo preparado, contando mi croquis de cómo llegar a cada sitio que tenía que ir, el plan de acción y tres días para llevarlo a cabo, era imposible hacerlo mal, me decía, imposible que no termine el trámite en una sola. Me confié, y todo salió mal. Comenzando por el autobús de Salamanca a Madrid, que se tomó la cosa con calma y llegó bastante tarde, el primer día, de facto, lo perdí por completo. No importaba, tenía dos días más para hacer los papeles y demás, me «sobraba» tiempo así que fui a Guadalajara (a otra ciudad, en otra provincia, en otra Comunidad Autónoma, al final, eso sí, de la línea de cercanías de Madrid), paseé lo que quise y luego me encontré con quien debía y pasaría la noche (gracias por el alojamiento) en un pueblo de dicha provincia, a pocos minutos de la capital homónima.
Al día siguiente llegué pronto al Ministerio que tenía que pisar, se supone, según la información que había recibido, que el trámite era rápido y sencillo, un sello en tres documentos, nada más, nada menos. Por supuesto, la cola por fuera del edificio mientras garuaba y amenazaba con llover de verdad, interminable, lenta, horrible en todo sentido. Una cola de las de verdad. A esperar se ha dicho, y el clima impedía siquiera intentar leer el periódico (oiga, algo bueno tiene Madrid, y es la facilidad para hacerte con periódicos gratuitos, que si 20Minutos, que si ADN, que si Qué!, que si Metro… y eso junto con unos expositores para que la gente dejara los periódicos que ya había leído para que otras personas pudieran aprovecharlas, genial). Cuatro horas. Cuatro horas de cola (y sólo una dentro del edificio), para que me digan que por qué iba tan tarde al Ministerio (claro, cuando me atendieron ya no era temprano, pero no se puede decir que yo haya llegado «tan tarde» en ningún caso), que ya no me daría tiempo a llegar a OTRO ministerio para hacer el sello que me faltaba, y que para el otro documento que llevaba necesitaba hacer toda una tramitación extra -y notarial, encima- en Barcelona (¡en Barcelona!), mientras me insistían que mejor así, que podía terminar la tramitación desde allá, a lo que repliqué que vivía para el otro lado, que ni en Madrid ni en Barcelona, y la administrativa, que de poco tiene culpa de que se abran sólo dos ventanillas para cientos de personas cuando hay sitio para, al menos, seis, me miraba con cara de «chico, mala suerte».
En fin, por enésima vez paseé sin rumbo fijo por Madrid, otra vez por la Catedral, Palacio Real, visita al parque del retiro (uno de los pocos sitios donde me lo paso bien en Madrid) y otros tantos edificios emblemáticos, no tenía ganas de entrar en ninguno la verdad, sólo de caminar a favor del viento que arrastraba, de cuando en cuando, esa garúa persistente y la falta de lluvia real. Prefiero la lluvia a la garúa. Sin dudas. A las horas que daba vuelta por las zonas turísticas madrileñas lo que más se veían eran grupos de japoneses ávidos por sacar fotos a tutiplén, son como los carteros de la leyenda estadounidense, ni el clima ni nada les estropea sus pocos días de vacaciones y turismo al año, y las fotos son la única prueba tangible de su estancia en exóticos lugares allende los mares. Les entiendo. Otra vez de vuelta a Guadalajara.
Sólo me quedaba un día más en Madrid, teniendo en cuenta la longitud de las colas, era simplemente imposible terminar los trámites en una sola mañana. Imposible. Así que fui a pedir cita al consulado para otro día, en el presente ya no podría acabar lo que estaba haciendo, era inútil resistirme. Esperaba que me lo dieran para… pronto, para un día cercano, el bonometro no dura eternamente. Un mes y medio más. Un mes y medio de espera para poder terminar unos trámites un tanto urgentes. Un mes y medio hasta mi próxima llegada a Madrid, un mes y medio para volver a pasar, otra vez, por todos los problemas habidos y por haber en las ciudades grandes, un mes y medio más para quejarme, otra vez, que no se desconcentre la realización de ciertos papeles y que necesariamente tenga que ir a Madrid para realizarlos, un mes de tranquilidad en una pequeña localidad castellano leonesa antes de volver al mundanal ruido de Madrid. Un mes… un mes…
(Lo bueno, sin dudas, son las librerías madrileñas -al margen de los museos-, por las que me estuve paseando, hay alguna curiosa, que sólo tiene libros que hablen de Madrid donde hay de todo tipo, en fin… Y eso que aún no he ido a las librerías especializadas ni al rastro.)
Excursos: Siento la entrada tan autobiográfica y bílica, pero la necesitaba. El título hace referencia, por supuesto, a una bonita canción de Joaquín Sabina (hombre enamorado de las grandes ciudades como Madrid, Buenos Aires, y similares), «Pongamos que hablo de Madrid» junto con la referencia a Trántor, capital del Imperio Galáctico en las novelas de Isaac Asimov de la Saga de la Fundación, Trántor es un «planeta-ciudad».
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