Entre la alegría y la extrañeza. Así andaba mientras leía los distintos textos sesudos escritos a raíz de la derrota de la propuesta de la reforma constitucional en las urnas en nuestro vecino Venezuela. Una autocrítica que sonaba a sincera (en la mayoría de los casos) aunque algo hipócrita o tardía (en algunos, en los que hasta hoy todo iba perfecto en la cuna de Bolívar -por hacer referencia al caudillo moral- pero que, tras la derrota, descubren que ni siquiera se daban las condiciones objetivas para profundizar en «la revolución del socialismo del siglo XXI»)… Esto hasta volver a escuchar a Chávez.
Antes del referendo indicó, el presidente venezolano, que si lo perdía él se tenía que ir. No dijo cuando, pero sonaba al típico «si mi proyecto fracasa, yo dimito»; ahora se ha vuelto en un «en el 2012 me marcho, porque ustedes no han aprobado que me pueda quedar». Lo cual no sé si le honra (¿cumplir tu propia ley es un hecho que te honre?) o le desacredita (hay una diferencia grande entre «me voy» y «me tendré que ir»). Sea como sea, si no hay posibilidad de ampliar o permitir que se repita el mandato del presidente, está claro que Chávez no podrá continuar como primer mandatario del país (si la revolución bolivariana depende de un caudillo, malo, si todo lo del socialismo del Siglo XXI es simplemente caudillismo tras un Chávez que cambia bastante de opinión, malo también).
Se dice mucho de si Chávez en un primer momento no quiso aceptar la derrota electoral (pírrica, como dijo primero), y que fue el entorno cercano más los militares quienes dijeron «cuidado con no aceptar el referendo», en plan amenaza barriobajera, o consejo paternal (si no lo aceptas, se acabó la fuerza moral del régimen, dijeron). Obviamente, esta trama o presiones son negadas desde el gobierno venezolano, incluso, desde los que se supone presionaron. Sea como sea, de cara al público salió un medio buen perdedor diciendo «pues sí, hemos perdido, por muy poco, pero perdido, y eso hay que aceptarlo, caballero nomás». O algo así. Hasta ahí, digamos, todo normal (siempre he creído que el poder tiende a autopreservarse al margen de las reglas, así que supongo que la tentación de no aceptar los resultados electorales en una verdadera constante, aunque esa no aceptación sea sólo de boquita -y esto sí que lo vemos en todos lados-).
Y aunque los analistas hayan realizado autocríticas necesarias (al margen de lo que me parezcan según quién las realiza, vayamos al fondo de las mismas, casi todas bien interesantes), parece que Chávez no las ha leído. Lo primero que ha hecho, en cuanto ha podido, es acusar a sus seguidores de flojos (lo menos) por no ir a votar. Les echó la culpa de la derrota en las urnas. Ustedes no han aprobado mi reforma y yo me tendré que ir, bramó (más o menos). Chávez no ha aprendido algo importante: Humildad. Un líder tiene que ser y parecer humilde para no levantar a los contrarios (pero no fanáticos opositores) en su contra. Chávez no lo entiende y a primera de cambio decidió insultar a quienes votaron «no» a la propuesta de reforma constitucional. «Su victoria es una victoria de mierda, nuestra derrota, llámenla así, es una derrota de coraje». No pues Chávez, no pues. Entiendo que él quiera indicar la poca diferencia entre el sí y no, irrisoria por todos lados, entiendo que deba hacer un mea culpa, pero no puede tirar estiércol sobre más de cuatro millones de compatriotas, sobre todo cuando están en edad de votar.
Lo que es peor, Chávez insiste en esas reformas, y sabedor que él no puede proponerla otra vez (está prohibido por la constitución que redactaron los suyos hace menos de un decenio), habla de «hacer» que el «pueblo» la pida. Necesitan poco (Chávez es capaz de movilizar esa cantidad de gente sin problemas), dos millones y medio de firmas más o menos. Pero es sacarle la vuelta al sistema constitucional que él mismo ideó. Y no sé hasta qué punto pueda ser un error estratégico más grande que pasar seis años de «segundo al mando» de otro gobierno chavista, pero sin Chávez a la cabeza.
Chávez no contó con el pueblo al redactar la reforma, se intentó imponer de forma totalmente vertical, y la participación ciudadana sólo se pidió como «refrendo» y porque así lo marca la ley, si hubiera podido tengo por seguro que no hubiese convocado un referendo consultivo ni de casualidad. Y en este sentido citaré una de las autocríticas buenas, realizada por Alberto Montero Soler y Pascual Serrano (aunque cometen el error de confundir socialismo con esa cosa llamada Socialismo del Siglo XXI), sobre todo esto:
«Resulta del todo punto descabellado pretender que el socialismo, aunque sea el del siglo XXI, se puede construir por la vía de su mera declaración en un texto constitucional cuando la realidad, por otra parte, se aleja tanto de la praxis socialista. Ante este error estratégico es lógico que las bases hayan optado, en el mejor de los casos, por el escepticismo; tanto más cuanto su participación, en una democracia que se declara participativa, se ha limitado a demandar su refrendo a través del voto, como en la más vulgar de las democracias representativas burguesas. Pretender imponer el socialismo desde arriba -al tiempo en que se desestiman los mecanismos utilizados en el siglo XX para tal fin- se ha encontrado con el rechazo de quienes durante los últimos años han escuchado hasta la saciedad que su participación a todos los niveles es un requisito imprescindible para transformar la realidad.»
Una de las grandes contradicciones de la reforma era «crear» un «poder popular» y quitar a ese «poder popular» las competencias que hoy tiene y dárselas al ejecutivo central. Uno de los problemas que tendrá un nuevo referendo «pedido por el pueblo» será que no habrá nacido del pueblo, ni siquiera de parte de él, sino que será fruto del seguidismo y caudillismo al que se le somete. ¿Qué quiero decir con esto? Sencillo, no se puede hablar de «participación ciudadana» si esta sólo refrenda lo que el líder quiere, o si sólo pide lo que el líder le indica que pida.
Y Chávez sigue sin preguntarse si él tuvo algo de culpa por la derrota, se queja de los asesores, se queja de la campaña mediática en contra (como si no hubiera una campaña brutal «a favor»), se queja de la flojera de los socialistas con carné del partido, pero no recuerda que vinculó su permanencia (la posibilidad de que él permaneciera) con una serie de reformas realmente «de fondo», no recuerda que él fue el principal encargado de comunicar lo que quería con la reforma, lo que se pretendía, y que si no lo consiguió significa que él, personalmente (como todo lo que hace), fracasó. Y fracasó donde se cree mejor, fracasó su verborrea, fracasó su capacidad de movilizar a sus votantes, fracasó comunicando un discurso, entre otras cosas, porque no era coherente ni real, no se puede hablar de potenciar la participación ciudadana evitando la misma, no se puede realizar una constitución sin siquiera preguntarle a tus bases si la quiere, sin contar con los grupos sociales (no partidos) que te apoyan.
Chávez parece empeñado en suicidarse políticamente. Y eso que realmente la «oposición» (que no existe como tal, como alternativa en bloque) no ha salido «reforzada», pero Chávez se empeña en que para el 2012 sí tengan oportunidad de ganar.
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