Desde hace un tiempo la universidad europea va cambiando su camino, desde una perspectiva «académica» hacia una «empresarial» donde la Universidad debe no solo ser «rentable» sino que debe servir directamente a las empresas, esto es, la universidad debe formar trabajadores competentes para las empresas fundamentalmente (con lo cual también se realiza un traspaso de la inversión en capital humano de las empresas al erario, que seguirá sufragando esta educación de una forma u otra), donde la parte, digamos, más «académica» queda de lado. Y esto es palpable desde la Declaración de Bolonia de 1999. Este cambio no solo se ve en las nuevas titulaciones (o en la reordenación de las mismas, donde el componente conceptual cada vez es más pobre, así como el histórico, y ganan lugar los contenidos «prácticos»), sino en el cambio que se está fraguando en la misma forma de gobernar la universidad.