La vi llorando en la cocina, no dejaba de moverse inquieta, repitiendo los movimientos que cada mañana hacía, pero esta vez con un extraño temblor en las manos, miedo en los ojos y una expresión desconsolada coronada por las lágrimas, el desayuno, una rutina simple, parecía por primera vez un arduo trabajo procedimental en que algo no encajaba. Me quedé en la puerta viéndole sin saber qué hacer, qué decirle.
—Cariño, ¿estás bien? —conseguí decir.
—Sí, sí —me miró de forma extraviada, buscando en un remoto pasado una referencia para reconocerme hasta que una pequeña luz brilló en sus ojos— sí Jorge, ¿qué haces acá tan pronto?
—¿Pronto? Son las 10…