De unos meses a esta parte, la reforma electoral está presente en Perú con fuerza vinculada normalmente a una modificación simultánea en la legislación de los partidos políticos. En este pequeño espacio me he manifestado tal vez demasiadas veces sobre estos temas, casi siempre contra lo que postula la mayoría de quienes tienen importantes tribunas o responsabilidades en estas materias.
La bicameralidad es un tema recurrente y varias veces discutido (nuevamente en boga, por acá lo he tratado bastantes veces), así como la democracia interna de los partidos políticos (en este momento, moda en España), los requisitos o para su existencia o para que puedan presentarse a las elecciones o la valla (barrera) electoral… en fin, muchos elementos suelen salir, también el voto voluntario o libre (sobre el cual tengo una opinión bastante tajante, la verdad); sobre esos puntos ya he escrito tal vez demasiado y no me muevo mucho de lo que ya dije en las últimas entradas sobre los mismos (alguna cosa matizaría, claro).
¿Hacia un sistema uninominal o mayoritario?
Un politólogo al que sigo bastante, Carlos Meléndez, cuyo tema está vinculado con el electoral, proponía hace un tiempo una serie de reformas profundas (Reformas bicentenario, Nuevas circunscripciones, Sistema binominal y Partidos por impuestos) que cambiarían bastante la lógica actual electoral peruana (lo cual, en principio, no estaría mal). Para centrarnos un poco, Meléndez propone cambiar la asamblea nacional para hacerla más representativa desde dos puntos distintos, por un lado, un cambio en las circunscripciones electorales (unas micro y otras macro, que conviven), siendo estas uninominales o binominales; además, se cambiaría o podría cambiar la forma de elegir a los candidatos (en los binominales, deja abierta la posibilidad de listas cerradas o abiertas a elección del propio partido).
El objetivo principal es el acercar a los electores a sus elegidos, manteniendo un sistema de representación más cercano a la realidad: «crear distritos electorales alrededor de los clústeres económicos existentes», en Nuevas circunscripciones; «dos tipos de distritos según niveles: los “micro” expresan dinámicas al interior de regiones y los “macro” las dinámicas transregionales», en Sistema binominal, donde además se nos señala que este cambio «acercan los legisladores a sus electores, reducen el número de partidos, etc.». Meléndez ve favorable que estas dos legitimidades representadas (micro y macro regional) convivan en una misma cámara, haciendo estéril el debate sobre bicameralidad o unicameralidad (en realidad, más bien, es una forma de defender la unicameralidad de origen mixto, pero sí es participar en este debate, no es plantearlo como una falsa dicotomía, las dos cámaras no solo existen por la diversidad del origen de los parlamentarios, pueden justificarse procedimentalmente también).
Antes de continuar con el politólogo Meléndez, me gustaría saltar por un momento a la columna de Diethell Columbus, Director ejecutivo del Instituto Peruano de Estudios Gubernamentales y Sociales, «La primera reforma electoral ppkausa», que se centra en analizar la propuesta del partido del gobierno, Peruanos por el Kambio (PPK), donde tira también hacia un sistema mayoritario uninominal; fijándonos en la parte de la forma de definir la circunscripción electoral, Columbus asegura que este mecanismo acerca al elegido a sus representados, si bien reconoce que «[…] nada nos garantiza que el sistema uninominal sea la solución a los problemas de representación que tenemos; sin embargo, es preferible arriesgarse con esta propuesta que seguir con un sistema deficiente o que, en el mejor de los casos, cumplió su ciclo». Tenemos, nuevamente, el fundamento de la fiscalización y la relación del elegido con los electores como punto fundamental para apoyar la reforma.
Creo que muchos de estos debates se hacen con la mente demasiado colocada en Lima, por un lado, y en el extranjero, por otro. Me pasa lo segundo sin lugar a dudas (hasta terminológicamente me siento más cómodo con hablar del Congreso como la cámara baja en vez de referirme a todo el parlamento con esa palabra), así pues, cuando hablamos del voto preferente se suele decir que no podemos elegir entre 200 o 400 candidatos, mientras que el uninominal nos lleva a unos pocos, pero la realidad es que al menos en la mayoría del país ya se elige entre unos pocos (son once distritos electorales donde se eligen a tres o menos congresistas, siendo Madre de Dios uninominal)
Hace casi dos años Jaime de Althaus aseguraba, en favor del distrito uninominal y los pocos candidatos: «[el elector e]ntonces puede conocer mejor a los candidatos para escoger mejor, y una vez elegido sabrá quién es su representante, podrá escribirle correos, comunicarle los problemas de su zona, etc. Los canales de representación se restablecen y la democracia se vuelve real, encarnada».
Los objetivos principales, de esta manera, de las reformas propuestas en favor a lo uninominal o lo binominal pasa por la mejora de las relaciones del congresista con los electores, de un mejor funcionamiento de los partidos (tendrán que elegir mejor a sus candidatos, dicen), de una disminución de los partidos (por alianzas para alcanzar la victoria en cada circunscripción, al menos en principio) y de mayor estabilidad (vinculado realmente con los dos puntos anteriores). Meléndez hila más fino al establecer un criterio concreto en la elección de las circunscripciones (que se escapa de la mera población) en dos niveles complementarios, lo que aseguraría una mejor representatividad de los congresistas electos (al menos la base electoral tendría más sentido).
Unas consideraciones prácticas
Antes de ponernos estupendos con el tema de los vínculos entre el elector y el elegido, veamos cómo funciona en la práctica este elemento cuando nos encontramos con autoridades elegidas de manera mayoritaria (presidente de la república, presidentes regionales, alcaldes provinciales y distritales…), ¿existen vínculos como el deseado entre esas autoridades y sus electores? ¿No es un problema fundamental del país el clientelismo? (por cierto, un problema manifestado también en el Congreso y una de las razones por las que se pide la eliminación del voto preferente).
¿Si conocemos quién es nuestro representante podemos escribirle y que él nos conteste? ¡Pero si ya lo conocemos! Sé quiénes son mis 36 representantes, tengo sus correos electrónicos y otras señas de contacto y sé que es absurdo que me comunique con un fujimorista para pedirle lo contrario a lo que su partido (y él mismo) propone. Si tuviera un solo representante, este absurdo se mantiene pero sin posibilidad de acudir a otra persona que pueda estar más cerca a defender mis intereses.
Pero vamos por partes, ¿qué tal funcionan Madre de Dios (uninominal) o los otros distritos binominales que ya existen en Perú (ocho)? ¿Se dan mejor estas relaciones directas? Lo sé, si todos los distritos son así, en realidad el propio sistema incentivaría la práctica de las relaciones… o no, como pasa en la práctica con todas las demás instituciones ejecutivas y mayoritarias. Como ocurre con los consejeros regionales, donde el mayoritario es el sistema que prima absolutamente: de los 274 que hay, 146 se eligieron en circunscripciones uninominales (53,28%) y 82 en distritos binominales (29,93%), esto es, el 83,21% de los elegidos responden al modelo propuesto como mejor y los consejos regionales tienen un serio problema de representatividad (no es solo consecuencia del sistema elegido, sino de la propia cultura política y de las competencias del Consejo Regional; además de la elección de la provincia como circunscripción).
Creo que mi discrepancia está, sobre todo, en el objetivo perseguido: no creo que lo fundamental sea la relación personal (poder comunicarse con el representante electo) como en la representatividad real que se pueda tener; en ningún caso me va a representar alguien que no quería que saliera elegido, la representación se da en sensibilidades y programas, en temas identitarios, que no se resuelven con darle al ganador el cien por ciento de la representación de un distrito o zona. Más allá de que comparto la necesidad de reformular las circunscripciones (algo falla si tienes una de 36 y otra de 1), creo que un sistema mayoritario está pensado para acabar con las discrepancias, con las diferencias fundamentales y ocultar las sensibilidades de las minorías, favorecen un bipartidismo sostenido en el mismo consenso.
En una entrevista a Alfredo Bullard hace ya casi un año, este defendía el sistema uninominal o binominal porque «incentiva[s] las alianzas y el viraje hacia el centro»; como no puede ser de otra forma, estamos ante un objetivo claramente político (toda reforma lo tiene en su base, no son temas técnicos como a veces nos lo quieren presentar), además, el «centro» es como le llamamos al statu quo en realidad; lo que nos está diciendo es que es un sistema que permite que el discurso mayoritario, prosistema, sea una suerte de «discurso único» que a duras penas admite matices (ese es el bipartidismo en el que muchos países viven, mejor o peor). ¿Por qué «incentivar» el «centro» es «bueno»? ¿Por qué queremos crear partidos «atrápalotodo» de difícil definición y lealtad variable para con su propio programa?
Una mirada hacia fuera
¿Por qué presentamos como mejor algo que en realidad oculta otras sensibilidades? No encuentro los enlaces, pero recuerdo las duras críticas a la reforma del sistema parlamentario en Venezuela, que básicamente era dejar la mayoría de los escaños a distritos uninominales.
La práctica de los sistemas uninominales mayoritarios no está tanto en una mejora de la representación sino en la eliminación de las terceras y cuartas fuerzas; en este sentido, ejemplos claros los tenemos en países anglosajones, sea Estados Unidos de América o Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. En EE.UU. han conseguido lo que tanto deseaban: que nos centremos en solo dos partidos para todo (bueno, o casi, de cuándo en cuándo el tercer partido nos sirve como excusa de por qué los demócratas no han ganado en tal o cual colegio electoral, perdiendo así las elecciones en comicios donde, en voto popular, ganaron, como en el 2000 y el 2016). Dos partidos que en todo «lo importante» están de acuerdo o cuyas discrepancias pueden tener que ver más con los intereses locales que con una visión global (más cuando no hay una disciplina de voto estricta).
El caso de Reino Unido nos permite observar la subrepresentación del tercer y cuarto partido, así como dos culturas de voto (para el Parlamento Europeo, que es proporcional, se vota muy distinto; y si el sistema fuera proporcional, la cámara baja no se parecería en nada a la actual pero no nos chocaría el resultado del referendo para la salida de la UE); esto hace que un par de grandes minorías no estén representadas suficientemente en el hemiciclo.
Los dos anteriores son a una vuelta, pero no es la única forma de realizar, así en Francia utilizan un sistema de dos vueltas para elegir su Asamblea Nacional (resultados y explicación para las de 2012), esto permite básicamente excluir al «tercer partido», aunque hablamos de un país con una fuerte dispersión de votos y un sistema de alianzas locales o generales, con lo que se tiende a agruparlos en dos grandes bloques, dejando de lado el resto de partidos. En 2012 lo que permitió fue casi excluir a Front National (FN), que en la primera vuelta consiguió el 13,60% de los votos válidos, quedándose al final con el 0,35% de los representantes de la cámara (2 parlamentarios, ambos obtenidos en la segunda vuelta). Otros partidos también «sufren» la subrepresentación, como el Front de gauche (FG), que con el 6,91% del voto popular en primera vuelta, al final se quedó con el 1,73% de la cámara.
Volviendo a Perú
En el caso peruano pasaría algo similar, estoy convencido (viendo el voto distrital a presidente de la república) o peor, si tenemos en cuenta que en algunos sitios, donde el sistema ya se acerca al uninominal o binominal, gana el voto nulo (Madre de Dios, Pasco y Moquegua… el caso de Madre de Dios casi asusta, la suma de votos nulos y blancos es del 45,35% del voto emitido; cabe decir que en Arequipa, donde se eligen seis, también ganó el nulo y en San Martín -4-, el blanco). Nosotros ya tenemos un problema con la sobrerrepresentación (así, los fujimoristas tienen la mayoría absoluta de la cámara con el 23,63% de los votos emitidos) y con la subrepresentación de las formaciones políticas (traída por la valla electoral; como Meléndez apunta con Cajamarca, pero no solo fue contra Democracia Directa, lo sufrió también Perú Posible; y si usáramos otro método de reparto, se quedó fuera Frente Esperanza cuando pudo entrar).
La desafección a los políticos profesionales no viene tanto por el sistema usado (plurinominal en la mayoría de los casos, uninominal y binominal en nueve) sino por lo que ha sido la práctica tanto dentro de los partidos como cada vez que han alcanzado el poder (legislativo o ejecutivo), junto con un voto obligatorio que simplemente nos deja ver este desinterés en forma de votos nulos y blancos (más del 30% entre esas dos categorías, sin contar ese 18,12% de ausentismo).
La reducción artificial de los partidos políticos (cancelaciones si no se llegan a cierto porcentaje de votos mediante) así como otras obligaciones formales (tener un número altísimo de comités provinciales constituidos a la vez que la constitución del partido, además de querer ponerles más y más requisitos), en vez de favorecer las grandes formaciones con las que sueñan muchos analistas, ha permitido nuevas formas de clientelismo y corrupción, así como la «necesidad» de los partidos de alquiler y alianzas contranaturales solo para atraer votos diversos. Aún así, falta saber para qué queremos grandes maquinarias electorales sin ningún tipo de identidad propia, pues lo que se busca es sumar y sumar y en Perú esto se hace entorno a caudillos.
No sé cómo reducir la representatividad del sistema (llevándolo a uno mayoritario, aunque estén bien definidos las circunscripciones, si son uninominales, solo representan a una parte de las sensibilidades existentes en la circunscripción) puede mejorar un hacer en la política peruana cuya causa principal no se encuentra en el sistema plurinominal sino que está vinculado en nuestra propia cultura política (es esta la que define el sistema electoral, y es el sistema el que perfila la cultura), cuando en la práctica, donde se da este sistema mayoritario o uninominal y binominal no está funcionando nada de lo positivo que parece ofrecer el sistema mayoritario, si bien sus problemas sí se mantienen. No es solo reformar las leyes que rigen los partidos, si los gobiernan los mismos y las viejas formas se ocultan tras las nuevas, no hemos cambiado nada; no es solo modificar la forma en que elegimos, si las opciones no atraen ni a la mitad de los peruanos en muchos casos.
A modo de cierre futuro
Me he dedicado a criticar sin proponer nada, como digo, es un tema que suelo tratar «a la contra», salvo cuando juego con los resultados; para mi gusto al menos una cámara (aceptando que deba existir este tipo de estructura) debe representar cuantas más opciones mejor, esto es, mientras más proporcional sea la cámara, más sensibilidades dentro de la normalidad asimila. Para representar otras minorías se deben buscar, además, fórmulas complementarias (acá entra con sentido un parlamento bicameral o uno unicameral con varias legitimaciones originales), también dar poder real a los entes descentralizados y otras instituciones de representación y participación paralelas, para que el juego no esté únicamente en un parlamento y su relación con un ejecutivo. Pero ya me extenderé en otro momento.
Un comentario en «Reforma electoral: sobre las propuestas uninominales»