Una de las cosas que me gustaban (parcialmente) en este país, a veces llamado Reino de España, era la existencia y funcionamiento de las Cajas de Ahorro. Es cierto que muchas de ellas tenían grandes problemas, que han sido las más beneficiadas y perjudicadas con la burbuja inmobiliaria y su posterior explosión, es cierto que durante años han ido perdiendo su sentido original, y también es bien cierto que muchas de ellas no eran más que favorecedoras de la corrupción de los partidos políticos (y viceversa) y campo de batallas para el politiqueo nada barato (una de las principales cajas en España, entidad financiera de primera liga, con sede en la capital del reino, era un triste y buen ejemplo de esto), todo eso y más es cierto, pero también lo es en que eran el último reducto para ver entidades financieras donde el objetivo final no era maximizar beneficios, donde la obra social, al menos sobre el papel, era lo más importante en su funcionamiento, donde podíamos escapar, al menos un poquito, de un sistema bancaro donde lo que importa es la pura y dura especulación. Al menos como filosofía, que luego la práctica era otra cosa.