Se escuchaban con fuerza los cánticos fervorosos hacia Si y hacia Ai Apaec, adoración y miedo mezclados durante la adoración de la diosa Luna y ante el dios degollador, esa noche era grande y todo mundo lo celebraba en la Huaca de Si. Todos menos Illuque Chumbi, absorto como siempre entre cientos de mapas y pergaminos.
–Chomuña, el Cie-quich no estará contento si se entera de que no estás con el resto de sacerdotes –se escuchó la melodiosa voz de Chiya Suy desde el oscuro umbral de la puerta, se adivinaba esa sonrisa comprensiva que solía esbozar cada vez que le reprochaba su falta de atención a los asuntos comunes y su reclusión en esos antiguos textos.
–Esto es más importante, no sumo nada gritando por el favor de Ai Apaec –sin apartar la vista de los cueros e inscripciones–; además, nadie notará mi ausencia.
–Yo lo he notado –manifestó en tono firme y reconciliador mientras se acercaba a él, con toda la intención de jalarlo y sacarle de ese cuartucho mal iluminado.