Google es lo que es, una empresa que pretende maximizar sus beneficios y nada más (¡descubro América!). Si para ello tiene que censurar, pues censura, si tiene que defraudar a hacienda, pues la defrauda (que todos lo hagan y quieran hacer no lo convierte en aceptable), si tiene que explotar a sus trabajadores (no a los que tiene más mimado), pues los explota, si tiene que comprar a la competencia, pues la compra, y si tiene que hostigarla, pues la hostiga. No hay nada nuevo bajo el sol. Ah, sí, que ha conseguido que su nombre sea sinónimo de «Internet» (como hace ya mucho Gates consiguió que el suyo lo fuera de «computación personal»), que la gente vea con buenos ojos una empresa que va concentrando no solo poder e información, sino datos privados de todo tipo y documentos de toda clase, que nos va separando del contenido cada vez más y todo esto mientras le sonreímos porque, ellos dicen, su lema no-oficial es «don’t be evil».
El grupo Ippolita sacó en el 2007 un interesante ensayo sobre Google, la sinopsis se las copio de la librería La Malatesta (donde pueden adquirir el libro, edición en castellano del 2010, por 17 euros y de paso echan una mano a una muy buena librería libertaria):
«Entre las bondades que Google difunde de sí misma no están las 133 webs censuradas en Europa, el sometimiento a las presiones censoras del Gobierno chino o la cancelación de la publicidad del grupo ecologista Oceana 36 para evitar problemas con uno de sus inversores: la Royal Caribbean Cruise Lines. Solo tres ejemplos de como Google Corporation viola los principios de neutralidad y libertad de acceso y expresión en la Red para salvaguardar sus propios intereses.La imagen sobria y luminosa de su página principal oculta un reverso más prosaico y turbio en el que se adentra El lado oscuro de Google. «Don’t be evil» (no seas malo), el lema de cabecera de la multinacional que quiso ser un «gigante bueno», entra en abierta contradicción con la agresividad de su política empresarial. El fichaje multimillonario del directivo de Microsoft Kai Fu-Lee, depositario de importantes secretos industriales, o la oferta de 50 millones de dólares a AOL a cambio de romper su contrato con Yahoo!, muestran hasta qué punto Google ha asimilado las reglas de juego de las grandes corporaciones. Pero en su estrategia de expansión, Google también se aprovecha de la filosofía del software libre para su propio beneficio. Hace un uso selectivo del código abierto para modificar programas cuyas mejoras no hace públicas, pone a disposición libre de los programadores herramientas que le permiten controlar y apropiarse del trabajo realizado con ellas, y ofrece a sus trabajadores un 20% del tiempo de trabajo para investigaciones propias, que pasan a ser propiedad exclusiva de la empresa.
Desde que en 1996 Larry Page y Sergei Brin desarrollaron uno de los algoritmos más famosos y mejor guardados del mundo, el Page Rank(™), Google ha consolidado su carácter de gran empresa hasta convertirse en el principal aspirante al monopolio de la información en la era digital. Esto, en parte, ha sido posible gracias a los gigantescos ingresos proporcionados por un modelo de publicidad personalizada, basada en los perfiles que la máquina Google dibuja de los usuarios, utilizando el rastro que éstos dejan con el empleo diario del buscador y otros servicios de uso gratuito.
El colectivo Ippolita muestra la clara ambición hegemónica de Google y, con ella, uno de los principales peligros de nuestra era: la concentración en unas pocas manos del acceso a la información y la tecnología, poniendo en riesgo un sinfín de derechos ya coartados en el mundo material y seriamente amenazados en el espacio virtual.»
Google supone una de las grandes amenazas de la Internet actual (como lo es también Facebook, lo fue Yahoo!, lo es Microsoft, Amazon, Apple, entre otras), un peligro de centralización (y resulta irónico que se diga de un «buscador») y de, finalmente, control. Porque no es lo mismo controlar una Red que diez páginas, ni es lo mismo controlar unas Webs con personal concienciado que de una empresa que lo único que le importa es el beneficio final. ¿Qué más le da a Google retirar vídeos a pedidos de cualquiera en Youtube? ¿Qué más le da retirar enlaces del buscador? (porque, en contra de lo que la gente piensa, lo hace) ¿Qué más le da negociar con una operadora móvil para romper la neutralidad de la red en estos dispositivos si dicha ruptura les conviene? ¿Qué más le da aprovecharse del Software Libre devolviendo migajas -o lo que está obligado- mientras mantiene su imperio sobre bases cerradas? ¿Qué más le dan las patentes de software siempre y cuando ella sea la propietaria? Le importa el ciudadano tres pepinos (ellos no atienden ciudadanos, tienen clientes y usuarios, que no es lo mismo, ni son los mismos), y si les reporta beneficios pisotearle lo harán. Como cualquier empresa.
El problema no es solo Google (por supuesto que se pueden hacer las cosas de forma menos… mmmm… mafiosa o sumisa, según corresponda), el problema es el sistema, es poner por encima de todo el capital, y que, por parte de los ciudadanos-usuarios, no solo aceptemos la centralización de servicios como algo natural y positivo, sino que lo aplaudamos porque, lo que vemos, es un «servicio que funciona» (eso no lo niego) y la superficie brillante nos impide ver la podredumbre que hay detrás. Y detrás de esa podredumbre está el sistema. Ese sistema que nos trae por la calle de la amargura más desagradable.