Entre rejas, patios y fútbol

La pichanga de barrio, el balón en movimiento, el pase corto, no había espacio para más. Todas esas tardes tiradas en el parque, con sueños incompletos y a medio hacer, apartando las pesadillas del día a día a puro golpe de esférico, de bromas blancas y negras, fiando nuestro bienestar a la pierna en alto del compañero enemigo, ese cuyo nombre jamás recordarás pero que su chapa está escrita en tu propia historia. Esas tardes, mañanas, días enteros de descubrimiento propio y ajeno, de nadedad de barrio, si me permiten el palabro, se fueron acompañando a horas de descubrimiento de «las otras», esa presencia femenina que de compañeras de peloteo pasaban a amigas de la botella, no la que se tomaba, sino la que se giraba contra un asfalto que resistía lo que le echaras.

En tiempos pretéritos las cosas no eran como ahora, donde la comunicación se basa en bits que corren por el mundo dejando mensajes en muros virtuales, poniendo «smiles» donde antes solo cabían inflexiones de la voz, dejando (mal) escrita cualquier frase para la posteridad o el reciclaje, en tiempos pasados las quedadas no se convocaban en Hi5 o Facebook, se gritaban por la calle, se silbaban (por quienes tenían el don) y todos acudíamos, cual cadetes hambrientos, al toque del rancho, en esos tiempos donde el teléfono incluso era un bien que había que cuidar y usar de forma breve, por más que nuestras hermanas y madres no lo entendieran cuando ellas lo descolgaban, pero que nosotros lo interiorizamos lo más que pudimos, el contacto carnal era necesario y directo, y muchas veces mediatizado por una valla, mejor dicho, reja.

El sol caía y muchos se recogían, otros podíamos quedarnos en las calles, que creíamos nuestras pero huíamos ante ajenos que nos doblasen la edad, nosotros perdíamos el tiempo y ellos perdían a otros en menesteres más graves, que ya entendíamos y más de uno compartía, pero que no era un juego común, las compañeras, por estrictas órdenes superiores, eran las primeras en volver a casa mientras otros hacíamos como que no teníamos relojes, esperábamos al grito amenaza de perdernos la cena para volver corriendo a las moradas donde habitábamos, alargábamos

En esos barrios limeños llenos -y eso no ha cambiado tanto- de quintas y similares, con sus respectivas rejas y normas, con su propio código de circulación, existían prácticas, por llamarlas de alguna forma -en esa Lima coimera, quien no corre vuela, donde desde renacuajos aprendemos a saltar los impedimentos de la ley, sean congresales o papales, de los padres quiero decir, que al otro le escuchábamos pero no oíamos-, decía, existían prácticas de evitar las prohibiciones de salir a la calle -«es no es calle», terciábamos mientras podíamos, «aun no cruzo la reja», rematábamos a gol, o remataban, esperando una mueca de comprensión de una madre que diera por buena media hora sin cruzar la reja pero fuera de la casa-, así algunos ya rondábamos casas ajenas, cual romeos mal pagados, buscando al menos la amistad y proximidad de las compañeras de pichanga, y nuestras julietas, por ponerles un nombre que todos entendamos -y para seguir lo de romeos-, se quedaban al otro lado de la jaula de metal forjado, compartiendo risas y poco más, dándonos amistad si eso, y con suerte… y con suerte nada. La suerte qué esquiva es. Te regateaba tanto dentro como fuera de las canchas con la maestría del pequeño Cueto que todo barrio tenía.

Curiosas horas de charla, con el sol -que se intuía tras la panza de burro llamada de cuando en cuando cielo de Lima- oculto rato atrás, con los fogones de las cocinas ya exigiendo que retiren unas cazuelas humeantes, con todo en contra… y sobre todo, con la curiosidad y el control paterno de esas reuniones, con la vigilancia de los dos amigos -no había espacio para más- desde las ventanas por parte de las hermanas y hermanos de la julieta, con los padres que cada poco salían como quien no quiere la cosa a perder el tiempo por la quinta, con esa extraña manía de fumar en la calle para no apestar los andentros solo cuando «la niña» se veía, tras la imposible reja, con algún «amiguito», amenaza véase por donde se mire.

Las risas. No las nuestras, no la de los cazadores de verjas, no, para nada, eran «sus» risas, risitas entre dientes, esas de mirada tierna por parte de la progenitora y casi amenazante, pero divertida, bajo el mostacho del progenitor, o el tío ese que viene cada muerte de obispo, y cuando supo de los fugaces encuentros tras la alambrada de su ahijada no se resistió a inspeccionar el terreno, esas «risitas» audibles de las pequeñas hermanas, de las mayores con mueca más paternalista que la dibujada en el rostro de la propia madre, de los hermanos, cuando los hubiera, más de suficiencia y amenaza que de esa amistad que pregona en la canchita, esas risas, de todo tipo y valor, son las que a uno le quedan en la mente como ese ambiente diverso y hasta simpático, que condicionaba en demasía el propio contenido y tono de una conversación sin lugar a dudas banal pero amena.

Y así tarde tras tarde, finde tras finde, en una lucha con el ambiente y la suerte, en una búsqueda de esa amistad especial, que se acababa, ya cada noche, cuando la comida servida en la mesa exigía la presencia de todos en sus casas, cuando tus propios padres gritaban a lo lejos que te dejaras de cosas y volvieras a tu propia casa, que no es un hotel por más que uno tercie en el mismo como aquel.

Tiempos los del pasado, presentes agitados, recuerdos borrosos y rejas que los separan, y como tantas otras historias, esta no tiene ni comienzo ni final, se esfuma como la anécdota inoportuna que llega a ser en nuestras mentes ya mayores, que se cincela de tal forma que, cuando uno piensa que no fue joven, le vuelven a hacer recordar toda estupidez y alegría de ese remoto pasado que se niega a perecer en los quehaceres diarios.

2 comentarios en «Entre rejas, patios y fútbol»

  1. Pues qué interesante, yo no tuve momentos así en la infancia, no me dejaban salir a jugar a la calle :s solo veía por la ventana, qué tristeza! pero bueno, así fue.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.