Recordemos que no derrotamos al odio y al terror de Sendero con sus mismas armas, sino poniéndonos por encima y más allá de ellos y de sus agentes. No los derrotamos porque fuimos más feroces o más violentos que ellos; los derrotamos porque nos propusimos no ser como ellos y su sanguinario cabecilla fue apresado sin realizar un solo disparo y juzgado con las garantías de debido proceso que este asesino quiso destruir.
Palabras de Luis Davelouis en su columna de «Les ganamos» en Perú21. Ese discurso de nosotros contra ellos, nosotros desde la superioridad venciéndoles y demás lo escucho y leo mucho, sobre todo desde una parte de nuestra sociedad que quiere hablar bien de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y crear una distinción entre los héroes y el aparato corrupto y violento que todos esos años existió (y que en estos sigue existiendo, tal vez no con la fuerza de antaño, pero sigue). Como cuando hablamos de la Operación Chavín de Huántar, en que se quiere dejar claro que unos «infiltrados» ajusticiaron al menos a un terrorista mientras que el resto de los comandos son impolutos seres de luz y justicia.
Davelouis menciona el «debido proceso», no me convence para nada: no podemos obviar los jueces sin rostro de la lucha contrasubversiva, no podemos olvidar los juicios sumarísimos, la implicación en todo momento de la «Justicia Militar», y ya que hablamos de Guzmán, su propia condena fue levantada por la Justicia tras la Sentencia del Tribunal Constitucional contra la legislación antiterrorista aprobada y aplicada en esa época (PDF de la sentencia, copia local del PDF, en ambos casos, más de 40MB). El Informe Final de la CVR tiene todo un punto sobre las constantes violaciones del «debido proceso» (en el tomo VI, PDF y copia local, en ambos casos, 2MB), escrito antes que la sentencia mencionada.
La paz se supone que se consiguió en el 93, y en gran medida sí fue siendo crueles, descarnados, saltándonos las normas básicas del Derecho, reprimiendo (el terrorismo de Estado siguió)… además, tras la paz la represión continuó y aumentó, increíblemente (así que no fueron raros operativos como el «Aries», ejecutado en el 94)… por eso cobró fuerza, importancia y sentido la Comisión de la Verdad y la Reconciliación; ahí sí dimos un paso adelante hacia una sociedad distinta.
Cuando se capturó a Abimael, para continuar con el contexto, Perú ni siquiera era una democracia. Fujimori había dado un «autogolpe», con el que se arrogó todos los poderes del Estado y cerró el Congreso, que no se abriría hasta unos meses más tarde, y no con la misma configuración y los integrantes previamente electos, sino mediante la pantomima del Congreso Constituyente Democrático (CCD) cuya elección fue en noviembre del 92 (Abimael fue capturado el 12 de septiembre de ese año).
No estoy diciendo que se derrotó a Sendero «por la violencia» del propio Estado (que siguió y sigue), que sería más bien la postura del fujimorismo y otros sectores afines, sino que me parece importante tener claro que Perú era (y es) un país que responde con violencia, cuyas leyes realmente no importan, por eso los Bagua siguen ocurriendo, por eso cuesta tanto evitar masacres, por eso no importa cuando matan a un sindicalista, por eso a cualquiera se le tacha de terruco para poder vulnerar cualquier derecho que tiene, por eso ante matanzas del Estado nos preocupa saber si había o no «inocentes», obviando que el terrorismo de Estado lo es al margen de los delitos que haya cometido la víctima de la violencia estatal.
¿Qué terrorismo se derrotó? El de Sendero sí, también el del MRTA, pero ahí continuó el del Estado. Violencia que, aunque ha tenido momentos de esperanza en algo distinto (vuelvo a pensar en la Comisión de la Verdad), nos dejó un Estado que sigue contestando de forma violenta cualquier queja interna, que lo único que conoce es aumentar más y más las penas de los delitos y que constantemente sale a debate la posibilidad de retomar la pena de muerte. La estructura represiva existió antes del golpe de Fujimori -las mayores matanzas, operativos varios, incluso la propia GEIN, son anteriores al primer gobierno del «ingeniero»- y se mantiene aun hoy.
Intentar separar, aunque sea un mero ejercicio intelectual, la lucha contrasubversiva ajustada a un Derecho respetuoso con los Derechos Humanos (¿es posible que la hubiera en un contexto de vulneración plena de todo el Estado de Derecho?) de otra parte de la lucha antiterrorista que fue básicamente terrorismo de Estado resulta absolutamente absurdo, como ejercicio y desde el punto de vista del «proterrorista», en ambos casos él veía (y ve) un Estado contra el que luchar. Desde el punto de vista del resto de la sociedad, es ocultar nuestra historia y creer que todo lo bueno viene por un lado y todo lo malo fue excepcional. Y no, no lo fue. Seamos responsables de «todo lo malo» y sus actuales consecuencias.
Además, la violencia que vivimos no es solo la institucional, donde la arbitrariedad y la vulneración del Estado de Derecho sigue siendo frecuente, sino que está incrustada en el alto machismo de nuestra sociedad, en toda la violencia contra los pueblos originarios, campesinos e indígenas, que es el racismo y el clasismo constante, donde se mata, acuchilla y aplasta al rival, al otro, con una facilidad pasmosa. Tenemos una cultura violenta que, además, la aplaude, busca y mistifica. Somos una sociedad violenta donde el terrorismo arraigó con facilidad porque proponía lo que ya teníamos: violencia.