Comparto una serie de ideas más o menos sueltas a raíz de lo pensado todos estos días, por ahora centrado en algunos temas negativos, aunque también hay lecciones positivas que sacar de todo esto. En fin, al tema:
No te diviertas, pero ve al trabajo
Existe un difícil equilibrio entre mantener sana y salva a la población y no permitir que el sistema productivo colapse. Estamos entrando en una suerte de suspensión de la actividad y debemos tomarla como tal. Pero terminamos haciendo trampa al solitario: todos los esfuerzos se dirigen a mantener el trabajo.
Así pues, te dicen lo malo malísimo que es salir de casa hasta para correr en solitario en la vía pública, pero nos «obligan» a ir a centros de trabajo abarrotados, y hablamos de trabajos que no son esenciales. En muchos sitios, es el persona el que ha obligado al empresario a parar la producción.
Así pues, todo lo que es cara al público de forma presencial se ha mandado cerrar, pero nos tenemos que juntar muchas y muchos en los trenes, autobuses y demás para llegar a polígonos donde no hay espacios y donde el contacto y contagio están presentes. El mensaje del gobierno está claro: ante todo, eres fuerza de trabajo, ¿qué haces en casa si desde ahí no puedes laborar desde ahí? Nuestro ocio está restringido a la esfera privada y con prohibición de contacto fuera del hogar, pero en la oficina o la fábrica sí que podemos estar con otras personas, por no hablar de los trayectos.
Entiendo que es un equilibrio difícil, el impedir que la economía (capitalista, finalmente) colapse y el, a la vez, impedir que la gente se vea. Pero la balanza está claramente inclinada para un lado.
Con esto excluyo, por supuesto, la prestación de todos los servicios esenciales donde, en muchos de ellos, se está teniendo que aumentar el personal (desde lo sanitario a todo lo residencial, pasando por otras partes del sistema).
Clasismo nuestro de cada día
Cuando se mencionó que las peluquerías y las tintorerías y lavanderías permanecerían abiertas al considerarse servicios esenciales, mucha gente puso el grito en el cielo. La explicación de ambas era sencilla: las peluquerías para dar un servicio higiénico a las personas que no se valen por sí mismas para, por ejemplo, lavarse el pelo (sí, las hay) y las tintorerías para dar servicio a quienes no tienen lavadora.
Y esto segundo asombró: ¿quién no tiene lavadora? ¿¡Están diciendo que hay gente que dice que es pobre y se puede permitir ir a una tintorería pero no tener una lavadora!?
En Las Delicias, además de casas de apuesta, fruterías, peluquerías, bares. supermercados y tiendas de todo a 100 (así de antiguo soy), lo que hay son lavanderías. Y han surgido varias en los últimos años. No solo las que sirven para residencias y demás (es un servicio que es posible que esté externalizado), sino porque tener una lavadora no es para los pobres. Esto es, tenerla supone también mantenerla. No todo mundo tiene siquiera agua corriente o luz (de forma regular, al menos), con lo que una lavadora es un lujo, aunque suene raro. Y se pudo tener en el pasado, pero que se haya estropeado y no se pueda ni reparar ni comprar otra (por el problema económico que supone).
Y, aunque les parezca contraintuitivo, es más fácil tener liquidez para «cosas pequeñas» (pagar una vez al mes por lavar todo lo que tienes) que «cosas grandes» (lo que supone comprar una lavadora), aunque a la larga, efectivamente, salga mucho más caro la suma de las «cosas pequeñas» que haber recurrido a la grande (en Perú, durante años, se vendía más el champú en plásticos «monodosis» que las botellas de un litro o similares, ¿por qué? Por la pobreza, es más fácil tener un par de soles para comprar ocasionalmente un «sachet» que decenas que se requieren para la botella). ¿Crédito? ¿Es una broma?
Junto con esto se han sucedido comentarios sobre lo que se puede hacer en casa; algunos famosos comparten las actividades que hacen mientras animan a la gente a hacer las mismas… como si todas las personas tuviéramos las mismas condiciones habitacionales. No todo el mundo tiene un sótano donde montar un gimnasio particular, ni un jardín donde tomar el sol (la falta de sol será un problema en muchos domicilios) ni, por supuesto, una piscina donde realizar unos largos o relajarse. Seamos conscientes de la realidad habitacional de buena parte de la población y lo que supone este confinamiento (pisos pequeños, destartalados, muchas personas juntas, de las cuales una o varias están obligadas a salir).
Y esto se agrava vinculado con lo anterior (lo del trabajo). Ya he escuchado comentarios del tipo «si tienes miedo o tienes que cuidar a alguien, quédate en casa», pero es algo que no todo el mundo se puede permitir, en la mayoría de casos no es una opción que pueda tomar la persona trabajadora.
Se están haciendo muchos llamamientos a que se hagan determinadas cosas, aprovechando la cuarentena y que estamos en casa, pero en muchos domicilios no existen los recursos para hacerlas. No podemos obviar una realidad: no todo el mundo tiene Internet; no todo el mundo tiene libros en casa; no todo el mundo puede permitirse servicios de pago de ocio digital y así un larguísimo etcétera. Esto nos conecta con la brecha digital que la pongo por separado por la incidencia en las personas que deben continuar con las clases (escolares, del instituto, universitarias o las que sean) en línea.
Brecha digital
No todo el mundo tiene computadoras. No todo el mundo tiene Internet. No todo el mundo tiene la cantidad suficiente de equipos. Estos días todas las personas en edad escolar y muchísimos universitarias y de institutos deben continuar sus clases «en línea»; hasta se ha puesto como algo que podemos sacar en positivo de la cuarentena (ese saltito a lo telemático).
¿Qué hacen todas esas personas que no tienen acceso a Internet en casa? O cuyo acceso es precario (el teléfono inteligente del padre o la madre con 1 giga en total). Incluso, teniendo acceso, ¿qué hacen si no tienen los equipos necesarios para que todas las personas que lo requieras lo usen a la vez? Me comentan que algunas están recibiendo incluso clases por videoconferencia, en muchos hogares hay UN portátil, ¿cómo pueden estar en clase DOS o más menores a la vez?
Aunque les suene increíble, mucha gente depende de equipos informáticos públicos (computadoras aquí y allá, contando los portátiles que se pueden sacar en algunas bibliotecas), esas personas están excluidas de todo lo que hablamos.
La brecha digital existe y, además, es fuerte, grande; esta cuarentena, así como las medidas que se proponen durante la misma, la pone en manifiesto.
¿Qué se está haciendo con todo ese alumnado que simplemente no puede seguir las clases en línea (falta de equipos o de conexión)? Nada. No se propone nada porque se asume que no existe una brecha digital que está ahí.
Y, por favor, no salgan con lo de «pero mira los móviles que tienen», muchos carecen hasta de SIM y, en cualquier caso, no son útiles para trabajar cómodamente. Y no tienen «datos».
En Francia comentaban que sería necesario imprimirse un certificado… es curioso, conozco muy pocas personas con impresora en casa y las copisterías sí que están cerradas (en España).
Los límites de la privatización
Durante años nos han vendido las ventajas de la privatización de la sanidad; la eficiencia de los recortes y demás. Está claro que en un caso como este íbamos a estar desbordados, pero también queda claro que un sistema cortado, sin recursos, con el personal por debajo de lo necesario para la atención ordinaria y privatizado funciona peor que un sistema sanitario bien dimensionado, con bolsas de personal y condiciones dignas (sin las interinidades perpetuas que tiene y demás males, como las jornadas extensísimas).
Esos mismos liberales que aplaudían la autonomía de los centros, el que cada quien aguante su situación con su propio bolsillo y demás se dan cuenta ahora que la sanidad es algo comunitario (por eso los antivacunas están increíblemente equivocados), y mejor si está bien coordinada y que, además, debe llegar a todo el mundo (en EE.UU., sin ir más lejos, las pruebas serán gratuitas para quienes no tengan seguro). Porque el que una persona esté contagiada no es un problema individual, es de la comunidad (además de personal, claro).
La producción de medicinas, así como de equipo médico e higiénico, también se muestra como algo que debe ser de todos y todas, algo comunitario y no en manos de unos pocos que puedan decidir qué y cuánto fabricar y a qué precio (de nuevo, el Estado está tomando cartas en el asunto; al margen de la buena voluntad de muchos empresarios, cuando no la hay, es el Estado quien está mandando qué fabricar porque es lo que se necesita, lo que rompe el mito de la correcta asignación de recursos del mercado liberal). Y el que algunos Estados intenten «quedarse» con las soluciones a este problema para hacer negocio es doblemente canalla.
Lenguaje de guerra
Es habitual que entremos en «lenguaje de guerra» ante cualquier problema que nos debemos enfrentar (por eso se habla de «guerra contra las drogas», por ejemplo) y, en el fondo, es un gran error.
Por dos motivos, por un lado, nos acostumbramos a un lenguaje belicoso de forma positiva (estamos en un bando que, para nuestra seguridad, debe ganar), eso nos introduce en una narrativa donde el lenguaje de guerra es aceptado. Por otro lado, esto no tiene nada que ver con una guerra.
la narrativa «de guerra», aplicada a la sanidad, es un problema, individualiza el tema y lo redirige al esfuerzo y no tiene nada que ver una cosa con la otra. Una cosa es que en lo coloquial hablemos de «lucha» contra una enfermedad y otra es aceptar el discurso en que ahora estamos en «una guerra contra un enemigo invisible» (miren, como el terrorismo, se definió así).
No, esto no es ninguna guerra. Tampoco hay un «enemigo». Aceptar este lenguaje es una derrota para el futuro, porque lo identificaremos con algo «positivo».
No lo olvidemos: la guerra es la violencia por sistema y se elimina a la persona de la ecuación.
(Hablando de lenguajes, qué rápido se olvidó el gobierno de España del lenguaje inclusivo en el lema usado contra el coronavirus).
¡Y hasta exigimos más control!
El miedo va calando, los bulos ganan terreno y nos encontramos, de repente, con mucha gente pidiendo mayores medidas de control. Exigen más sanciones, más control a través, por ejemplo, de los teléfonos inteligentes (claro, porque será que las personas no los pueden dejar en casa cuando salen, ¿verdad?), más presencia policial y del ejército (la UME hace un buen trabajo, pero podría hacerlo igual sin ser un equipo de emergencias militarizado).
En fin, algunas teorías conspirativas hablan de una enfermedad creada y de todo el tema del control… no son tan listos; la verdad es que hay una pequeña parte que sí creo: están aprovechando para poner en práctica algunas medidas de control masivo que, de otra manera, no se habrían aceptado. Más aún, es la propia población la que, por el miedo infundido en los medios de comunicación, está pidiendo estas medidas (recuerda mucho al tema del gran hermano y la ruptura de la privacidad, al final vino por la propia voluntad de empresas y usuarios y no por la intervención del Estado).
En este sentido, y aunque suene demasiado voluntarista, creo que el tema debe venir de la propia responsabilidad individual y comunitaria, social, y no del brazo coercitivo del Estado. Dejarlo todo en manos del Estado-padre (que hasta los liberales, por miedo, lo están pidiendo en el control de producción o el sanitario) es un error de concepto, es tratar a la sociedad como «culpable» y, además, ejercer el castigo como mecanismo de control básico, vamos, entre lo malo, lo peor. Por cierto, esto está vinculado con el lenguaje de guerra (cuyo fundamento es la violencia y el castigo, como de cualquiera de estas medidas de control).
Un comentario en «Pensamientos varios sobre el estado de Alarma – cuarentena general»