Tengo la vista nublada, pero el sol sigue molestando. Por favor, ya que me han apuñalado, que moriré mientras dos mocosos del demonio me graban con esos celulares que bien se los podrían meter por el culo, se ríen los muy joputas. Normal, con esto serán los cracks de su clase.
No se dan cuenta de lo que pasa. Han escogido mal el momento, no tienen ni idea de lo que es una escena dramática. Niñatos engreídos, buenas palizas os esperan. Uno me patea. ¡Qué soplapollas! Seguro que ni saben que uno puede morir desangrado.
Poca fuerza tenía cuando esos renacuajos mal nacidos decidieron que la gracia la harían conmigo, con lo entretenido que andaba rebuscando entre la basura el futuro de mi vida…
Mi vida…
Mi subvida.
Si al final ni lamento la puñalada rastrera que me propinaron. Por más que todos los días intentaba encontrar una razón para vivir, o una razón para morir, sólo conseguía pensar en el hambre que tenía, y que en esos contenedores cercanos a los supermercados suele haber productos recién caducados. Manjar de manjares.
Ahora puedo pensar tranquilo. Sí. Estoy tranquilo. ¿Por qué no habría de estarlo? ¿Porque moriré? No. Nunca he deseado la muerte, siempre he intentado sobrevivir, a fin de cuentas. Es que el hambre no deja pensar en otras cosas. Ahora sé que todo acabará, como comenzó. Sin que me termine de dar cuenta de lo que pasa, o de cuando pasa.
Maldición, eso sí, espero que oscurezca antes que la palme. Esto necesita un poco de ambiente, al menos, para tener algo digno en esta vida, que no será más que la muerte.