Es un problema. Esa mentalidad de que el trabajo de un burgomaestre o cualquier cargo público es «hacer obra» no es constructiva, y menos, mucho menos, «personalizar» la obra, hacerla ver como que el alcalde (presidente o lo que sea) de turno es quien «hizo» la obra, como si fuera algo privado, o una «gracia» otorgada de forma individual por un ciudadano cualquiera en beneficio de todos. Espero que Villarán cumpla y su nombre no aparezca en las obras que se realicen durante su gestión. Hay que manifestar, además, que quien hace la obra no es el alcalde (o presidente), es el municipio (o provincia, gobierno regional o estatal), por lo mismo que a nadie se le ocurriría que en esas vallas se ponga información sobre el partido político al que pertenece el mandamás, tampoco debería aparecer el nombre del mismo.
Castañeda defiende su postura:
«Me parece bien que pongan mi nombre o los nombres, porque así se sabe bien quién hizo la obra. Cómo va a saber usted si trabajó o no un alcalde o un presidente, porque está allí el nombre y usted recordará lo que hizo.»
«Yo creo que eso es bueno porque así saben quién lo hizo, de manera tal que están enterados quién no hace y quién lo hace, para que no haya confusiones.»
No, el ciudadano no es idiota, si ve un cartel en una obra que pone que está financiada con fondos municipales y la obra pertenece a la municipalidad, el ciudadano sabe que esa obra la realizan bajo el mando del alcalde (y su equipo, por más régimen presidencialista que tengamos, los alcaldes no están solos) que esté mientras se ejecuta, y lo que dice Castañeda nos llevaría a mandar cambiar todos los carteles con el nombre del presidenciable por los del actual alcalde de Lima (en funciones), en tanto que la obra, según (insisto) el razonamiento de Castañeda, la está haciendo (en gerundio) él y no Castañeda.
Para saber si un alcalde trabajó o no, o qué tal lo hizo, no hay que ver las «obras» en concreto, sino la gestión en total. No, no vale ese razonamiento de «roba pero hace obra» (que podemos aplicar tanto al APRA en la presidencia peruana como a SN en Lima, como antes a Fujimori como presidente). Tampoco toda «obra» cuenta, menos cuando se hace a espaldas de los ciudadanos, cuando la misma está sobrevaluada, cuando no se cumple la legislación para realizarla (por ejemplo, no se tienen todos los informes medioambientales) y cuando dañan a otras importantes instituciones (como la UNMSM), ni cuando se hace sin tener presupuesto real para realizarlas (¿no se acuerdan lo que pasó con todas las obras de Belmont y lo que significó para las arcas públicas? La municipalidad de Lima aun debe dinero a personas a las que se les robó para poder financiar esas macro obras de alguien que no duda en estafar cada vez que puede -como ha pasado en otros de sus casos-, y ahí tenemos al angelito, en el Congreso -entró en sustitución de otro- y tal vez postulando nuevamente), en otras palabras, no, las obras no valen.
El cargo de alcalde es mucho más que hacer obras, cuantificar una gestión por la cantidad de cemento echado es patético. Un atraso.
Las obras son «vistosas», por eso las hacen, no porque quieran realmente mejorar la ciudad, o esto al menos es tangencial. Por eso en Lima las obras se han multiplicado en el 2010, muchas de ellas se han comenzado recientemente, se daban dos circunstancias: Elecciones municipales y elecciones presidenciales. A las segundas es a las que se presenta el ya ex alcalde de Lima, aunque siga apareciendo en los carteles, y él quiere que en la retina del ciudadano (del limeño realmente) esté su nombre por todos lados, como «publicidad» de lo que «hace» (difícilmente se puede comparar con un candidato a presidente que sea, por ejemplo, congresista, ex presidente o cualquier otra cosa, sin poder de poner su nombre en carteles de obras). No, no es que el ciudadano (en general) sea idiota, es que esos políticos se dirigen a los idiotas.
Dinero público, poder público, fin público, ¿nombre particular? Pues no. Claro que no. Quien hace la obra es la municipalidad, no el alcalde. Lo mismo digo de las obras ejecutadas y financiadas por el Estado y la costumbre del ególatra García de aparecer en todas las vallas habidas y por haber.
Ojo, esto también lo digo con respecto a las placas que inauguran locales e instalaciones o infraestructuras varias, esa fea costumbre de recordar quién «mandaba» al momento de la inauguración (y no, por ejemplo, cuando se planeó la obra, cuando se estableció su financiación o cuando se comenzó, que perfectamente pueden responder a tres mandatarios distintos), con dejar indicado las fechas (de inicio, final e inauguración) vale y sobra, si alguien está interesado en saber quién mandaba en un momento dado, lo puede revisar sin problemas.
Excurso: Ese regusto que tienen por las obras también está vinculado, sobre todo en las sobrevaloradas, en las «primas» nada legales que se sacan, así como en los «favores» que pagan con ellas, por no hablar, en el mejor de los casos, de la necesidad populista de crear vínculos clientelares con los posibles beneficiarios de las mismas.