El otro día, desde la ventana de mi habitación, conseguí verte, me parecía increíble que estuvieras en la calle, bajo la lluvia, permitiendo que el agua cayese por tu cara, tomando el conocido néctar que emana de las nubes. Debiera estar ahí, contigo, en esa sucísima pulcra blanquitud de la calle.
Pero no puedo, algo me lo impide, estoy acá, lamiéndome las heridas, deseando salir a pasear contigo, recoger los dientes de león, contemplar los nogales, observar a la gente, vivir esa locura que hace la verdadera felicidad, oír las historias de ese tío tuyo que tanto sabe ¡¡lo que da la lectura!!
Pero no puedo, no me atrevo. Es tan difícil dar el paso a la anormalidad, tan confortable resulta el conformismo de lo actual, de la felicidad forzada, de la falta de comunicación para no conocer, para no saber, para no entender, definitivamente, para no dudar, para no pensar. A eso le temen, a que pensemos. Y yo les temo.
No dejo de verte con ese “bombero”, no puedo creer que alguien como tú se pasee, hasta la esquina, hasta el “metro” con ese sujeto, no entiendo como alguien con la profesión de quemar libros, de perseguir a quien, mal que bien, quiera conocer algo más que lo que enseña las paredes-televisión, en esas horribles clases cinematográficas, en esas interminables horas haciendo nada mientras que nos convencemos de que estamos realizando un interesante deporte.
Pero no lo consigo.
¿Qué edad tendrás? El otro día vi como mis padres participaban en uno de esos “concursos” o como se llamen en el Circuito Moral, era una verdadera estupidez, se ponían en la sala, donde tenemos las cuatro paredes con esas teles (entrada y salida, qué martirio), y decían frases completamente insustanciales, mientras unas personas aún más insustanciales les veían decir las chorradas como un templo quedándose tan contentos todos, de lo insulsa que es su felicidad (sí, uso mucho la palabra “insulsa” y sus derivados, así es el juego de pelota). Es patético verles, es patético vernos.
Nunca te veo en el colegio, jamás vas ¿por qué? Seguro que crees que no te echamos en falta, de hecho, creo que sólo yo me he dado cuenta que no estás ocupando tu asiento. Pensando en ti me pongo a escuchar a la gente, es increíble como pueden hablar tanto sin decir nada, siquiera tienen coherencias esas seudo-conversaciones, está bien que todo el tiempo no se discuta sobre la existencia misma del ser, o sobre cómo va el país (¡¡cosa que ni sabemos!!), pero de ahí a no decir nada jamás de los jamases, hay un gran trecho que lamentablemente hemos recorrido.
Bob me contó un montón de cosas sobre la casa de una señora, al parecer, se prendió fuego cuando los bomberos llegaron a su casa y secuestraron sus libros (¿secuestrar?), los iban a quemar, como siempre hacen (¡cómo disfrutan cuando la temperatura en las páginas de los libros llega a los 232,77 grados centígrados!, o 451 Fahrenhait, número por todos conocido), es su trabajo… Pero esta vez la mujer no quiso salir de la casa, incluso, fue ella quien prendió fuego a la pila de libros. ¡Qué estúpido sacrificio! ¡Qué gran muestra de amor por el pensar! Aunque hechos como este hacen pensar que la máxima de que leer es malo porque induce a pensar, y el pensar te quita la felicidad, pueda ser cierto ¡Llegas a morir por un montón de papel empastado!
¿A qué viene todo esto? No lo sé, tengo ganas de contar las cosas, pero sé que nadie me escuchará… o mejor dicho, tengo miedo de quienes puedan escucharme, no es lo mismo pensar que decir que estás pensando, lo primero no es peligroso, queda en tu fuero interno, lo segundo, aunque no sea verdad, puede acabar con tus huesos en un manicomio de esos, y nadie sale de ellos a no ser que sea con los pies por delante.
Ayer salí a la calle, me preocupó no verte durante todo el día, ya sé que es peor que verte con ese sujeto, es, simplemente, no verte.
No, no, las historias realmente no tienen comienzo y final, por lo menos no todas. Por ahora, esta historia se queda acá… Esperemos que no se complique la cosa como para que la historia continúe, espero que mejore la cosa como para continuar la historia… Aunque bien pensado, a alguien una vez oí (leí realmente) que las historias (infancias) felices no merecen ser contadas…