División Azul y «memoria histórica»

En estas semanas de vacaciones en España, a falta de otras noticias, los columneros sacan de sí todas sus filias y fobias, y es normal y hasta saludable, muchos se quitan la careta. Haré lo propio. Durante las semanas pasadas se formó un escándalo con todo el tema del ejército (a iniciativa de la Ministra de Defensa) y la División Azul, por fin en España el ejército dejará de considerar héroes a un grupo que peleó al lado de las tropas nazis. Ojo, no se han detenido la repratriación de cuerpos desde Rusia para España de los caídos en esas batallas, y el gobierno sigue comprometido a que se entierren dignamente, lo que me parece más que correcto y debiera hacerse también con los caídos dentro de España, lo que esos mismos que piden «dignidad» para los muertos de la División Azul niegan a los muertos españoles de la II República y antifranquistas.

Los columneros revisionistas hablan del «no-fascismo» de las tropas españolas (enviadas como «voluntarios» para que España no rompiera su neutralidad oficial, pero eran miembros del ejército regular -al menos los jefes y oficiales- y apoyados por el gobierno, que participó en el reclutamiento) y de su lucha contra el comunismo (las batallas principales en que participaron las tropas españolas se desarrollaron en la Unión Soviética), según alguno, era la forma de «vengarse» por la larga duración de la Guerra Civil, «culpa» de la URSS por su apoyo al bando republicano (olvidan esos mismos el apoyo de Mussolini y de Hitler al bando rebelde sublevado), al parecer, lo correcto es que nadie ayudara a la República para que los falangistas ganaran más rápido, o algo así.

Entre ellos destacó, para mi gusto, la columna de Juan Manuel de Prada en ABC el pasado 19 de julio, que básicamente dice que todo el que no se sienta orgulloso de las «hazañas» de los divisionarios y totalmente solidarios con el padecimiento de los capturados por el ejército rojo es un mal nacido o no es un español, lo que corresponda, tal vez las dos, un mal nacido extranjero.

No se puede hablar en esos casos de un desprecio por las formas y fondos nazis en la División Azul, al menos no de sus líderes y jefes militares (más de uno iría para ganar más dinero del que en España ingresaría, pero dudo mucho que, aun así, fueran antifascistas o demócratas convencidos los que llenaron las 18 mil camisetas azules y se pusieron tras una esvástica), así pues, De Prada menciona y aplaude al Capitán Palacios, un falangista más que conocido, que cuando se realiza el pronunciamiento militar el 18 de julio por el bando falangista (no lo olvidemos, filofascistas) sale corriendo de Potes hacia Palencia para luchar por las tropas sublevadas, él fue voluntariamente a pelear contra una democracia (con todos sus «peros») al lado de unos militares fascistas.

La División Azul fue comandada primero por Agustín Muñoz Grandes y luego por Emilio Esteban Infantes. El primero participó en la represión, en 1934, de las huelgas mineras (comandadas estas por los generales Goded y Franco) y uno de los principales militares falangistas, aunque recién se incorpora en el frente en 1937, fue primer ministro Secretario General del Movimiento (nombrado por Franco). El segundo, Emilio Esteban Infantes, participó en 1932 en la sublevación del general Sanjurjo contra la II República, cuando se produce el «alzamiento nacional» sale corriendo de Madrid a Burgos para incorporarse a las tropas rebeldes y entra a dirigir el Ejército de Castilla, ya tras la guerra es Jefe del Estado Mayor del Ejército de Marruecos y luego de la IV Región Militar y deseoso de ir al frente Ruso. Vamos, dos demócratas de pata negra.

Tampoco se puede hablar de que las tropas españolas no compartieran el «antisemitismo» nazi, cuando el régimen franquista, y a sus fieles mandó a luchar por Hitler, era también antisemita, antimasón, y anti todo lo que no respondiera al credo nacionalcatólico reinante en tierras españolas, no hay que olvidar quiénes dirigían y comandaban la División, quiénes eran los oficiales, y para qué bando combatieron, y a diferencia de otros soldados en otras guerras (la propia Civil española, muchos lucharon en el bando que les tocó y todo para conservar la propia vida, que no es poco), ellos sí eligieron el bando (no podemos olvidar la cantidad de españoles que lucharon por los aliados, que se batieron junto con los franceses en apoyo de la resistencia contra la ocupación nazi, o que se fueron por cuenta y riesgo a alistarse a cuanto ejército aliado encontraban), y eligieron el fascista.

Sobre la repulsa de los medios nazis, pues no me lo termino de creer, no es que los fascistas en España hayan tenido métodos menos sangrientos que los nazis, tal vez no tan «programados» como estos, tal vez no tan «sofisticados» (¿para qué montar una cámara de gas si puedes llevarlos a una plaza de toros y ametrallar a una multitud a la vez?), pero sí tan brutales. En España, a manos de los regulares moros, de la falange, la guardia civil, entre otros, se produjeron verdaderas masacres, incluso se dice (por varios historiadores, entre ellos Ángel Viñas) que el oficial nazi Hans Von Funk, al presenciar la matanza de Badajoz, desaconsejó a Hitler mandar tropas regulares a España porque se podrían desmoralizar ante «la brutalidad y la ferocidad con que el Ejército Expedicionario de África desarrolla sus operaciones».

Hablando de la Masacre de Badajoz, en la misma participó el por entonces Teniente Coronel Juan Yagüe (cuyas tropas tomaron la ciudad, aunque se discute si las tropas regulares cometieron ellas mismas la matanza o se la dejaron a la falange local y la guardia Civil mientras los regulares iban a otras batallas), que justificó la matanza por no tener que arrastrar con sus tropas a «4 000 prisioneros rojos» ni a «soltarlos en la retaguardia» (luego minimizó el número de asesinados con un simple «no serán tantos»), y esto me lleva a pensar, otra vez, en que una ley de memoria histórica sí era necesaria en este país, no tanto para acabar con una impunidad de 70 años (la ley no lo hace, no revisa ni exige que se revisen los juicios sumarios ni abrió realmente la posibilidad de juzgar a nadie), sino para acabar con la simbología fascista que inunda las calles españolas, desde estatuas hasta nombres de paseos, placas conmemorativas, nombres de hospitales (como uno en Burgos, que se llama General Yagüe), etcétera.

placa de la calle General Yagüe, en OviedoSe han hecho (pocos) avances con calles y estatuas que se refieren directamente al dictador, a Francisco Franco, aun hay calles con su nombre, o plazas, como la Plaza Mayor de Salamanca, que tienen un medallón con el busto del fascista que gobernó tiránicamente España hasta el día de su muerte (y que dejó de heredero del régimen al actual rey, Juan Carlos I de Borbón), pero al menos se hacen esfuerzos ciudadanos y que, con la ley de la memoria histórica en la mano, se ha ido consiguiendo que algunos de los tributos al dictador se fueran quitando, pero en cambio con otros de los generales franquistas, que llegaron a ministros tras la Guerra Civil, no se «penaliza» su presencia en nuestras calles y ahí siguen. Justo este sábado estuve en Oviedo, ciudad preciosa donde las haya, y me encontré en una calle céntrica, al lado de un parque grande, con una bocacalle importante con el nombre del «carnicero de Badajoz».

¿Por qué seguimos rindiendo tributo a carniceros y asesinos varios? ¿Por qué no nos quitamos de encima toda esta lacra de una vez para que se cierren las heridas? Y no, el olvido no las cierra, creer que por no hablar de ellas han desaparecido es invisibilizar un problema, lo que es peor, exigir olvido mientras se aplaude a los victimatarios (lo que hace gente como De Prada, que habla pestes de la memoria histórica y los esfuerzos en construirla pero rinde homenajes a la División Azul), o al menos se insiste en la propia historia del bando ganador contra el perdedor (lo que hace la jerarquía católica de este país que mientras exige olvido y perdón eleva a mártires beatos y santificados a los curas asesinados por los republicanos, ¿es que «su» memoria puede seguir teniendo espacio en los medios y la historia oficial pero la «otra» memoria no? ¿por qué los muertos de la Iglesia Oficial sí pueden ser enterrados dignamente y los del bando que «esa» Iglesia apoyó deben continuar en cunetas?).

Necesitamos extirpar esos «honores», no es «borrar» la historia como muchos denuncian, uno no olvida cuál es la historia del Holocausto o la Segunda Guerra Mundial solo por no tener una calle que se llame Adolf Hitler, uno no deja de saber cuál es la historia de España solo por no tener una plaza llamada Generalísimo Francisco Franco con la figura del dictador sobre un caballo en el centro de la misma, al contrario, honramos a la historia quitando títulos honoríficos a quien no se los merece, desde el dictador hasta todos sus compinches, como el general Yagüe, que goza de muchas calles, plazas y demás honores municipales.

Continúo hablando del entonces Teniente Coronel, conocido luego como «El Carnicero de Badajoz», Yagüe, o mejor dicho, vinculado con uno de los eventos más sangrientos de la Guerra Civil, la Matanza de Badajoz (se dice que, por la mala prensa internacional que tuvo ese acto más que criminal, Franco ordenaría ser más discretos en las masacres siguientes, o no cometerlas si eso); en Badajoz el año pasado el ayuntamiento decidió retapiar el cementerio de San Juan (con cargo al Plan E, para más inri), contando la pared donde se fusiló a muchos de los represaliados por (posiblemente) las tropas regulares moras comandadas por Yagüe, en ese lugar todos los años se hacía un homenaje por una asociación de Memoria Histórica y que la derecha prefiere olvidar (el ayuntamiento lo dirige Miguel Celdrán Matute, del PP, desde el 95, fue quien propuso y aprobó la obra), en este caso sí se pretende ocultar la historia, un muro (que se ve perfectamente en las fotos con los cadáveres apilados) que es parte de la historia negra de España que se oculta bajo una nueva apariencia, desde el ayuntamiento se habló de la necesidad estructural del refuerzo del muro, pero todos sabemos que eso se puede hacer de muchas formas, y construir una nueva pared no es precisamente la mejor para guardar un espacio de la memoria. Sobre el nuevo muro del cementerio las pintadas recordando lo que ahí pasó son una realidad del día a día de quienes no quieren olvidar. Hay una casta política en este país que defiende como Historia (con mayúsculas) y digno de conservación una estatua de Franco hecha hace 30 años pero que quiere tapar una pared donde los franquistas fusilaron a cientos (o miles) de personas. Y luego están los que aplauden a las tropas nazis, aunque sean españolas.

No es que hiciera falta una ley (aunque la misma impide ciertos abusos, o permite acabar con ciertas injusticias, pero, por ejemplo, no protege los «lugares de la memoria», como sí lo hizo, con «su memoria» el franquismo, cuando dictó, tras la guerra civil, la conservación de todos los lugares donde el bando republicano mató o enterró a gente del bando mal llamado nacional), no en el sentido más estricto y social, pero sí se necesita un debate y una reflexión, que chocaba contra el «olvido dictado» durante la posguerra que se asentó en la Transición (75-82) y que la ley, por cierto, reabrió para el «gran público» (las asociaciones que buscaban «no olvidar» llevaban muchos años de trabajo nada silencioso pero sí muy silenciado).

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