Se equivocan al atacar al Arzobispo de Granada por no hacer caso a los cristianos de base de una localidad granadina (Albuñol) y mantenerles el castigo de «sin párroco ni misas» por las exigencias de la comunidad de que repongan a un párroco (joven, y al parecer, hasta bueno era en su trabajo, que ya es decir). Y se equivocan los fieles granadinos al querer que el Defensor del Pueblo de Granada meta sus narices en este asunto. No queremos a la Iglesia en el Estado, y no creo que sea un tema en que Chamizo deba actuar… aunque bueno, entiendo la frustración de los granadinos, al no poder hacer nada contra una Iglesia que les habla de hermanos pero les trata de clientes o, en el peor de los casos, tontos esclavos.
El defensor del pueblo Andaluz no puede quejarse de falta de democracia en la Iglesia, porque sería una Perogrullada en toda regla. Ni tampoco podrá exigir explicaciones al arzobispado, o pedir que se cumplan los deseos de los fieles granadinos, puesto que todo se ha hecho bajo unas reglas que España acepta sin dificultad en el funcionamiento interno de los entes privados, aunque los mismos sean subvencionados por el Estado. La Iglesia es una institución arcaica, incapaz de reconocer que al igual que sus bases se deben a ella, ella se debe a sus bases, y que eso no significa claudicar ante nada, sino retomar el camino más cercano a esas primeras comunidades cristianas que sí vivían su fe, y no como los jerarcas eclesiásticos, más preocupados en pedir que se condene la homosexualidad como una de las mayores perversiones a reconocer que una construcción de la dignidad de la persona pasa por reconocer, de plano, su propia naturaleza.
La Iglesia tiene que recapacitar, no puede ser que estemos viendo hechos como los de Granada, o los de Vallecas hace unos meses, donde las bases de la Iglesia están muy por delante de toda una estructura creada para oprimir, primero a sus fieles, y luego al resto, allí donde tengan poder (la influencia en ciertos temas de la Iglesia es nefasta, y que regímenes como el de Franco se hayan sustentado en el apoyo explícito de los jerarcas les deja muy mal parados, en tanto que daban un soporte moral importantísimo en una España mayoritariamente católica, y que hay demasiados jerarcas que aún añoran esas épocas en que ellos decidían la moral de todos, y su palabra era la ley; por no hablar de otros sitios y lugares, como durante la dictadura argentina, entre otros tantos ejemplos).
La Iglesia, los que mandan en la Iglesia, si prefieren, nos demuestra una vez más que no son una institución democrática, ni pretenden serlo, y que eso de justificar sus decisiones iría contra el carácter inequívoco con las que pretenden rodearlas, de inspiración instantánea e infalibilidad alta. Los fieles sólo les interesan como al pastor las ovejas, hasta en el aspecto sexual.
No hay que atacar al jerarca de Granada, puesto que es inútil, es un alfil haciendo el trabajo que le han mandado, haciendo lo que sus iguales y superior esperan de él, aplicando ese autoritarismo añejo, esa superioridad moral con la que puede condenar y condena a todo aquél diferente, el problema no es la persona (que hace lo que se supone que debe hacer), el problema es la institución, el cómo está montada y cómo traiciona en cada uno de sus actos sus propias palabras. El problema son todos los fieles que siguen creyendo que esa institución responde a sus necesidades, y a los de toda la sociedad (en tanto que busca la universalidad). Lo sé, hay muchos que dejaron de ser engañados hace tiempo, y que intentan construir una Iglesia diferente, más cercana a ese mensaje que dicen defender, más cercana, por tanto, a las personas y a la justicia en igualdad necesarias en toda sociedad. Pero la institución reprime a esos fieles y a los miembros díscolos con la jerarquía, con el poder, puesto que como institución se debe defender de quienes piden cambios, por más justos y lógicos que sean.
Y no, no podemos decir que la Iglesia irá cambiando poquito a poco y a su ritmo, puesto que en el ahora causa problemas entre todos nosotros, crea conflictos inexistentes, criminaliza a las personas por sus preferencias sexuales, las tacha moralmente y lleva un rebaño demasiado grande como para no resultar preocupante su actuar. Y sí, son los fieles quienes deben cambiar a su institución, en ellos recae esa gran responsabilidad. Pero hay que darnos cuenta de algo, no es un problema de curas malos, o mejor dicho, de obispos anticuados, puesto que toda la estructura es anticuada, no es un problema de obispos conservadores en el poder, puesto que el poder está hecho para que esos reaccionarios lo conserven, no es un problema del Arzobispo de Granada o sus similares, es toda la estructura, por tanto, no es una cuestión puntual y coyuntural, es un problema estructural, que lleva más de mil quinientos años destruyendo un mensaje, y a toda la gente que pilla por su camino.
Lo del Arzobispo de Granada, tan alejado de sus fieles, es sólo un ejemplo más de lo que la Iglesia es, y de qué representa como tal.