O cómo la cuestión de género pierde el rumbo de la clase
Publicado originalmente en De Igual a Igual
No son raras las celebraciones internacionales que nacen con un objetivo claro y que poco a poco, por el pasar del tiempo, van perdiendo la esencia, su naturaleza, para servir de cajón de sastre y limpiar conciencias de forma sencilla, para, como mucho, recordar que falta mucho por hacer y, de paso, aplaudir lo ya hecho (aunque sea pura paja), y el día internacional de la trabajadora es uno de ellos, donde eso de «trabajadora» ha perdido vigencia en los carteles oficiales para volverse día internacional de la mujer.
Sigue siendo, por supuesto, positivo tener un día de lucha global, recordado por todo tipo de gobiernos (no sin cierta hipocresía), y donde las bases trabajadoras en general, y las femeninas en particular, aun podemos seguir reclamando cambios hacia la igualdad entre hombres y mujeres, el fin de la violencia machista y la supresión de toda esa cultura machista que, lamentablemente, impera en el mundo, y que tiene reflejo tanto en el plano social como en el plano legal.
Los problemas, por supuesto, no solo existen en los países que tienen institucionalizada la violencia contra la mujer, la mayor parte de ellos por motivos puramente religiosos (o eso venden a sus fieles), los problemas se dan también en ese primer mundo que institucionaliza, socialmente, la violencia contra la mujer a través de los roles de género, la falta de reconocimiento social y académico de las mismas, la falta de aceptación como trabajo de las labores del hogar, que siguen viéndose como algo particularmente femenino (donde se considera como logro que el hombre «ayude», lo que remarca la feminización de dichos trabajos en casa), así como otras prácticas socialmente aceptadas, entre ellas la menor retribución media que reciben las mujeres por el mismo trabajo (se dan avances, claro, pero no lo suficientemente rápido).
Hay que recordar, además, la feminización de la pobreza, y como nos recuerdan las compañeras Feministas Autónomas, «(…) la pobreza es violencia, porque es a causa de injusticias sociales, y las mujeres somos más pobres de los pobres», y por ello el discurso de cambio social debe estar impregnado del feminista, en tanto que son el principal grupo que sufre la violencia estructural, desde el propio sistema.
Por lo antedicho, resulta interesante reclamar desde el nombre completo del día internacional, recordando su historia real, esa de lucha desde los movimientos socialistas y comunistas (y el anarquista, no tanto para tener un «día internacional», sino para conseguir la efectiva igualdad entre hombres y mujeres), aunque esta vista atrás nos recuerde lo poco que hemos avanzado en estos últimos cien años, antaño se exigía la no discriminación laboral, y hoy debemos mantener ese pedido.
También cabe reivindicar el carácter de clase (y no solo sexo) de la celebración de este ocho de marzo para alejarnos de un discurso «de género» que huye del lado social de las reivindicaciones, que olvida que una mujer de la clase capitalista no es lo mismo que una mujer doblemente excluida de la clase trabajadora, porque la simple consecución de derechos formales (lo pedido, realmente, en el discurso de género que excluye del social) no garantiza ni puede garantizar los mismos, quedando excluidas, de los derechos formales, los que objetivamente no pueden utilizar dichos derechos, a los que de nada les sirve que un papel diga tal o cual, si la realidad se ríe del mismo, así pues, en esos discursos «suaves», «puros de género», la mujer trabajadora queda tan excluida como en el machismo más recalcitrante.